Cuatro años después de la asonada de octubre de 2019, la situación actual de Chile, a la deriva, pareciera ser una metástasis de aquella acelerada pendiente a la barbarie, instalada como forma de existencia parasitaria, depredadora y sin sentido, entregada a la bestialización.
Tal acontecer, iniciado el 18 de octubre de 2019, también puede ser descrito como manifestación de un proceso inconsciente –en el sentido de Jung–, largamente incubado. Éste ha proseguido su curso en descenso, radicalizando la putrefacción de la materia muerta, con su oscuridad, sus miasmas y sus aguas estancadas. En ese marasmo, la violencia permanece igual a sí misma, como si fuese una fuerza autónoma ajena a la conciencia humana y, sin embargo, brotada del alma negra de Chile.
Según Jung, la conciencia arraiga en el inconsciente colectivo, surgiendo paulatinamente a partir de un originario estado de inconsciencia. La diferenciación de la conciencia es una conquista tardía del espíritu humano, pero siempre ha permanecido expuesta a los peligros del alma, e incluso a convertirse en lo contrario, cada vez que se ha apartado unilateralmente de su matriz originaria inconsciente.
Las imágenes arquetípicas –presentes en sueños, visiones u ocurrencias– corresponden a los contenidos del inconsciente colectivo. Su elaboración simbólica, a través del arte y el lenguaje, entre otros procedimientos afines a un “pensar en imágenes originarias”, hace posible la ampliación de la conciencia y del conocimiento.
El arquetipo de la madre es un contenido del inconsciente colectivo, en cuanto herencia psíquica y decantación de la experiencia de la humanidad. Pero también es una representación del propio inconsciente colectivo.
Al separarse de la madre, el hijo se despide del estado de inconsciencia del animal, a fin de realizar su ser si logra transformarse en un individuo consciente de sí mismo. Pero el anhelo de recuperar a la madre persiste, pudiendo su imagen llegar a actuar internamente como “matriz creadora de futuro”, en términos espirituales. O bien, como madre terrible; esto es, como fuerza paralizadora, marasmo, destrucción y muerte, simbolizados por el pez voraz, el envolvimiento o el devoramiento.
Sabrina Durán Montero, de 24 años, líder de una banda de narcotraficantes desarticulada, fue asesinada a tiros en la vía pública y a plena luz del día por desconocidos, en Padre Hurtado. Tras quedar tirada en el piso, en estado agónico, un hombre la remató, disparándole varios tiros. Fue una ejecución. Estaba desarmada y sola. Su vehículo fue robado por sus asesinos, pero después apareció incendiándose en Quilicura.
Cumplía una condena por narcotráfico bajo régimen de libertad vigilada asistida. Como influencer en Tik Tok, contaba con muchos seguidores. Mostraba prendas de lujo y promovía productos de pequeñas empresas.
El traslado de su cadáver desde el Servicio Médico Legal fue escoltado por un gran contingente de vehículos policiales. Después, unos 100 carabineros –normalmente ausentes para auxiliar al mayoritario resto de la población– acompañaron su cortejo fúnebre, ya que su narco funeral fue considerado de “riesgo extremo”.
Este episodio espeluznante es un índice más de la catástrofe espiritual y del marasmo en que está sepultado el país, empezando por los más jóvenes. Muchos de ellos, expuestos o destinados desde temprano, por sus propios progenitores, a la corrupción, la ruina, y la muerte violenta y vil.
El narcofascismo devora a sus propios hijos, como una madre terrible. Peor aún, es una encarnación situada de su irradiación mortal: inconsciencia carente de conocimiento, brutalización, instintividad sin espíritu, bestialización, marasmo, decadencia, ruina, disolución; hundimiento en lo materno-originario, indiferenciado y sin límites; depredación, voluntad de envilecimiento, aniquilación repetitiva y sicaria. Barbarie.
Éste es el Chile ya consumado en su autodisolución, cuya negra apoteosis coincide con el Gobierno de Boric y su horda instalada en el aparato del Estado, que no ha hecho sino prolongar la destrucción de la educación, la cultura y las instituciones, desde dentro. Su negligencia, desidia, incompetencia y autocomplacencia, han acabado siendo funcionales al avance del crimen organizado en el largo plazo.
¿Éste es el futuro de los más jóvenes en Chile? ¿Tiene sentido la vida en Chile? ¿Qué tiene este país que ofrecer, además de sus mataderos felices para consumidores?
En el marco del proyecto que crea la Fiscalía Supraterritorial, el fiscal nacional Ángel Valencia presentó un informe ante el Senado, acerca de la drástica transformación del crimen organizado en “los últimos cinco años”, sin precedentes, que muestra fenómenos criminales de carácter interregional y transnacional, con “expectativas de control territorial”. Entre otras investigaciones recientes, Valencia señaló las siguientes: “El Tren de Aragua, Los Gallegos (brazo operativo del Tren de Aragua), Los Pulpos, Los Espartanos, Los Chotas, Los Valencianos, Bang de Fujian (mafia china en la zona sur de Santiago), y el tráfico portuario en San Antonio”.
Es el fin de la piedad. Si estos hechos no encarnan una maldad enconada y ramificada, ¿qué significan? ¿Qué son? ¿Qué más debe ocurrir aún, qué otros crímenes atroces, quiebras y hundimientos?
¿Y qué tienen que decir las camarillas académicas lumpenizadas y alineadas que han justificado y alentado la violencia, la vileza y la ignorancia en estos años?
Un horizonte crepuscular, un murmullo gutural embrionario, tardío y acabado, a la vez, como en una carnicería sin tiempo y una ejecución sicaria, subyacen latentes, intermitentes y manifiestos. Pero en una línea radical y terrible que transcurre vibrante e igual a sí misma, extendiendo sus tentáculos desde un fondo negro innombrable.
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El uso del término “solidaridad” en el debate previsional ha generado confusión. Al parecer esta palabra enmascara un impuesto obligatorio que afecta a trabajadores de todos los ingresos. Usemos un lenguaje más claro y honesto para evitar malentendidos en una política pública clave.
Esperemos que quienes nos gobiernen desde marzo 2026 al 2030 no reemplacen una consigna por otra, sino por políticas públicas bien pensadas, con medidas consistentes al objetivo de recuperar la educación chilena en su capacidad de integración social y de formación para la vida.
Sin un crecimiento sostenible que se acerque más al 5%, seguiremos en un ritmo cansino, empeorando en todos los indicadores y año a año seguiremos con las mismas discusiones. Hagamos que las cosas cambien.
Que el Instituto Nacional haya pasado en 20 años de ser el noveno mejor colegio del país, según el ranking PSU/PAES, a ocupar hoy el lugar 303, no es casualidad. Es el resultado de un diseño ideológico, elaborado con premeditación y alevosía.