La trágica e intempestiva muerte del expresidente Piñera produjo reacciones inesperadas en el mundo político y también en la sociedad. Una especie de tratamiento de shock que nos sacó, por un rato, del clima de confrontación y hostilidad en que estamos sumidos.
El expresidente Piñera se había convertido para buena parte de la izquierda en una especie de “saco de boxeo”, de esos que usan los boxeadores para entrenar. Culpable de todos los males que aquejaban a la república, violador de los derechos humanos, egoísta y especulador.
La Convención Constitucional lo despreció, negándose a recibirlo y a tener contactos directos con él. Fue acusado constitucionalmente dos veces sin fundamento alguno y amenazado con la Corte Internacional de Justicia. Estaba siendo investigado por la fiscal Chong.
Junto con Salvador Allende debe haber sido uno de los presidentes más maltratados por sus adversarios políticos.
Sin embargo, en medio de esta arremetida implacable y constante, el presidente Boric inició un proceso de acercamiento, silencioso, con Piñera que fue bien acogido por el expresidente, que tenía “cuero de chancho” y no era rencoroso.
Viajaron juntos a Paraguay por invitación de Boric. Actuaron con complicidad para lograr las firmas de la “Carta por la Democracia, Siempre” para la conmemoración de los 50 años del golpe, algo que al presidente Boric le importaba muchísimo.
El presidente Boric no solo cumplió con sus deberes protocolares durante el funeral de Estado. Como él mismo reconoció en su discurso de despedida, su interacción con Piñera cambió profundamente la opinión que tenía sobre él. Se produjo un acercamiento genuino basado en el respeto y la comprensión mutua.
El ejercicio del cargo con todas sus miserias, las críticas injustas y las dificultades para gobernar que él mismo está sufriendo en carne propia lo acercaron afectivamente al expresidente. Tal vez en su fuero interno se hizo una autocrítica por sus propios exabruptos y descalificaciones. El presidente no quiere que lo traten a él como él trató a Piñera.
Habrá quienes, entre los seguidores del exmandatario, consideren insuficiente y tardío el “mea culpa”. Pero no hay que perder de vista que fue Sebastián Piñera el que decidió dejar atrás los agravios.
Ya se habla del fin de la polarización, del regreso del espíritu cívico perdido, de la necesidad de buscar grandes acuerdos, del reencuentro entre los chilenos más allá de las diferencias.
Se especula mucho sobre el sorprendente fenómeno sociológico y político que provocó la muerte de Piñera en la clase política y en la ciudadanía. Sobre todo, por las expresiones de afecto de los chilenos comunes y corrientes que muy pocos se imaginaban.
Hoy escuchamos, nada menos que a Michelle Bachelet, reconocer que Piñera fue el que invitó a las organizaciones de DD.HH. a venir a chile e investigar el tema durante el estallido social.
Somos un pueblo bastante bipolar y pasamos con facilidad del amor al odio. Elegimos presidentes y convencionales de extrema izquierda y al poco tiempo de extrema derecha. Rechazamos constituciones refundacionales y después las conservadoras. Un presidente puede terminar su mandato con un 80% de rechazo y subir como espuma en las encuestas.
Por eso hay que ser cautelosos. No crear expectativas exageradas de que ahora todo será diferente, que comienza un período virtuoso de acuerdos y armonía. Las diferencias ideológicas son profundas, la lucha por el poder con elecciones ad-portas más enconada que nunca.
Las reformas del gobierno nos seguirán dividiendo porque representan dos formas de entender el país que están en las antípodas. Además, la polarización es un fenómeno mundial, con el surgimiento de agendas identitarias y “guerras culturales”.
Que el Partido Comunista se haya “tapado las narices” para hacerse presente en el velorio del expresidente no significa que haya cambiado ni su línea política ni su virulencia. Está por verse hasta qué punto el “revisionismo” de Boric representa a su coalición.
Las tensiones en la derecha se agudizarán. Chile Vamos, los moderados y dialogantes quedaron huérfanos, perdieron a su líder que era el único capaz de inclinar la balanza con capital político propio. Kast arremeterá con todo achicando el espacio de convergencia entre oposición y gobierno.
Hay quienes ven en la conducta republicana y civilizada observada durante el funeral del expresidente la alegoría de la rama del olivo; que se aplica cuando los lideres o facciones de un país buscan la unidad y la reconciliación. Implica acercarse a la oposición, entender sus puntos de vista y promover el espíritu de cooperación para fortalecer la unidad y la estabilidad del país.
Es un símbolo de la voluntad de resolver los conflictos internos promoviendo un sentimiento de armonía entre las diversas opciones políticas.
Personalmente creo que más bien estamos ante un “Veranito de San Juan”, es decir una temporada breve de días soleados y a veces también de temperaturas más altas que se produce a la entrada del invierno durante la estación de lluvias. Lo que, según el decir popular, coincide con la celebración de San Juan Bautista.
No quiero decir con esto que todo lo que hemos vivido en estos últimos días sea malo ni mucho menos inútil. Todo lo contrario. Creo que es un indicio de que el Chile profundo, republicano, democrático, amable y justo está vivo.
Las cosas podrían haber sido muy diferentes. El presidente Boric demostró ser capaz de “habitar el cargo”. Su compromiso humano sin remilgos fue decisivo y marcó la pauta para todo el gobierno y los partidos oficialistas y, por ello, se merece un reconocimiento especial.
Lo esperable era que Chile se esmerara en el regreso a la predictibilidad, para que la búsqueda de inversionistas en esos trabajados ChileDays rindiera fruto. Pero este 2024 el evento no fue para nada de normalidad. ¿Sabrán el Presidente y su gabinete que el marco regulador de la relación Estado-inversionista incluye también los tratados ratificados […]
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