La trágica desaparición del ex presidente Piñera nos ha puesto, inesperadamente, ante el reto de mirar su figura a contraluz, recordar las peculiaridades de su personalidad y analizar con cierta perspectiva su tarea de gobernante. Fluyen en estas horas los testimonios de quienes fueron sus colaboradores, lo cual permite hacerse una idea de la energía vital que lo caracterizaba. Muchos recuerdan que su escritorio en La Moneda estaba repleto de carpetas sobre los distintos ministerios, con etiquetas de diversos colores: sabía exactamente lo que se estaba haciendo y lo que faltaba por hacer.
Piñera contribuyó, junto a otros dirigentes, a que a las corrientes de derecha salieran de la trinchera en la que habían permanecido durante la dictadura de Pinochet. Se ha recordado que fue partidario del NO en el plebiscito de 1988, que fue el momento estelar del comienzo de la transición. El afianzamiento de la cultura de la libertad a partir de 1990, y la neutralización de los riesgos de involución, no se entenderían sin el proceso de renovación cultural vivido por la derecha.
Como presidente, a Piñera le tocó enfrentar las pruebas más duras surgidas en 30 años de democracia: hacerse cargo de la inmensa destrucción causada por el terremoto y el maremoto de febrero de 2010; reaccionar con prontitud y diligencia frente al caso de los 33 mineros atrapados en la mina San José; no perder la cabeza frente al intento de empujar a Chile al caos en octubre de 2019 y, finalmente, actuar eficazmente ante la emergencia sanitaria provocada por la pandemia a partir de 2020. Lo que corresponde es observar lo que hizo Piñera en cada una de esas complejas situaciones, y reconocer las remarcables condiciones de liderazgo y de gestión que mostró, además de los resultados conseguidos.
¿Qué fue lo más difícil de todo? Sin duda, la revuelta de 2019, que no solo causó inmensos daños, sino que trastornó nuestra convivencia hasta un punto que era inimaginable unas semanas antes. Cundió en aquellos días el discurso oportunista que justificaba las demasías en nombre de la igualdad. En el núcleo de la ofensiva por llevarnos al despeñadero, estuvo la despreciable campaña de odio contra Piñera que promovió la izquierda golpista, aliada con el lumpen. Se buscó crear entonces la imagen internacional de que había surgido en Chile un nuevo dictador. Hoy sabemos algo más sobre la catadura moral de quienes encabezaron los actos de vandalismo.
El duelo no puede neutralizar la verdad. En el segundo gobierno de Piñera, la oposición temió que tuviera éxito. Y había base para una gestión fructífera, pues en su primer año, el 2018, la economía había crecido 4%, luego del 1,6% de promedio del segundo gobierno de Bachelet. En los hechos, los opositores se propusieron “demostrar” que la derecha no podía ni debía gobernar. Quedó a la vista la ansiedad por volver al poder a cualquier precio.
Durante el octubre negro, el predicamento aplicado por el Frente Amplio y el PC fue este: “Contra Piñera, todo vale”. Y los partidos de la antigua Concertación validaron esa desquiciada manera de hacer política. Tiene razón Pablo Ortúzar al recordar que la izquierda “hizo una canallada tras otra durante la pandemia”. El año pasado, Gonzalo Blumel, exministro del Interior, dijo que una parte de la izquierda trató de derrocar al gobierno de Piñera en 2019. Sobran las evidencias. ¿Y qué hizo el resto de la izquierda? Observó con interés. Vimos entonces las peores expresiones de deslealtad con la democracia.
Se pueden criticar con razón algunas de las decisiones de Piñera en aquellos días, como haber cedido a la presión demagógica por reemplazar la Constitución, pero corresponde valorar su entereza para defender el Estado de Derecho. No retrocedió ante la turbia actitud de sus adversarios ni se dejó desmoralizar por las flaquezas de los aliados, algunos de los cuales repetían el discurso biempensante de la justicia social y tomaron distancia del gobierno.
En los días más oscuros de la barbarie, con las fuerzas policiales sobrepasadas en las calles, Piñera hizo todo lo que estuvo de su parte por evitar una masacre. El país, pese a todo, no se descarriló, las libertades no sufrieron merma, las elecciones de 2020 y 2021 se realizaron conforme a la ley, la economía siguió teniendo bases firmes y las instituciones no dejaron de cumplir su tarea. Además, el modo en que el gobierno de Piñera enfrentó la pandemia obtuvo reconocimiento internacional. Y fue un logro social indiscutible que alcanzara a materializar la Pensión Garantizada Universal.
Los expertos en demolición se sorprendieron en los últimos tiempos por el hecho de que la imagen de Piñera se hubiera recuperado, como quedaba de manifiesto en las encuestas en las que era mencionado espontáneamente como posible candidato presidencial. Aunque había declarado que no tenía intenciones de competir de nuevo, debe haber sido satisfactorio para él constatar la valoración ciudadana, llamativamente alta entre los jóvenes y los grupos vulnerables.
Piñera contribuyó a la recuperación de la democracia y mostró una limpia actitud de cooperación con los gobiernos de la centroizquierda. Fue un hombre de diálogo tanto desde la oposición como desde el gobierno. Entendía que el país necesitaba grandes acuerdos para progresar, y los alentó resueltamente. El Chile moderno es inconcebible sin su enorme contribución. Mostró temple democrático en los tiempos más difíciles. Con una voluntad impresionante, se ganó un lugar honroso en nuestra historia.
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