Algo es algo: En la playa

Por Juan Diego Santa Cruz, cronista gastronómico y fotógrafo
Cartagena, V región, enero 2004 (imagen de autor).

Afortunadamente, grandes y chicos seguimos disfrutando de comer congrio en alguna caleta. Gozar con el pan con tomate, bañándonos en el mar helado y caminando porque sí el largo de la playa que nos hace recordar, de tanto en tanto, que todo tiempo pasado fue mejor, pero sólo un par de semanas veraniegas al año. Algo es algo.


Aunque la nostalgia puede ser triste o abrumadora, el recuerdo de algún verano lejano suele ser reconfortante. Las vacaciones en la playa tienen la particularidad que las gozamos sabiendo que pronto llegarán a su fin, sólo para recordarnos que somos un año más viejos y que estamos todavía más distantes de ese niño sin rumbo y sonriente en sus vacaciones en la playa. Un pasado idealizado con olor a humedad de casa de veraneo recién ventilada.

Cómo no extrañar el año completo los almuerzos con el traje de baño mojado, las lecturas sobre la toalla, jugar paletas, tomar helados en palito, bañarse en el mar, tener un amor pasajero, comer cuchuflís o dormir siesta debajo de un quitasol y su arena bien helada.

Las vacaciones de balneario playero nos regalan mañanas nubladas para ir caminando lento a comprar pan fresco, largas horas para tomar desayuno mientras se despejan las nubes y para partir sin prisa caminando a la playa con el viento acercando el olor del mar hasta las narices. Ese aire marino que le da nuevos bríos al capitalino que, con un par de horas con los pies en la arena, recupera su humanidad extraviada en los tacos y las colas del banco.

Acostados sobre la toalla nos vuelven las imágenes de años borrosos y llegamos a escuchar el pregón playero de ¡hay pito, maní, barquillo, cuchuflí! Nos vemos de niño corriendo a toda velocidad por la orilla de la playa intentando elevar un avión de plumavit, escuchamos el clac de las paletas que le aforran a pelotas a punto de ser tragadas por un perro o por la ola, esquivamos a niños pegotes de pies a cabeza embetunados con los restos de un algodón, miramos mujeres hiperbronceadas, olemos el mate de los argentinos y envidiamos a pescadores muy avezados que vuelven con los lenguados colgando al cinto como pistola de cowboy, la cara repleta de orgullo y la envidia de un seguro almuerzo de reyes.

Llega la hora del sol en la coronilla y el hambre. Antes y hoy trepamos de vuelta a la casa o nos subimos a unos autos hirviendo con restos de barquillo en los asientos. Entramos raudos a abrir una cerveza, a tomar un sofisticado clery o un popular melón con vino, siempre muy helado. Minutos después el ambiente lo ponen la mezcla de humo del asado, el aceite hirviendo para las empanadas de queso y el cebollín picado para armar el pebre. O tal vez viene bien algo muy fresco como lo que Papelucho y sus amigos encontraron en vacaciones: “una mina de berros, fresquitos y sin uso. Nos tiramos al suelo y para no perder tiempo, mordisqueamos igual que las ovejas, en su propia mata, hasta quedar bien llenos”. Ricos los berros.

El almuerzo en su mejor expresión veraniega es con sabor a choclo: el chileno para hacer pastel con pino y pollo, el americano para comerle los granos pegados a la coronta con harta mantequilla o con la receta para el domingo. Ahí quedan los niños luchando contra el pellejo entremedio de los chocleros. De postre harta torta de milhojas, sandía y frambuesas con crema y sus pepas en las muelas.

Poco después estaremos de nuevo de guata sobre la arena dormitando o leyendo un libro de espías o de suspenso que nos lleve a otro mundo. Como “El Talento de Mr. Ripley”, una novela con seductoras playas italianas, triángulos amorosos, paseos en bote, asesinatos y salvadas de pellejo sobre la hora que nos pone en guardia y motivan un buen piquero para resucitar el cuerpo con el golpe de frío que acusan las canillas.

Al final de la tarde volvemos cubiertos de una invisible capa salada que es de las cosas más ricas que se pueden probar. Aproveche de chupetear a su amor eterno o pasajero y saboree la sal marina como nunca antes. A continuación, ducha tibia. Frescos como berro caminamos por la costanera, vemos la puesta de sol, comemos manzanas confitadas y hacemos una movida de camarones de río directo desde la maleta de un auto.

Es aconsejable seguir el resto del día con un gin tónica o una copa de blanco en la mano. Probablemente, algunos caerán rendidos por el sol antes de comida y hasta el día siguiente; si se es joven, podrán volver a la playa y pasar de revolcones en la ola a revolcones en la arena. Un poco más tarde despertarán su espíritu a punta de campanazos de taca taca y churros a media noche camino a la disco.

En algunos años habrá nostálgicos de encarnizados partidos de pádel, subidas matutinas de cerro, niños gozando con la mitad de la cara roja de tanto Langüetazo, rescates cuasi heroicos de salvavidas full equipo, perreo hasta las 7 am, primeros piercing y parlantes a todo volumen.

Afortunadamente, grandes y chicos seguimos disfrutando de comer congrio en alguna caleta, del olor a las almejas, de enseñarle a los niños a hacer limonada y gozar con el pan con tomate, bañándonos en el mar helado y caminando porque sí el largo de la playa que nos hace recordar, de tanto en tanto, que todo tiempo pasado fue mejor, pero sólo un par de semanas veraniegas al año. Algo es algo.

Receta para el domingo

Choclos a la parrilla

Los chilenos usamos las hojas del choclo sólo para hacer humitas pero son excelente para proteger al choclo de las llamas y así disfrutarlos asados a la parrilla. Los mexicanos lo saben hace siglos. Si le teme al ajo arriésguese con el ajo asado que es mucho más dulce y suave que en su versión cruda.

  • 2 cabezas de ajo asadas

  • la ralladura de 1 limón

  • 4 cucharadas de cilantro picado fino

  • 4 cucharadas de aceite de oliva

  • 6 choclos

  • sal y pimienta

Caliente el horno a 200ºC. Pele la mayor parte de la piel exterior del ajo pero deje toda la cabeza intacta. Recorte la parte superior del ajo para exponer los dientes. Coloque el ajo en un trozo grande de papel de aluminio, luego agregue 1 cucharada de aceite de oliva sobre los dientes expuestos y cierre el papel de aluminio formando una bolsa. Hornee durante 40 a 50 minutos, hasta que pueda perforar el centro de la cabeza con un cuchillo. Dejar enfriar un poco. Tome los dientes y apriételos para que salga el puré de ajo. Reserve en un bolo.

A continuación, combine el ajo, la ralladura de limón, el cilantro y las tres cucharadas restantes de aceite de oliva. Mezcle muy bien con un tenedor o batidor de alambre.

Abra los choclos pero cuidando no desprender las hojas de la base. Sáquele los pelos al choclo.
Cubra los choclos con la mezcla de ajo y aliños y vuelva a cerrar las hojas. Amárrelos con pitilla y luego cubra con una capa de papel de aluminio. Cocine sobre la parrilla por 30 minutos. Luego retire el papel de aluminio y devuélvalos a la parrilla hasta que se quemen un poco las hojas. Sirva de inmediato y ¡A gozar!

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