Septiembre 2, 2023

Sistemática destrucción de escuelas: el huevo de la serpiente no muere. Por Lucy Oporto Valencia

Filósofa y ensayista
Lugar de destrucción de una escuela básica, una sede social, una posta rural y una iglesia en Traiguén a principios de agosto. Foto: Agencia UNO.

La metódica destrucción de escuelas es comparable a la quema de libros bajo regímenes totalitarios. Y también al crimen organizado, en cuanto al daño moral extendido en el tiempo, implicado en la violencia perpetrada desde su racionalidad instrumental que, no obstante sus calculadas proyecciones futuras, de suyo, no piensa.


“Obsceno”, del latín obscenus: 1. Término de la lengua augural: de mal agüero, infausto, desfavorable, siniestro, ominoso, funesto, fatal. De ahí, en la lengua corriente: de aspecto feo u horroroso; que se debe evitar u ocultar. 2. Sucio, inmundo, contaminado, repugnante, asqueroso. 3. Aplicado a las partes sexuales o excretoras. 4. Aplicado a lenguaje, declaraciones o conducta: indecente, lascivo.

Obsceno, descarnado, enorme es el devenir de esta putrefacción, disolución, ruina y reducción a la nada de todo lo que hay, desde dentro de Chile.

En estos últimos años, la destrucción de escuelas ha sido sistemática. Un informe dado a conocer por el exministro de Educación Raúl Figueroa revela que, en un año, a partir del 18 de octubre de 2019, fueron atacadas 129 escuelas en Chile (ex‐ante.cl, 21.10.20).

Otro informe señala que, entre 2018 y junio de 2023, fueron quemadas 25 escuelas rurales, mayoritariamente en la región de La Araucanía (ellibero.cl, 17. 6. 23).

Y durante agosto, la organización Resistencia Mapuche Malleco quemó tres escuelas en la región de La Araucanía, a pesar del estado de excepción constitucional de emergencia y del diluvio que azotó la zona centro sur. La primera fue quemada el 2 de agosto, en Añiñir, junto con otras instalaciones indispensables (ex‐ante, 2. 8. 23).

Si los hechos señalados –entre otros–, no son actos de maldad y manifestaciones de una anomia persistente, de una impunidad autocomplaciente, de una psicopatización creciente, ¿qué son?

En el Chile postmoderno que enaltece las tinieblas del alma como trofeo y legitima la barbarie entendida como una fiesta, la discusión ética ha sido reducida a mera excrecencia reactiva de luchas entre facciones políticas, cuyo único horizonte es ganar, en lugar de abocarse a esclarecer el fondo del mal que destruye al país.

Así, dicha reflexión ha sido desplazada por posiciones unilaterales relativas a la “superioridad moral”, lo “moralizante”, la “moralina”, o los llamados “temas valóricos” (“valórico”: un término que ni siquiera figura en el diccionario de la RAE), con sorna, desprecio desde más allá del bien y el mal, o exaltación fanática, según el caso, como si la capacidad de distinguir entre el bien y el mal fuese una estupidez, una preocupación infantil, o un estorbo para la “madurez” y el “realismo político”.

Pero cuestiones como la libertad, la responsabilidad moral o el libre albedrío suponen una conciencia, una capacidad introspectiva, analítica, de discernimiento y de decisión. Son elaboraciones indispensables para una constructiva forma de trato humano, para enfrentar dilemas morales dados en la experiencia, y para el desarrollo espiritual, cultural y material de un país, que dependen de la profundidad y alcance de la educación. No basta con una inteligencia funcional o especializada. Es necesario un espíritu más vasto que la fundamente y realice.

La reducción de tal discusión a esa misma putrefacción y disolución entraña una siniestra aspiración a la extinción de todo sentido moral. Así, la libertad absoluta alcanzaría su máxima realización en lo ilimitado, indiferenciado y carente de identidad, propio de los psicópatas: libertad para depredar, pervertir, envilecer y matar.

Se pudre la “primavera de Chile”, que desde antes del principio contenía el germen de su autodestrucción, y cuya metástasis se exhibe ahora sin pudor. Se pudre inexorablemente, dando paso al rigor mortis y sus criaturas, con el avance paulatino de una deriva autoritaria, largamente sumergida en las sombras, pero irreductible en su victoria inherente a la barbarie desplegada desde la asonada de octubre de 2019: polarización creciente, obscenidad triunfalista, pinochetismo orgulloso de sí, apología estridente del golpe de Estado.

El huevo de la serpiente no muere: Chile no cambia.

La metódica destrucción de escuelas es comparable a la quema de libros bajo regímenes totalitarios. Y también al crimen organizado, en cuanto al daño moral extendido en el tiempo, implicado en la violencia perpetrada desde su racionalidad instrumental que, no obstante sus calculadas proyecciones futuras, de suyo, no piensa.

Obsceno, descarnado, enorme es el abismo de Chile, esta pendiente de disolución que expande su núcleo desde raíces pervertidas en monstruos: crimen organizado, terrorismo, extinción del conocimiento mediante la destrucción de escuelas y otros espacios. Perpetuación de la impunidad. Hundimiento del espíritu, en cuanto vacío de todo fundamento y renuncia a la capacidad de pensar.

Psicopatización y avance del narcofascismo: sistema totalitario de ocupación territorial, basado en la expoliación, envilecimiento y aniquilación de terceros, jóvenes, sobre todo, a partir de la explotación de un sentido de pertenencia tribal a un todo indiferenciado, y de una identidad exterior y funcional a la pervivencia de su estructura sin alma, de su psicopatía inherente y deseada, de su maldad sustancial absoluta.

Lo real es la terrorífica violencia en curso y sus derivaciones impensadas. Así también los fenómenos naturales que configuran la misérrima escena humana del desastre en su desidia: incendios forestales y tierra arrasada; diluvios y socavones imposibles, desbordamientos e inundaciones, arrasamiento de viviendas y puentes. Como los tristísimos animales de Chaitén, en 2009: cubiertos por las cenizas del volcán en erupción, sin alimento ni agua, muchos quedaron abandonados a su propia suerte, matándose y devorándose entre ellos.

Todo lo demás es inconsistente y falso: una impostura calculada para ganar. Allí donde la imagen no es ya la cifra de un misterio inefable, ni el significado de una verdad oculta, ni el fondo de una realidad desconocida, sino una ilusión espuria sin término: manipulación, engaño, traición y muerte.

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