Los políticos no suelen ser grandes intelectuales. Los primeros entienden que su rol es tomar decisiones, mientras los segundos se refocilan en las complejidades del mundo. Sebastián Piñera fue un buen ejemplo: paradigmático hombre de acción, no de reflexión. Irremediable solucionático, más de alguna vez se lanzó de lleno a resolver un problema sobre el cual no tenía todavía un diagnóstico. Cuando le preguntaban cuál sería su “relato” o “narrativa” de gobierno, Piñera preguntaba “con qué se come eso”. Por eso sus discursos adolecían de profundidad y estaban plagados de frases hechas, lugares comunes y citas clichés.
Pero hasta los hombres de acción trasuntan ciertas coordenadas filosóficas o doctrinarias. La primera ya ha sido subrayada -con justicia- por moros y cristianos: Piñera fue un demócrata a toda prueba, en un sector donde esta obviedad no es tan obvia. Si el gran proyecto político de Ricardo Lagos fue la renovación socialista, el de Sebastián Piñera fue modernizar a la derecha. Primero, contribuyó más que nadie a liberarla del influjo pinochetista. Luego, en la hora de las tentaciones autoritarias, evitó su recaída.
Pero esto es todavía insuficiente para tomar una buena foto de su perfil ideológico. Muchos agregan que Piñera fue, ante todo, un pragmático. Su única convicción era que las convicciones son, en algún punto, negociables. Esta es, sin duda, una virtud política. A los cruzados, enamorados hasta la ceguera de sus propias ideas, no les va demasiado bien en esta línea de trabajo. Por lo mismo, a la hora de buscar tributarios de su legado, hace mucho más sentido pensar en Matthei que en Kast.
El mismo Piñera criticó en sus últimos días la intransigencia de Republicanos en la Convención Constitucional, no porque no compartiera el fondo de sus propuestas sino porque era una torpeza estratégica. La política no se hace atrincherándose, algo que ha aprendido con rapidez el presidente Gabriel Boric. Como es lógico, el gobierno se hace eco del legado piñerista de dialogar hasta que duela para exigirle a la oposición que deponga las armas.
Demócrata a toda prueba, pragmático hasta la médula. Pero estas parecen características demasiado procedimentales. Para darle más espesor sustantivo, algunos han sugerido que Piñera era un liberal. Aquí la cosa se pone más interesante. Es cierto: ser liberal, así a secas, es como apellidarse González: no entrega demasiada información. Hay autoproclamados liberales en casi todo el espectro político. ¿Qué tipo de liberal era Sebastián Piñera?
Lo primero que se viene a la mente es su visión sobre la economía: Piñera creía en la capacidad del mercado de desatar las fuerzas creativas del individuo y desconfiaba de los modelos de planificación centralizada. Pero, a estas alturas, ¿quién no? Tampoco era un libertario: si bien llevaba un niño adentro, no era tan infantil como para creer en la coordinación espontánea de la acción humana. Tenía suficientemente clara la importancia de un estado fuerte y efectivo, y la forma en que las políticas públicas impactan la vida de la gente. Su formación democratacristiana, por lo demás, lo alejaba de la ortodoxia neoliberal que se le atribuyó a los Chicago Boys.
Si Lagos comenzó su vida intelectual como marxista-leninista y culminó su trayectoria política como liberal-igualitario, ¿qué tránsito hizo Piñera? Alguna vez Hayek dijo que sus diferencias con John Rawls estaban siendo exageradas por los comentaristas, y que en términos gruesos planteaban lo mismo. ¿Podríamos decir lo mismo de Piñera respecto de Lagos? Con razón, el oficialismo ha recordado que la reforma previsional del expresidente era mucho más solidaria que la que defiende actualmente ChileVamos.
Otros han identificado el liberalismo de Piñera en su apertura en materias morales. Lo han llorado los colectivos de la diversidad sexual, usualmente de izquierda, que reconocieron en Piñera a un aliado. Cómo olvidar cuando su lugarteniente Rodrigo Hinzpeter visitó el Congreso para cabildear el primer acuerdo de unión civil, desatando la ira del gremialismo, y especialmente de su entonces jefe de bancada, José Antonio Kast. Piñera era católico, pero de aquellos que, en la senda de Óscar Godoy y Ernesto Rodríguez Serra, creía que ello no entraba en contradicción con su liberalismo.
Pero el rasgo más liberal de Piñera era su meliorismo, uno de los cuatro puntos cardinales del pensamiento liberal según John Gray. Meliorismo -para distinguirlo de cierto improbable progresismo metafísico- no implica confianza ingenua en un futuro esplendor, sino la creencia de que el progreso, material y espiritual, es posible, y que depende principalmente de nosotros.
A diferencia del pensamiento conservador, que interpreta la presencia del conflicto como evidencia de la ruptura de un equilibrio u orden natural, y del pensamiento socialista, que anhela la resolución del conflicto en un futuro sin oprimidos ni opresores, Piñera puede reclamar su lugar en el árbol genealógico liberal como representante de la idea de que el conflicto es inescapable, y que lo mejor que podemos hacer es canalizarlo en forma pacífica y provisional. Ni más, ni menos.
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