El estallido social abrió las compuertas para que la izquierda chilena pudiera echar abajo ‘la Constitución de Pinochet’, e hiciera viable una agenda de cambios refundacionales al modelo económico. De llegar al gobierno, Gabriel Boric encabezará una inédita alianza política, conformada por el PC y el FA, que habrá derrotado no sólo a la derecha, sino dejado también en el camino a esa centroizquierda que tuvo las riendas del país durante 24 de los hoy cuestionados últimos treinta años.
La izquierda, articulada en el pacto Apruebo Dignidad, no sólo tuvo la notable capacidad de construir una lectura del estallido social que terminó siendo hegemónica; también convirtió a dicho proceso en la eventual culminación de un ciclo político, definido por la supuesta continuidad y administración de la herencia de la dictadura, efectuada con la complicidad activa de la ex Concertación. En rigor, esa interpretación autoflagelante de sus veinte años en el gobierno terminó siendo asumida por el conjunto de la propia centroizquierda, una vez consumada la alternancia en el poder el año 2010. Una derrota a manos de la derecha que puso a la ex Concertación moralmente de rodillas frente al PC y al movimiento estudiantil, que irrumpen al año siguiente con una nueva y radical agenda política.
Entre 2014 y 2018 la Nueva Mayoría -alianza en la que convergieron el PC y la ex Concertación durante el primer gobierno de Sebastián Piñera- vino de algún modo a confirmar que echar abajo la herencia del régimen militar no sería posible en un gobierno integrado por las fuerzas de centroizquierda; precisamente porque su complicidad con el diseño original de la transición hacía inviable que esas fuerzas -en particular, la DC- pudieran transgredir dichas lógicas y compromisos. Finalmente, la derrota electoral de la Nueva Mayoría, otra vez a manos de la derecha y Sebastián Piñera, fueron para el PC y el FA la confirmación de que sólo una coalición que superara el duopolio instalado a partir de 1990, podría dar inicio a una verdadera demolición del ‘neoliberalismo con rostro humano’, es decir, a ese legado dictatorial administrado por la ex Concertación.
Luego, como un presagio escatológico, el estallido social vendría a significar para la izquierda el inicio de una verdadera redención histórica, una masa crítica en movimiento que habría terminado de derribar los cimientos de ese Chile construido a partir de los pactos de la transición. Una lectura supuestamente confirmada por la fuerza de los hechos, y que dejó a la centroizquierda fuera de juego, sometida ya sin matices a la hegemonía revitalizada del PC y el FA. Así, la decisión del gobierno de Sebastián Piñera de entregar la Constitución como un botín de guerra sería el primer gran triunfo político de la izquierda; el inicio de un camino de redención que ahora tiene en su eventual llegada a La Moneda, de la mano de Gabriel Boric, un estadio culminante y decisivo.
En el proceso, el PC y el FA -con el respaldo de todo el arco opositor- fueron también generando las condiciones para viabilizar políticamente la idea del desmontaje final del legado de la dictadura. Entre esas condiciones estuvieron el socavamiento del orden público, la anulación práctica de la Constitución todavía vigente, el debilitamiento de la autoridad presidencial y su remplazo por un ‘parlamentarismo de facto’. Asimismo, ese esfuerzo fue coronado con el control de la convención constitucional por parte de diversas fuerzas de izquierda que, gracias a una victoria electoral resonante, dejaron en una posición absolutamente subordinada a la derecha y, también, a la propia centroizquierda. En efecto, la convención electa, espejo fiel del Chile que emergió a partir del estallido, se convierte en el primer peldaño de este proceso que el FA y el PC pretende ahora continuar y profundizar con su arribo al poder Ejecutivo.
Llegar al gobierno, implementar una agenda de reformas económico-sociales, acompañar el proceso constituyente, representan para la actual generación encarnada en las nuevas dirigencias del PC y el FA una verdadera reparación histórica: saldar la deuda con un pasado de fracasos, salir en definitiva del curso histórico trazado dolorosa y traumáticamente por la caída de la UP, por la imposibilidad de derrocar a Pinochet en la década de los ’80, y por la consecuente transición pactada y administrada por la Concertación en connivencia con los partidarios de la dictadura.
Esta es, en síntesis, la envergadura y la dimensión que para esta nueva generación de izquierda tiene el actual momento; un proyecto político en desarrollo desde su inicio de la mano del movimiento estudiantil hace ya una década; reafirmado luego por el estallido social y el proceso constituyente; y consumado finalmente con la eventual llegada de Gabriel Boric a La Moneda. Una larga travesía, una epopeya redentora que vendría a dar vuelta la página a una historia de derrotas siempre sublimadas por victorias menores; un corolario donde la dictadura y el fracaso de sus antecesores, quedarían al fin en el pasado.
Leer capítulo anterior: Violencia política, la atracción fatal de la izquierda. Por Max Colodro
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