La encuesta Bicentenario UC presentada esta semana acentúa varias tendencias que se vienen observando desde hace ya un buen rato.
En materia política, la confianza en los partidos y los parlamentarios está en el subsuelo. La conflictividad proyectada por la población entre la izquierda y la derecha llega a su apogeo, al igual que la tensión percibida entre gobierno y oposición. Se ve nítido el descrédito y la polarización de una clase política vista más al servicio de sí misma que de la sociedad.
En lo social, la encuesta nos devela crecientemente ensimismados y encerrados en círculos más pequeños. Tenemos menos amigos que en el pasado y conocemos cada vez menos a los vecinos. Pocos participamos en clubes o asociaciones y confiamos menos en las personas.
Una desconfianza que nos empuja a recluirnos tanto en lo psicológico como en lo físico. Un encierro para nada voluntario, sino que consecuencia de la prevalencia del miedo por sobre cualquier otra emoción. Miedos tan concretos y crecientes como a caminar solos en la noche o hacerlo por lugares donde vivan inmigrantes.
Migrantes que, por lo demás, son responsabilizados del incremento de la delincuencia y de hacer de Chile un peor país para vivir. Aun así, según la misma encuesta, la mayoría de las personas cree que los inmigrantes con situación legal al día deberían tener los mismos derechos que los chilenos. Al parecer, más que culpar al voleo a los migrantes de nuestros males, lo que nos pasaría es que estamos enrabiados con gobiernos que no toman las medidas necesarias para impedir y controlar una inmigración desatada, inorgánica e ilegal.
Con todo, estamos abocados a lo íntimo, asustados por la criminalidad y particularmente desconfiados en el actuar de la política. Frente a ello, estaríamos apostando por confiar ciegamente en Carabineros, en las Fuerzas Armadas y en nuestra capacidad de autotutela frente a la delincuencia. Para la mitad de los entrevistados se justifica tener armas de fuego en casa para defenderse de la delincuencia y la disposición a usar la violencia física frente a robos, asaltos o daños a cercanos, es mayoritaria.
Visto así, se entiende el giro subjetivo en el temor de la población hacia gobiernos extremos que evidencia la encuesta. Si en 2019 había algo más de temor a un gobierno de extrema derecha que a uno de extrema izquierda, hoy hay bastante más temor a un gobierno de extrema izquierda que a uno de extrema derecha.
Un dato que por cierto tiene que aquilatar el mundo de la izquierda pero que debiera ser leído con particular cuidado por la derecha. Los chilenos no están anhelando la llegada de la actual oposición al gobierno. Lo que los chilenos buscan es más autoridad, firmeza e incluso autoritarismo ante lo que se vive como una crisis de inseguridad pública y de descrédito de la política. Una suerte de Bukele criollo si se quiere, el que, dicho sea de paso, entró por la izquierda.
Al mismo tiempo, la Bicentenario UC debiera abrir los ojos a la derecha sobre el país que habita. Un Chile que al mismo tiempo que pide más autoridad, no ha dejado de ser una sociedad liberal valóricamente, muy distante a la propuesta que la derecha materializó en su propuesta constitucional fracasada. Una ciudadanía que no quiere moralinas en lo sexual ni en materias reproductivas y que se expresa mayoritariamente contra la idea que se reponga la pena de muerte por crímenes graves.
Pero hay algo aún más duro de aceptar para la derecha si aspira llegar gobernar y, especialmente, a dar gobernabilidad. Y es que ciertos ecos no violentos de las demandas sociales del estallido siguen rondando entre las subjetividades mayoritarias. Entre ellas, que el universalismo de las políticas públicas tiene claramente mayor adhesión que la focalización; que la demanda porque el Estado sea responsable por el bienestar de las personas aumenta en desmedro de la responsabilidad individual; que la expectativa que haya igualdad social aumenta y que hay masiva disposición a pagar más impuestos si es que el Estado garantiza salud y educación.
Le haría bien a la derecha mirar con agudeza el mensaje que le deja la encuesta Bicentenario. Es que si mata al mensajero podría estar disparándose en el pie. ¿O no fue eso lo que ya hizo durante su propia farra constituyente?
La crisis de seguridad actual opera como telón de fondo de otros elementos de crisis todavía latentes en nuestra sociedad, que pueden convertirse en el caldo de cultivo perfecto para las promesas demagógicas, el populismo autoritario o posibles escenarios de desestabilización futura. Esta urgencia debe ser tomada en cuenta por nuestra clase política.
¿Se puede justificar que empleados públicos, parlamentarios, alcaldes, jueces y fiscales, no se hagan test de drogas? Porque si las consumen no solo tienen el riesgo de estar cooptados por narcos, sino que derechamente con su consumo son parte de la red de financiamiento de esos criminales.
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