Primera escena: el Presidente de la República Gabriel Boric, responsable principal de las relaciones internacionales del país, ordena la exclusión de Israel de la feria de defensa y armamento aeronáutico más importante de la región, FIDAE. ¿La razón? Las acciones bélicas del estado de Israel contra la población palestina en Gaza. Aunque muchos lo critican por anteponer sus convicciones personales por sobre los intereses estratégicos del estado chileno, el presidente no recula: sabe que en la izquierda, y especialmente en su entorno, priman las simpatías por la causa palestina.
Segunda escena: apenas se encuentra el cadáver del exmilitar venezolano secuestrado en misteriosas circunstancias en territorio nacional, el presidente Boric usa sus redes sociales para blindar al Partido Comunista ante las acusaciones de complicidad y obsecuencia con la dictadura de Maduro, criticando el injusto anticomunismo latente en sectores de la sociedad chilena. Es decir, opta por reconfortar a un socio antes de enviar condolencias a la familia de la víctima o condenar su crimen.
Tercera escena: ante los cuestionamientos por el deterioro de la calidad de la educación pública, y especialmente de los liceos emblemáticos, el presidente Boric defiende el espíritu de la ley de inclusión de Michelle Bachelet, que terminó con la selección por rendimiento en dichos establecimientos, los pocos capaces de diversificar la elite chilena. El mandatario se cuadra con la tesis de Atria y compañía, la misma que defendieron cuando eran dirigentes estudiantiles: la selección escolar no discrimina por mérito, sino por origen socioeconómico, lo que es injusto para cualquier socialista que se precie de tal.
Cuarta escena: el gobierno introduce indicaciones a la nueva propuesta de “reglas de uso de la fuerza” (RUF) para el control del orden público por parte de Carabineros. Entre ellas, una que mandata a las policías a atender a la identidad de los manifestantes, en especial si son poblaciones vulnerables, como las diversidades sexogenéricas o los migrantes. La mayoría del país no puede creerlo: en medio una crisis de seguridad, el oficialismo insiste con la política identitaria, incrustada en el ADN frenteamplista, que fue rotundamente rechazada en el plebiscito constitucional del 4S.
¿Cómo se llama la película?
Cuestión de honor.
Después de una seguidilla de críticas internas, que acusaron un gobierno culposo y timorato a la hora de defender sus convicciones, el presidente fija tres o cuatro posiciones, aparentemente inconexas, pero que revelan un patrón de autoafirmación ideológico. Si bien es cierto que nuestra administración terminó siendo bastante distinta de lo que imaginábamos en un principio, parece decir Boric, no nos olvidamos de quiénes somos y dónde está nuestra base de apoyo. Punto para Winter.
Este contraataque frenteamplista está amparado en dos elementos adicionales. En primer lugar, se ha sacado poco y nada haciendo guiños a la derecha. Boric y sus ministros han pedido perdón por basurear a Carabineros durante el estallido, por su mezquindad en la pandemia, por impulsar los retiros previsionales que dispararon la inflación, y acaban de reivindicar el temple demócrata ejemplar del fallecido Sebastián Piñera, al cual le hicieron, en palabras del propio presidente, “querellas y recriminaciones… más allá de lo justo y lo razonable”. Y, sin embargo, la derecha no se inmuta. No se allana a negociar las reformas y sigue en la deriva odiosa y confrontacional. Amiga date cuenta.
En segundo lugar, se viene un ciclo electoral. A estas alturas, es poco probable que el gobierno de Boric revierta fantásticamente su magra aprobación. Pero salvo excepciones tropicales como la de Bukele en El Salvador, navegar en torno al 30% de simpatía ciudadana está dentro de la normalidad democrática contemporánea. Boric le habla a su base, a sus arbolitos. A los que postean niños masacrados en medio oriente, recuerdan la trayectoria democrática de los comunistas en Chile, creen en la importancia de los principios igualitarios a pesar de sus externalidades negativas, e insisten en que Chile tiene una deuda histórica con los grupos oprimidos. Con ellos, ellas y elles basta para plantar cara en las municipales y en lo que viene.
Si Boric sigue pidiendo perdón, piensan, ya no quedará autoestima ni dignidad. No quedará ni la base más incondicional de apoyo. Es cierto que los duros no bastan para ganar la próxima presidencial. Pero la política es una maratón. Para seguir corriéndola, hay que salvar el honor.
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