Cuenta presidencial y el otro yo del presidente. Por Cristián Valdivieso

Director de Criteria
Crédito: Agencia Uno.

En un camino sin retorno, desvestido de su otro yo, el presidente se apronta a su tercera cuenta pública. Un camino tan doloroso como necesario para Boric, el político de los próximos 30 años. Doloroso porque tendrá que traicionar a su propia historia e irritar a su barra brava. Necesario porque sin esa metamorfosis, sin dejar atrás su antiguo yo, el mandatario no podrá dar el paso definitivo a la adultez política, más allá de estos primeros cuatro años de entrenamiento.


Más que desterrar al perro “Matapacos”, el presidente, en la previa de su tercera cuenta pública, intenta desterrar a su otro yo. Ese otro yo que él mismo ha decidido bautizar como su yo activista, en contraposición a su actual yo presidencial.

Gabriel Boric parece haber llegado al convencimiento de que antes de ser presidente, su motivación en política era distinta a la de hoy. Como presidente, se siente responsable de resolver problemas del conjunto de la sociedad. Sin embargo, como activista y diputado, se veía a sí mismo llamado a visibilizar ciertas causas sin ser responsable de resolverlas.

Al hablar de un anterior Boric (su otro yo), el presidente apuesta a instalar un antes y un después. Matar al “Matapacos” y relegar al activista que fue son parte de una estrategia para legitimar su figura presidencial de cara a la cuenta pública de unas semanas más. Aunque La Moneda llegó tarde a esta conclusión, el equipo del presidente tuvo que aceptar lo obvio: el problema central de Gabriel Boric hoy es que como presidente no resulta creíble para la mayoría de la sociedad.

El dilema es que, si no resulta confiable, por más que hable horas con su elocuencia e histrionismo sobre seguridad y crecimiento económico, la ciudadanía recelará de la legitimidad de sus palabras y acciones. ¿Y por qué no es creíble? Porque mientras no se despoje verosímilmente de su otro yo, seguirá siendo más un activista que un presidente, un promotor de la denuncia, pero desacreditado para los anuncios. Su pasado lo seguirá lacerando en su presente, despojándolo de la credibilidad requerida para hablar de seguridad, crecimiento y nuevos anuncios el primero de junio.

Finalmente, La Moneda parece haber aceptado una máxima de la comunicación política contemporánea: nadie puede ser creíble vistiendo dos ropajes tan distintos en un mismo cargo. Jugar a amanecer con la bandera del crecimiento para soñar con terminar con el capitalismo es un juego absurdo. Ladrarle a la misma delincuencia que luego indulta es un baile de máscaras que contenta a unos pocos y niega la posibilidad de ser escuchado por las mayorías.

Mirado en perspectiva, el costo de generar ruido en su propia base de apoyo cuestionando su actuar y la simbología “matapaquina” de su anterior rol es menor y posiblemente circunstancial comparado con no poder penetrar discursivamente en la mayoría. Si exorcizar al perro le significó perder seis puntos de aprobación en la encuesta Cadem de una semana, pero el beneficio fue que la mayoría señaló que el presidente sí está ocupado de resolver los temas de seguridad, el riesgo valió la pena.

En un camino sin retorno, desvestido de su otro yo, el presidente se apronta a su tercera cuenta pública. Un camino tan doloroso como necesario para Boric, el político de los próximos 30 años. Doloroso porque tendrá que traicionar a su propia historia e irritar a su barra brava. Necesario porque sin esa metamorfosis, sin dejar atrás su antiguo yo, el mandatario no podrá dar el paso definitivo a la adultez política, más allá de estos primeros cuatro años de entrenamiento.

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