“Renta también es para ti” fue el slogan que el Servicios de Impuestos Internos (SII) escogió este año para incentivar la declaración de dicho impuesto durante abril. ¿Para mí también? ¿en serio? Quizás cuantas personas se harán esa pregunta mientras siguen con interés y devoción los pasos del ministro Mario Marcel en la tramitación de la reforma tributaria -ahora- pacto fiscal, que en julio de 2022 buscaba recaudar 4,3 puntos del PIB y hoy, a punta de golpes de realidad, pasó primero a 2,7 puntos, después a 1,5 puntos, para terminar probablemente en…bueno, todos sabemos dónde.
El tema no es que Chile no necesite una reforma tributaria. El problema es que llevamos años enfocando mal el problema. La recaudación fiscal (no los ingresos fiscales) no es excesivamente alta, es relativamente estable y cercana al 20,5% del PIB en promedio desde el año 2010 a la fecha. ¿Es muy distinta al promedio de la OECD? Una vez descontado el aporte a la seguridad social (para medir peras con peras), la brecha se aproxima a los 5 puntos del PIB. Por lo tanto, el diagnóstico es correcto: Chile tiene una recaudación tributaria menor a la de los países más desarrollados: el Estado necesita más si queremos entregar servicios públicos acordes a un país desarrollado.
Pero llevamos más de 30 años intentando solucionar este problema como Robin Hood: cobrarles más a los ricos, para que el Estado redistribuya hacia los pobres. Y los ricos son siempre los mismos. Las empresas, por definición entes sin rostro, y un grupo de personas -donde por supuesto uno nunca está incluido- y sobre los cuales siembre hay un juicio de valor: no están pagando suficientes impuestos.
Sin embargo, al mirar los datos -cosa que en los últimos años se ha transformado casi en una herejía a la hora de diseñar políticas públicas- nos damos cuenta de que, al compararnos con el mismo grupo de países, nuestro sector empresarial paga relativamente mucho más impuestos, llegando a representar cerca 6% del PIB versus un 3,3% promedio en la OECD. Esto es tanto por la tasa única del impuesto corporativo, como la marginal sobre capital. O sea, es claro que seguir subiendo el impuesto al capital, no es la receta (dato útil al margen: el capital también es móvil).
Veamos otros impuestos entonces: ¿es el IVA o impuesto al consumo el problema? No, tampoco va por ahí. No hay brechas significativas cuando nos comparamos por otros países y, al contrario, Chile se destaca hace años por tener un sistema de impuesto al valor agregado que no genera distorsiones en precios relativos al ser un impuesto con tasa única, con baja tasa de evasión y que se ha modernizado en el tiempo, ampliando su perímetro hacia el mundo de servicios exentos históricamente sin razón.
¿Qué más? Los impuestos a la propiedad o al patrimonio no son de mi gusto -y al parecer de nadie, según muestra la evidencia reciente-, ya que siempre van sobre un stock de riqueza ya tributado, y en un mundo con cuentas de capitales nacionales más abiertas, la competencia no es una buena aliada de la recaudación fiscal. Además, hoy Chile no tiene diferencias significativas con sus pares más desarrollados.
Siempre están los impuestos pigouvianos al rescate: necesarios, útiles y cada vez utilizables sobre un espectro más amplio de externalidades. Si en un principio estaba el tabaco, alcohol y combustibles, ahora podemos ir incluyendo azúcares, plástico, sal, grasas saturadas…la lista de externalidades negativas a tributar es alta, pero la recaudación efectiva acotada.
Entonces, ¿por dónde va la cosa? Pues por donde nadie quiere: por el bolsillo de las personas. Los impuestos personales -en los últimos diez años- representaron en promedio un 1,7% del PIB versus el 8% en la OECD. Ahí están prácticamente toda nuestra brecha tributaria. Las personas en Chile pagan poco impuesto sobre sus ingresos.
Pero ¡cómo se atreve a decir eso, si la tasa marginal llega al 40% y más encima la quieren aumentar! Tienen toda la razón. No es que se pague poco, es que son muy pocas las personas las que pagan impuesto sobre la renta. Por eso nuestro enfoque ha sido el equivocado.
¿Estamos atrapados? ¿Qué pasaría si miráramos el problema con desde una visión de largo plazo? La solución pasa por reconocer que en el corto y mediano plazo no tenemos la capacidad de aumentar los impuestos y abandonar esa retorica: no más alzas tributarias por un buen tiempo, independiente del gobierno de turno. No es realista incrementar el impuesto a las personas y el impuesto a las empresas debe simplificarse, y en algún momento, tratar de reducirse. Ese es el primer paso.
Lo segundo es acotar las expectativas de gasto. Detener las promesas de incremento de gasto fiscal, porque cualquier otra cosa es irresponsable. Tercero, priorizar las necesidades futuras, y con ello, revisar el gasto comprometido. No es posible tener un Estado donde más del 90% de sus ingresos están “pegados” y sean inflexibles a la baja. Esto pasa recortar por el empleo público, donde todo intento de modernizar el Estado se derrumba.
Finalmente, priorizar el crecimiento. No es retórica: crecimiento implica mayor recaudación fiscal directa, incremento en la masa salarial, en la formalidad laboral y, por ende, una posibilidad futura de ir cerrando la brecha en los impuestos personales. Por ahí va la cosa. Claro, es más lento y difícil, pero es correcto.
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