En Chile, los variados gobiernos se han inspirado en diferentes naciones del mundo: educación en Finlandia; salud en Inglaterra, aunque otros miran Holanda; por la convivencia con la naturaleza y el reconocimiento de los pueblos indígenas, Nueva Zelanda; para el emprendimiento, Estados Unidos; por el Estado de Bienestar alguna nación europea -más del norte que del sur. El listado es tan extenso como los múltiples anhelos que caracterizan a una sociedad diversa.
Solo hay un factor común: dichas inspiraciones se basan en algún país “desarrollado”. Pero al no existir un consenso absoluto sobre todos los criterios para calificar el desarrollo, tenemos múltiples ejemplos.
En lo que no hay dos opiniones es que, si nuestro crecimiento es bajo, hace difícil la convergencia a cualquiera de estos ejemplares países. En la teoría de crecimiento económico y también de desarrollo humano, la tesis para nuestra situación es que los países de ingreso medio tienden a crecer más rápido que los países ricos, de manera que las economías convergen a su nivel de estado estacionario. Dependiendo de la velocidad del crecimiento alcanzado, dependerá la cantidad de años necesarios para cerrar la brecha de los índices de desarrollo humano, como del PIB per cápita; es decir, mejorar el bienestar de las personas.
¿Cuánto puede crecer Chile en el largo plazo? La respuesta es clave, no solo por mirar de arriba aquel potencial crecimiento, que muchas veces se encuentra contaminando por shocks transitorios que no nos permiten ver el bosque, pues el crecimiento tendencial es el que nos dará el horizonte de tiempo para acercarnos, de cierta manera, a los variados anhelos ejemplificados en las diferentes naciones.
¿Cómo lograr más con los mismos recursos productivos? Lamentablemente, acá tenemos una mala noticia -y un poco desapercibida-, pues el crecimiento tendencial siguió bajando. El Banco Central, la Comisión Nacional de Evaluación y Productividad, el Comité Experto del Ministerio de Hacienda han hecho sus cálculos de cuánto es el crecimiento a largo plazo en el país. Estamos cerca del 2% –es decir, en términos per cápita, aspiramos a un magro crecimiento de 1%–, toda una catástrofe en términos de oportunidades y bienestar. Evidentemente, nadie puede esperar tener un crecimiento potencial como el que tuvimos en alguna parte de los 90 de 7%, incluso 5% es muy alto, pero 2% es bajo y dificulta esta convergencia hacia los niveles de países desarrollados. ¿Cuánto crecieron los países OCDE que superan a Chile en PIB per cápita en los años posteriores al que alcanzaron el PIB per cápita chileno actual? Si dividimos en cuatro cuartiles de países, estaríamos entre el grupo con peor desempeño y el segundo cuartil (Vergara y Fuentes 2019). Pero uno esperaría estar más cerca del tercer cuartil, que sería algo así como un 3,5% de crecimiento, y así obtener una convergencia más rápida.
A esta velocidad tardaremos casi cuatro décadas en llevar nuestro PIB al doble, pero la necesidad de mejorar la calidad de vida y de fortalecer los derechos sociales es hoy. Es totalmente insuficiente para la apremiante necesidad de generar mayores niveles de empleo y mejoras de salario, así como ampliar las holguras fiscales en favor de encarar los más urgentes desafíos sociales.
¿Qué hacer? Sin duda que se requiere una señal firme de que el crecimiento es una prioridad, lo que implica implementar una agenda de reformas que apuntalen nuestra capacidad de crecer a largo plazo. Por eso, la agenda de productividad con 46 medidas recientemente lanzada por el gobierno es muy bienvenida. Pero, lamentablemente esta adolece de la primera y más urgente medida: un plan robusto de reactivación educativa. Pues venimos de una pandemia mundial y ostentamos el triste récord entre los países de la OCDE que más tiempo tuvo sus escuelas cerradas. En consecuencia, tendremos una fuerza laboral con menos habilidades, lo que tendrá un impacto estimado en una disminución del 5,5% del PIB por los próximos 80 años, lo que corresponde a más de un 300% del PIB actual de Chile (Estudio CEP: Crisis educacional escolar pospandemia). Pues no basta solo con una agenda de productividad: urge un plan robusto con líneas de acción integrales para la recuperación educativa, que hasta el momento no lo tenemos.
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