Cuesta arriba se ve el camino para que la segunda propuesta constitucional llegue a puerto. ¿Muy difícil? Sin dudas. ¿Imposible? “Yo sé que no hay nada imposible” dice la canción. De acuerdo con la encuesta Criteria de esta semana, las subjetividades mayoritarias de la población están claramente inclinadas a irse en contra del texto: 30 puntos separan a una y otra opción con 34% de indecisos. Números tan complejos como los que ha mostrado Cadem: 25 puntos de distancia, con un “en contra” sobre el 50% hace meses y un menor número de indecisos.
Complejo escenario que esta semana el mundo político, incluida la Comisión experta, se encargó de reforzar al salir a confrontarse políticamente por los contenidos del texto. “La culpa es de la izquierda” dicen unos, “es de la derecha” dicen otros, espoleando aún más la rabia de la ciudadanía con la clase política y alimentando las ganas de rechazar lo que de ellos venga.
En fin, ¿es razonable pensar en que se puede dar vuelta una elección cuando, como ha señalado Alfredo Joignant, no se conocen casos donde en 60 días se hayan revertido diferencias tan amplias en elecciones binarias?
Visto así, no tiene nada de razonable pensar que el escenario se pueda dar vuelta, por lo que sólo un milagro, o una milagrosa buenísima campaña, podría salvar del despeñadero este segundo proceso.
Para pensar en el milagro, el mundo que ve con buenos ojos que se apruebe el texto tiene que entender que, o se alinean y se dejan de escaramuzas o ninguna campaña logrará instalar otro mensaje que no sea reforzar lo que la mayoría de la población percibe: que esto es un negocio de políticos para los políticos. Por ahora, el contenido brilla por su ausencia y los políticos destacan por su presencia. O sea, el mundo al revés de lo ocurrido para la campaña del rechazo. En política la memoria es corta y dura lo que dura el susto. Eso de base.
En segundo lugar, lo que el manual recomienda es mirar a los indecisos. Si la campaña no convence a los que dudan, menos mascará algo entre el grupo rechacista que, por ahora al menos, no titubea.
Las personas indecisas, en general, pertenecen a segmentos socioeconómicos más bajos que la media de la población. Con voto voluntario preferían no votar y su identificación con las lógicas de derechas o izquierdas es particularmente baja. En su mayoría, votaron rechazo en el plebiscito de salida y en muchos casos Republicanos el 7 de mayo. ¿Por qué entonces están indecisos? Entre otras cosas, porque en una importante medida su voto obligado el 4S y el 7M fue para dar una señal en contra de toda la clase política y del encastillamiento constitucional en que la ven.
Hoy, tienen tan mala opinión del Consejo constitucional como tienen quienes están en contra y, al igual que ellos, creen que el texto que de ahí emane estará lejos de lo que la mayoría de personas quiere. Se asimilan también a quienes están “en contra” en que perciben que los mayores beneficiados en caso de aprobarse el texto serán las grandes empresas y los políticos.
Toda la rabia e incredulidad con la política que caracteriza a estos indecisos, se condimenta de elementos que hoy no ven pero que sí podrían ayudar a cambiar sus juicios si se visibilizaran. Valoran la libertad de elegir entre educación privada y pública y la consagración de un estado social y democrático de derecho.
Muy seductora les parece también la idea de reducir escaños parlamentarios y la eliminación de partidos políticos con baja votación. Particularmente entre los indecisos, pero de manera transversal, de una u otra forma, la mayoría ciudadana quiere quitarle poder a los políticos.
Pero hay más. Al indagar en lo que imaginan que pasará luego del plebiscito, al igual que quienes están a favor, los indecisos tienden a pensar que protestas y un estallido social podrían volver en caso de que ganara el “en contra”.
Anhelan mayor certidumbre y, puestos frente a la dicotomía, tienden a proyectar más estabilidad, menor conflictividad social, mejores perspectivas económicas y de control de la delincuencia en caso de ganar el “a favor”. ¿Entonces por qué están indecisos? En primer lugar, porque no confían en los mensajeros. El medio es el mensaje y los voceros, esta vez son los políticos. En segundo lugar, porque los posibles beneficios aparecen en el fondo y la trifulca política en el centro. Y, también, porque, en alguna medida, temen una arremetida conservadora en temas valóricos.
En fin, no creo en milagros. Sí en las buenas campañas.
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