En “Fantasía” (1940), el clásico animado de Disney, Mickey Mouse, convertido en aprendiz de brujo se queda solo en el taller del mago viejo y poderoso para el que trabaja. Su tarea es limpiar el lugar, pero astutamente usa el libro de encantamiento del maestro para lograr que las escobas se muevan solas, y los baldes se llenen también solos de agua. Pero muy luego pierde el control de su propio encantamiento y el agua se convierte en olas y más olas que llenan toda la habitación consiguiendo un verdadero maremoto que Mickey, a pesar de leer y leer el libro mágico en medio de la tempestad, no puede calmar. Finalmente vuelve el brujo y con el control de la marea todo vuelve a la normalidad.
La figura de aprendiz de brujo es la que el propio Gabriel Boric eligió para sí mismo. O es la que le eligió el destino, pero que terminó por aceptar sin chistear como suya. Lo conocimos, después de todo como estudiante. Eso fue hasta convertirse en diputado y luego hacerse presidente. Sin hijos, ni examen de grado, ni experiencia profesional independiente, su estatus de eterno estudiante es para la oposición un evidente regalo. Un estatus contra el que el propio Boric no se rebela, sino que utiliza como un mantra: Si alguien se le olvida que está aprendiendo, el recuerda cómo está cambiando, cómo ya no es el mismo que cuando fue diputado, sino que puede ser hasta todo lo contrario.
Después de dos años de un gobierno ni tan bueno (ni tan malo), el presidente sigue aprendiendo. “Está mejorando, viste como se sacó un siete la otra vez. La otra vez se sacó un tres, y la otra no llegó a la prueba, pero es joven y carretea, y se rebela, como todos los jóvenes, pero quiere aprender. Lo estamos reforzando, le contratamos los mejores profesores particulares”. Profesores particulares que pueden ser la expresidenta Bachelet y el expresidente Lagos y otra serie de viejos sabios ante la que su gentil alma provinciana se extasía en público y en privado.
Astuto, sabe que hay ramos que le cuestan más que otros, y otros para los que no tiene habilidad alguna (los con números), pero deja en claro cada vez que puede su voluntad de llegar hasta el final del curso. Sabe qué es lo que más agradecemos los profesores, los alumnos que nos toman en serio. Esa fue al menos la táctica que me salvó en matemática y educación física: La buena voluntad que compensa de alguna manera la incapacidad.
Como la mayor parte de los estudiantes, solo cuando los profesores no lo vemos vuelve a ser él mismo: Salvaje, solitario, poético, y errático. En el recreo se desordena y amnistía. Se despeina todo lo que puede en el patio y vuelve a mojarse el pelo y peinárselo muy peinadito cuando suena la campana. Ahí se forma y espera las preguntas para responder a veces bien, a veces mal, a veces cualquier cosa, pero todo con inmensa buena voluntad que exagera lo que puede: más triste que la viuda en el entierro, más alegre que el cumpleañero en el cumpleaños, más compañero que todos los compañeros y más carabinero que todos los cabos primeros juntos.
Para seguir con las metáforas cinematográfica, el presidente Boric me recuerda más que al Mickey Mouse del aprendiz de brujo, a Tom Cruise de “Negocios riesgosos” (1983). La historia es la misma que la del dibujo animado de Disney (que se basa asimismo en un poema de Goethe), un joven impecable, simpático pero acelerado que se queda solo en la casa sin adultos. Famosa es la escena en que con calzoncillos, camisa y calcetines baila y canta en el salón vacío como solo bailamos y cantamos los que medimos menos de un metro setenta (condición que también comparto con el presidente). La película cuenta la manera arriesgada como el personaje pierde una de las joyas de la familia: rompe su auto, pero logra, convirtiendo su casa en un lugar de fiesta, financiar el desastre y mantener la ilusión de que no ha pasado nada en la ausencia de sus padres.
Pero aquí no hay padres que lleguen, como no hay tampoco brujo mayor que mejore los desperfectos que dejó Mickey a su paso. Tampoco es el presidente Boric un estudiante y mucho menos un niño (tiene 38 años). Ni somos, ni podemos ser los ciudadanos sus profesores. De alguna manera ese poder de dar lecciones lo usamos antes con el expresidente Piñera que era otro tipo de niño que el presidente Boric, pero era un niño también. O quizás seamos nosotros los niños, incapaces de conseguir al menos una relación madura con la política y los políticos.
Necesitados de infantilizar a los que nos gobiernan, este presidente, que estudia para ser presidente, cuando grande nos resulta finalmente cómodo. Fácil de despreciar, pero complicado de odiar, no lo tomamos en serio ni del todo en broma, solo lo reprobamos lo suficiente para que tenga que dar exámenes en marzo y así cagarle las vacaciones.
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