A casi un mes del conflicto Hamas-Israel, es imprescindible una recapitulación de sus aspectos más salientes: son más intrincados de lo que a primera vista parece.
El ataque por tierra, mar y aire ejecutado por Hamas, Hezbolá y la Yihad islámica el 7 de octubre pasado significó más de 1.000 terroristas masacraron en pocas horas a más de 1.400 personas: las víctimas fueron asesinadas a mansalva, habiendo sido objeto de decapitación, mutilación, tortura, violación y otros ultrajes indescriptibles. Además de los miles de muertos y heridos, 232 personas fueron tomadas como rehenes incluyendo niños y lactantes (no hay precedente de otra toma tan grande de rehenes en la historia moderna). Sobre la sobrevivencia, ubicación y condición actual de estos rehenes, de 25 nacionalidades diferentes e incluyendo dos de origen chileno, no existe información.
La respuesta de Israel a este ataque ha sido un doble operativo: rescate de rehenes, por un lado, y por otro, ofensiva contra Hamas en Gaza, a pesar de que allí los objetivos militares han sido a propósito ubicados de modo inseparable de objetivos civiles (el derecho internacional obliga a distinguir entre ambos, a fin de minimizar el daño a los últimos). Israel acusa a Hamas de usar hospitales y escuelas para camuflar infraestructura terrorista (cuarteles, plataformas de lanzamiento de cohetes, o puntos neurálgicos de una red de túneles similar a una red de metro, y que permite salir de Gaza por vía marítima).
Para construir esos túneles y entrenar combatientes, Hamas recibió asistencia de Norcorea, y la Yihad islámica, de Irán. Hezbolá, por su lado, tiene un campo de entrenamiento en Venezuela. Estos grupos terroristas, además, recurren al narcotráfico para financiarse.
El rol principal en esta guerra corresponde a Hamas, y hay que reiterar que Palestina -en su diversidad- y Hamas no son asimilables. Éste último movimiento busca instaurar la ley islámica, sin admitir la existencia ni de judíos ni de cristianos, ni tampoco la democracia, o la igualdad entre hombres y mujeres (recordemos cómo viven las mujeres en Irán). Hamas gobierna hoy Gaza, es cierto, pero no por voluntad popular. Los gazatíes los integraron al parlamento hace 17 años, y luego Hamas perpetró un golpe de estado en Gaza contra la Autoridad Palestina, que sí tiene la legítima representación de Palestina, ha liderado el trabajo por la legítima autodeterminación del pueblo palestino, y admite que Israel puede existir.
La administración Netanyahu se ha propuesto eliminar enteramente a Hamas, objetivo prácticamente inalcanzable, considerando su estructura y apoyos. La imposibilidad de separar objetivos militares y civiles en Gaza no ha detenido este empeño israelí, ni el hecho que huir de allí sea imposible para la mayoría de la población mientras Egipto se niegue a abrir su frontera (aunque Al Sisi, el dictador egipcio conocido como “el Pinochet del Medio Oriente”, está recibiendo ofertas para cambiar de idea).
Tampoco ha detenido el esfuerzo israelí el hecho que los líderes de Hamás vivan lejos de Gaza (en Qatar), desde donde declaran su agradecimiento a… Vladimir Putin. Hamas considera a Rusia “su amigo más cercano”, y el operativo terrorista contó con armas rusas y chinas (entre los 2.500 cohetes lanzados).
Gaza es un enclave pequeñísimo, donde 2,3 millones de habitantes están hacinados en una franja de de 40 kms de largo y 12 kms de ancho. Combatir terroristas ahí es muy distinto que hacerlo en Afganistán u otro territorio con extensiones amplias, alejadas de centros urbanos.
Por un lado, los bombardeos han causado la muerte de más de 8 mil personas, en su mayoría mujeres y niños; cifra que seguirá subiendo, sin agua, electricidad, insumos ni lugar seguro donde la mayoría de los gazatíes, que no son ni terroristas ni islamistas, puedan escapar. Por otro, el intento de rescate de rehenes ha resultado mayormente infructuoso: si éstos viven aún, los túneles pueden haberlos llevado muy lejos.
Mientras todo esto sucede, los líderes de la alianza terrorista formada por Hamás, Hezbolá, y la Yihad Islámica (“el Eje de Resistencia”, como se llaman a sí mismos), no están escondidos en ninguna incómoda cueva montañosa. Al contrario: lejos de Gaza, dan confortables entrevistas en vivo a grandes medios, y a través de portavoces, informan que evalúan conjuntamente las posiciones que se están adoptando en torno al conflicto, y lo que cada uno debe hacer para lograr “una victoria real para la resistencia” en Gaza. Los tres grupos coinciden en la destrucción de Israel como objetivo común.
Estamos ante un verdadero punto de inflexión. Si este “Eje de la Resistencia” -terrorista e islamista- derrocara a la Autoridad Palestina ene Cisjordania (desprestigiada por corrupción, pero que aún gobierna al 90% de la población palestina) para erigirse como representante de toda Palestina, las cosas rápidamente podrían empeorar. Además, la propagación de la guerra a otros países de la región (Líbano, Jordania, Irak, Kuwait, Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Yemen y Siria, donde Rusia tiene bases), es un peligro real. Por algo Estados Unidos está enviando de defensas antimisiles a varios de estos países.
El derramamiento de sangre no de un mes, sino de varios siglos, demuestra que no existe una solución militar a este conflicto. No considerar que la seguridad de Israel y el derecho a la autodeterminación de Palestina son dos caras de una misma moneda ha sido un gran error en las últimas décadas.
El terrorismo es una táctica; el islamismo, una ideología: ambas pueden abandonarse. Pero el pueblo palestino no podrá jamás abandonar la causa de su autodeterminación, en su propio territorio. La comunidad internacional debe empujar el establecimiento de dos estados que coexistan, la creación de instancias que juzguen todos los crímenes cometidos y compensen a las víctimas, al mismo tiempo que en el corto plazo se busca un cese al fuego, la apertura de un corredor humanitario, y la entrega de los rehenes.
Las reacciones de Chile en un conflicto con un riesgo tan alto de transformarse en regional o global deben ser calibrarse cuidadosamente. Llamar en consulta al embajador es una medida donde el precedente previo (2014) no tuvo lugar en un contexto de tanto peso como el actual.
En toda guerra es positivo apoyar decididamente el cumplimiento del derecho humanitario, pero ese interés debe sopesarse frente a la necesidad de intervenir al mayor nivel ante los gobiernos involucrados en el conflicto, por ejemplo, para obtener la devolución de rehenes con pasaporte chileno, u obtener otras seguridades para connacionales en el área, en una guerra que probablemente será larga y compleja. Por lo mismo, en violaciones abismales a las normas básicas de la guerra (Ucrania, por ejemplo), donde Chile no tomó una medida similar.
Y para qué hablar de las violaciones a los derechos humanos acreditadas ante Naciones Unidas por nuestra propia ex Presidenta Bachelet (como Alta Comisionada), en China y Venezuela, en reportes respecto a los cuales el gobierno de Chile no se pronuncia (y mantiene embajadores).
La incoherencia en política exterior no sólo afecta la imagen presidencial o del país. Puede impactar la convivencia de la sociedad civil, entre nacionales que integran ambas comunidades a nivel local: alrededor del mundo esto ya está sucediendo, mediante atentados, asesinatos y hostigamientos.
De mismo modo que los palestinos y los musulmanes avecindados en Chile no podrían ser acusados de terrorismo, no se puede atribuir a la comunidad judía local -ni antes, ni ahora- acciones del gobierno de Israel: hacer esta distinción es clave de una gobernanza responsable. Tal como es reducir la vulnerabilidad de Chile al terrorismo, con inteligencia que permita manejar la amenaza del terrorismo islámico en nuestro propio suelo.
Considerando la presencia de larga data de Hezbolá en Iquique y otros puntos de nuestro país (bien conocida en círculos de seguridad), la reciente alianza militar de Irán y Bolivia, y el auge del antisemitismo a nivel local (la sinagoga de Concepción ya fue vandalizada), los temores de la comunidad judía local no pueden desatenderse.
Ojalá no lleguemos tarde a hacernos cargo.
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