Enero 8, 2024

Universidades como botín de guerra. Por Lucy Oporto Valencia

Ex-Ante
Imagen de archivo.

La Universidad de Aysén, sumida en una aguda crisis financiera y de gestión, pareciera haber acabado transformada en un nicho más para tales prácticas. Así lo indica el crecimiento de su planta académica, administrativa y profesional. Y, sobre todo, la sanción a la académica Julia San Martín, que la obligaba a someterse a un proceso de reeducación, orientado al “reconocimiento de nuevas formas de relacionarse el docente con su alumnado”. Es decir, triestamentales, en que el profesor es despojado de su autoridad, como parte de una nivelación más vasta e insidiosa: la requerida por el totalitarismo, en cualquiera de sus versiones.


En El Logos alejandrino (2009), sobre la racionalidad en el mundo antiguo, Agustín Andreu se refiere a la quiebra de la racionalidad y sus consecuencias para la vida humana. Ésta implica la quiebra de todo, así como la inutilidad práctica de la razón, enfrentada a la pérdida de un principio que permita hacer inteligible la realidad.

En último término, se trata de “la crisis de una forma de racionalidad divina en el mundo”, caída y desprendida del Espíritu. Según Andreu: “En un momento de quiebra de la racionalidad, el mismo hecho de vivir resulta desesperante, y conduce a la vía del escepticismo como única salida, pues, en vez de ofrecerse una preponderante unidad de las cosas, la persona tiene que consumirse en las contradicciones y vacíos”.

Dicha quiebra es reconocible en la crítica situación de Chile, ostensible desde octubre de 2019. Por lo pronto, en el ámbito del conocimiento y de la paulatina desnaturalización de la educación universitaria.

Primero, con la legitimación de las lacras del mercado y del productivismo académicos: rapiña y depredación carentes de conciencia. Defenestración de la capacidad reflexiva, del amor por la sabiduría, y de la maduración de un estilo de escritura, en favor de los procesos de acreditación, considerados un fin en sí mismo. Y ascenso en el poder como horizonte último, aunque sea miserable, a costa de lo que sea y de quien sea.

Y, segundo, con el vacío espiritual y de sentido que ha permitido la instalación de nichos destinados a operaciones de clientelismo, proselitismo, formación de cuadros políticos, y ocupación del Estado por sus agentes, en vistas al futuro.

En ambos casos, la racionalidad instrumental y el cálculo dominan: tanto el conocimiento como el desarrollo de la capacidad de conciencia, imprescindibles para el florecimiento integral del alma humana según el espíritu, son desechados por inútiles y poco rentables. Tal rentabilidad es entendida en varios sentidos, en función de intereses de camarillas, sectas y otros parásitos alojados, sobre todo, en universidades públicas.

El auge de las tinieblas postmodernas, motivado por ambiciones políticas, es un ejemplo de esta corrupción. Hay un mercado para sus filosofías de la disolución, sus coqueteos con lo indiferenciado, y sus transgresiones psicopáticas impostadas, aunque carezcan de sentido para una vida consciente y constructiva, la única que merece ser vivida.

Por otro lado, las siguientes situaciones tienen un patrón común, igualmente disolvente.

La veleidad, anomia y aparente incompetencia instaladas en el Gobierno, han derivado en una progresiva destrucción de las instituciones del Estado, desde dentro, con pretensiones refundacionales a largo plazo.

El Caso Fundaciones apuntaría a un mecanismo de defraudación consistente en traspasos de fondos públicos a distintas organizaciones, con fines de clientelismo, proselitismo y formación de cuadros políticos, también a largo plazo.

La Universidad de Aysén, sumida en una aguda crisis financiera y de gestión, pareciera haber acabado transformada en un nicho más para tales prácticas. Así lo indica el crecimiento de su planta académica, administrativa y profesional (ex‐ante, 7. 12. 23). Y, sobre todo, la sanción a la académica Julia San Martín, que la obligaba a someterse a un proceso de reeducación, orientado al “reconocimiento de nuevas formas de relacionarse el docente con su alumnado” (ex‐ante, 22. 12. 23). Es decir, triestamentales, en que el profesor es despojado de su autoridad, como parte de una nivelación más vasta e insidiosa: la requerida por el totalitarismo, en cualquiera de sus versiones.

A propósito de la funa a Sergio Micco en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, el 7 de noviembre, Alfredo Jocelyn-Holt sostuvo: “La concientización ideológica no sólo dispone de profesores militantes; cuenta con servicios, instancias fiscalizadoras, fondos para iniciativas políticamente correctas, eventos, ciclos enteros dedicados a promover sus líneas de acción, y que promueven lo suyo como de peso académico que no tienen” (ex‐ante, 11. 11. 23). Esto ha derivado en profesores marginados del gobierno de sus respectivas unidades académicas, y en estudiantes que boicotean cursos.

Tal descripción coincide con prácticas observables en nichos de unidades académicas en distintas universidades, dominados por profesores que reclutan estudiantes en función de sus intereses, pandillas insaciables, a fin de acumular más cuotas de poder y dinero en el mercado académico, a costa del Estado.

Esta degradación de las universidades, carentes de un principio unificador capaz de conferirles un sentido, contrasta con la concepción de M. E. Orellana Benado, acerca de la formación universitaria. En Educar es gobernar. Orígenes, fulgor y fines del triestamentalismo (2016), afirma: “Educar es gobernar. El mando en la tarea formativa corresponde a los que saben (al menos, los que tienen conciencia de cuán poco saben) y no a quienes, llenos de entusiasmo, acuden a la universidad a educarse (ni menos a los estudiantes que buscan iniciar o proyectar en ella su carrera político+partidista), ni a quienes colaboran con los profesores en otros asuntos, que no son ni docentes ni de investigación”.

Para él, un entendimiento pluralista del propósito de la educación haría posible una discusión racional, “acerca de en qué términos morales, sociales y económicos” sería legítimo conducir dicha tarea, lo cual supone una alta valoración de la sabiduría.

He aquí la imagen espectral de este hundimiento: universidades como botín de guerra y forma de ocupación, destinadas a la ruina, proliferación sin medida y corrupción, con arreglo a fines.

El núcleo latente de una frontera negra inexpugnable.

Una vida enfrentada a la extinción de una forma de racionalidad se agota en su propia insuficiencia, agonía e imposibilidad.

Una vida destinada a la ignorancia, la inconsciencia y la ignominia no merece ser vivida.

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