Enfrentado al plebiscito, Gabriel Boric tuvo la posibilidad de actuar como Jefe de Estado, garante de los procedimientos democráticos y del respeto a la ley, pero prefirió ser el jefe de la facción que elaboró el proyecto de Constitución cuyos ejemplares reparte ahora, autografiados, en compañía de sus ministros.
El llamado de la tribu fue más fuerte que su deber de actuar como presidente de todos los chilenos. La explicación es que, también para él, la propuesta de la Convención “no es perfecta, mas se acerca a lo que siempre soñé”, como dijo Michelle Bachelet.
La expresidenta gobernó durante 8 años en un marco constitucional que ahora da a entender que nunca cambió, ni siquiera con Ricardo Lagos, lo que le habría impedido hacer las cosas que ella quería. Su carta del sábado 23 a favor del Apruebo borra en los hechos la transición democrática y hasta rebaja el mérito de los gobiernos que condujo. Por si fuera poco, confirmó su completa confusión sobre lo que es una Constitución y lo que es una plataforma programática de la izquierda. Está, sin duda, en perfecta sintonía con el gobierno.
Si el proyecto de nueva Constitución tiene el rostro de Boric, ¿significa que los ciudadanos tendrán que pronunciarse también sobre la gestión de su gobierno? No hay cómo entenderlo de otro modo. El propio mandatario decidió que así fuera y, por lo tanto, apuesta a todo o nada. El problema es que tiene poco capital para tanta audacia.
Encabeza un gobierno mediocre, en el que se acumulan los desatinos, los gestos erráticos, las correcciones obligadas, mientras las esperanzas de que el barco no naufrague parecen depender de que Mario Marcel se mantenga a bordo.
¿Cómo se explica la actitud de Boric de dedicarse a la campaña en vez de tratar de gobernar lo mejor que pueda? Quizás, porque llegó a la conclusión de que, si no se comprometía personalmente, ni activaba el aparato de propaganda de La Moneda, ni alentaba el proselitismo de los funcionarios, era alta la posibilidad de que el FA y el PC lo culparan por la eventual derrota del Apruebo.
El problema es que, al echarse la campaña al hombro, no tiene cómo evitar que el posible fracaso se vuelva personal. ¿Cómo seguir gobernando después como general de una derrota? ¿Con qué autoridad?
Boric está pagando el costo de tener una relación conflictiva con la realidad. Interpretó mal su propia elección, creyendo que había recibido un espaldarazo para avanzar a toda marcha en la transformación de la sociedad según las pautas del izquierdismo febril.
Creyó que su poder se potenciaría gracias a la Convención controlada por sus amigos, y que el proyecto de nueva Constitución sería la llave maestra para forzar todas las puertas. La realidad es otra. En estos meses en La Moneda, ha creído que con un discurso por aquí y otro por allá las cosas funcionan. Y no es así. La tarea de gobernar una sociedad compleja exige muchísimo más.
Le tocaron tiempos revueltos, sin duda. Pero él mismo contribuyó, en los años recientes, a que fueran lo más revueltos posibles. El FA y el PC no tuvieron consideraciones de ningún tipo para echarle leña a la hoguera de la violencia durante el gobierno de Piñera, atizaron todos los conflictos que pudieran capitalizar, unieron sus fuerzas con todos los grupos que tuvieran vocación “demoledora”. Y ahí están ahora, desorientados, dejando en evidencia su feble capacidad para construir algo que valga la pena.
Será mejor que Boric no favorezca un ambiente de sicosis respecto de lo que pueda ocurrir el 5 de septiembre. El país no es una hoja empujada por el viento. Cuenta con instituciones sólidas, entre ellas el Tribunal Calificador de Elecciones y, ciertamente, las fuerzas responsables del orden público. El gobierno tiene la obligación de proteger la continuidad institucional, y eso implica que el mandatario no entregue señales dudosas acerca de lo que viene después del plebiscito.
Varios constitucionalistas han demostrado que carece de base jurídica la idea de repetir el proceso constituyente y elegir otra convención, debido a que, supuestamente, habría un mandato ilimitado que surgió del plebiscito de entrada de 2020. Lo establecido es que el plebiscito de salida marca el término del proceso constituyente. Si gana el Apruebo, quedará derogada la actual Constitución. Si gana el Rechazo, seguirá vigente. Lo que venga después, dependerá de lo que decidan el Congreso y el presidente de la República, titulares del poder constituyente.
Esperemos que el temor a la derrota no estimule ideas peligrosas en el seno del gobierno y sus partidos. Por lo menos, el PS y el PPD no deben prestarse para ninguna maniobra que pueda afectar el desarrollo normal del proceso electoral, o que genere un clima de confrontación que altere el orden público y perturbe nuestra convivencia. Es indispensable asegurar una votación en paz, con plenas garantías para los electores. El país necesita que el 4 de septiembre sea una jornada cívica irreprochable.
Hay que impedir que las tendencias populistas causen perjuicios mayores a los ya causados en los últimos tres años. No se puede perder de vista que los valores superiores a defender son la paz interna, la estabilidad democrática, el perfeccionamiento de las instituciones y la creación de mejores condiciones para el progreso económico y social. Todas las fuerzas políticas deberían contribuir a despejar el horizonte.
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