Reforma a sistema político: Giro de Boric que sacó aplausos en Enade. Por Jorge Schaulsohn

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Imagen: Agencia Uno.

Aunque pudiera parecer extraño, yo estoy más de acuerdo con el diagnóstico original del Presidente, anterior a que sin decir agua va, cambiara de opinión, en el sentido de que la falta de acuerdos no tiene mucho que ver con el sistema político; sino con el “endurecimiento” y rigidización de las posturas. Se trata de diferencias ideológicas profundas entre los dos grandes bloques que conforman la abrumadora mayoría del Congreso; y no del comportamiento disruptivo de partidos chicos que podrían ser eliminados mediante unas reformas al sistema político-electoral.


La frase del Presidente. Como él mismo lo reconoció apenas iniciada su alocución, en la Enade el ambiente estaba muy caliente. Llegó al evento precedido de una serie de desencuentros con el mundo empresarial, al que había descalificado reiteradamente.

  • Además, hace solo un par de días el Presidente había emitido un pronunciamiento que dejó descolocados hasta sus más cercanos colaboradores, algo así como patear el tablero en medio de una partida de ajedrez.
  • Contradiciendo el “sentido común” que se ha ido imponiendo en el mundo político, académico y empresarial anunció que se opondría a impulsar un cambio al sistema político, salvo que se aprobara primero su reforma de pensiones que establece un sistema de reparto. Según el mandatario “la falta de acuerdos no se debe al sistema político, sino al endurecimiento de un sector”.
  • Por eso sorprendió a todos cuando en medio de su discurso se cambió de caballo y recogió cañuela con la siguiente frase: “Quiero afirmar en forma explícita y para evitar cualquier tipo de especulación o lugar a equívocos que como Presidente de la República estoy a favor de una reforma a nuestro sistema político”.
  • Fue la frase más aplaudida por la concurrencia y se llevó los titulares de la prensa y los despachos televisivos, además de los elogios de los entrevistados. Se produjo una sensación rara, de alivio, como si el Presidente hubiese regresado de “Narnia” y recuperado la cordura.
  • Ello porque con el tiempo se ha ido imponiendo la tesis de que la falta de acuerdos en el Congreso y su disfuncionalidad sería culpa del sistema político y electoral-proporcional que nos rige.
  • La fragmentación existente en el Congreso con multiplicidad de partidos, con representación parlamentaria, los díscolos y la indisciplina partidaria serían las causas principales de la entropía que se ha apoderado del poder legislativo.

Un país polarizado. “Sottovoce” ha surgido una corriente nostálgica del vilipendiado sistema binominal que dejaba fuera del Congreso a una parte importante de los partidos constituidos.

  • Aunque pudiera parecer extraño, yo estoy más de acuerdo con el diagnóstico original del Presidente, anterior a que sin decir agua va, cambiara de opinión, en el sentido de que la falta de acuerdos no tiene mucho que ver con el sistema político; sino con el “endurecimiento” y rigidización de las posturas.
  • Chile se polarizó a partir del cuestionamiento violento al sistema económico y al orden social imperante desde 1990. El estallido social “canonizó” el maximalismo elevándolo a la categoría de un fin en sí mismo, ninguneando la política tradicional de los acuerdos.
  • Tesis que fue consagrada en el programa Presidencial de Apruebo Dignidad y plasmado en un texto constitucional que habría las puertas a una verdadera revolución social.
  • Y si bien es cierto que ese peligro fue conjurado por la ciudadanía, ha seguido inspirando las reformas y la retórica del gobierno en casi todos los planos, lo que hace difícil encontrar acuerdos.
  • Se trata entonces de diferencias ideológicas profundas entre los dos grandes bloques que conforman la abrumadora mayoría del Congreso; y no del comportamiento disruptivo de partidos chicos que podrían ser eliminados mediante unas reformas al sistema político-electoral.

La división esencial. Es efectivo que en el Congreso hay varios partidos chicos, que alimentan el “pirquineo” y complican  las negociaciones.

  • Pero la división esencial es entre la izquierda y la derecha, el gobierno y la oposición. Ambas conformada por partidos grandes, tradicionales, antiguos y de gran trayectoria. Incluso dentro del oficialismo se acaba de producir una fusión que eliminó varios mini partidos.
  • El problema no son los díscolos o partidos “pyme”, porque no hay ninguna iniciativa legislativa que no se pueda aprobar si Chile Vamos y sus aliados y el oficialismo se ponen de acuerdo.
  • La reforma de pensiones, a la que hizo alusión el Presidente en su discurso, es un buen ejemplo de lo que digo. Ninguna reforma al sistema político que uno pueda imaginar será capaz de abrir las puertas a un acuerdo entre la derecha y la izquierda, en torno a un sistema de reparto, que es la gran innovación del proyecto del gobierno.
  • Tampoco hay que exagerar. No es cierto que estemos ante una total parálisis legislativa. Las instituciones funcionan y se han aprobado una enorme cantidad de leyes, sobre todo en materia de seguridad, pese a que el gobierno no tenía los votos.
  • Eso ocurre cuando el oficialismo por convicción o necesidad llega a la conclusión de que estaba equivocado y modifica sus propuestas, eliminando aquellos aspectos que sabe son “inaprobables” para la oposición.

No es una panacea. La izquierda ha experimentado una verdadera “epifanía” en materia de seguridad. Ha sido la mismísima expresidenta Michele Bachelet quien ha dicho en un documento recién salido del horno que el Partido Socialista debe transformarse en el “partido de la seguridad”.

  • Los que ven el cambio al sistema político como una panacea se equivocan. Creen que el remedio es darle más poder a las cúpulas políticas, a las mesas de los partidos, a menudo electas en procesos espurios, donde predominan las máquinas y los acarreos.
  • Facultándolas para dar órdenes de partido a los parlamentarios para que tengan que votar según sus instrucciones, exponiéndolos a la expulsión que conlleva la pérdida del cargo y su reemplazo por un acólito del grupo dominante.
  • Entonces el gobierno de turno negociaría con las cúpulas partidistas que tendrían la sartén por el mango, marginando a la mayoría de los representantes populares de la toma de decisiones.
  • Los ministros ya no tendrían que hacer el trabajo de convencer de las virtudes de sus iniciativas a los diputados y senadores, quienes serían una especie de buzón de las directrices del partido. Algo que es propio de los sistemas parlamentarios, pero incompatible con un sistema presidencial.
  • Crear una partitocracia manejada por unos pocos caudillos, como inevitablemente sucedería aumentaría la disfuncionalidad de nuestro sistema político, trasladando los conflictos al interior de las colectividades, paralizando su capacidad de tomar decisiones y generando disputas permanentes.
  • Lo anterior no significa que no se puedan adoptar medidas que corrijan distorsiones que, efectivamente complican la gobernabilidad.

Los Pactos Electorales. El origen del mal, lo que facilita que grupúsculos insignificantes lleguen al Congreso son los Pactos Electorales que permiten presentar listas integradas por varios partidos de distinto tamaño y representatividad. Como la cifra repartidora se aplica al pacto suelen salir electos individuos con porcentajes irrisorios, solo porque al pacto le alcanzó para un número elevado de cupos.

  • Estos individuos, una vez electos dentro de pacto se independizan y trabajan desde el Congreso para levantar y fortalecer su partido. Son los Rivas de este mundo que cobran con un cargo su voto.
  • En la constitución de 1925 que nos rigió hasta el golpe, los pactos no estaban permitidos y cada partido debía “rascarse con sus propias uñas” en las elecciones parlamentarias. Eso permitía saber qué es lo que verdaderamente representaban y la cuota de influencia que merecían tener.
  • Los pactos de gobernabilidad se celebraban después y no antes de las elecciones, una vez conocido el peso específico de cada partido y cuando el Presidente de la República estaba ungido.
  • Así muchos partidos se sumaban al gobierno negociando cargos y programas. Los radicales, por ejemplo, ingresaron al gobierno de Jorge Alessandri candidato contra el cual compitieron con su propio abanderado.
  • En el caso del Frente Popular, que se componía de varios partidos de izquierda y de centro, cada uno compitió por sí mismo en las parlamentarias. Lo mismo ocurrió con la Unidad Popular.
  • El pacto es un subsidio, una especie de sociedad de socorros mutuos que distorsiona la voluntad popular haciendo diputado a quien no tiene los votos suficientes, por chorreo.
  • Eso pasó con la denominada Lista del Pueblo en la primera convención constitucional cuando se permitió que los independientes también pudieran ir en una sola lista, es decir hacer un pacto. Resultando electos una gran cantidad de convencionales muchos con un 2% de los votos.
  • Eliminando los pactos quedan fuera del Congreso, automáticamente, los partidos chicos. Ya no sería necesario fijar un umbral del 5% para tener representación parlamentaria. Además, se evita que, aún con el mínimo del 5% se cuelen candidatos con votaciones mínimas arrastrados por sus compañeros de lista.
  • Junto con eliminar los pactos habría que modificar drásticamente los procesos de tramitación de las leyes. Debería bastar con dos trámites constitucionales eliminando el tercero, prohibir la presentación de indicaciones fuera de las comisiones y reservar las sesiones de sala solo para las votaciones con un mínimo de discursos, los que se incorporarían a las actas de la corporación.
  • La idea es que las comisiones mixtas pasen a jugar un papel clave en la tramitación de las leyes; y dejen de ser una instancia excepcional, aprovechando su composición paritaria que incentiva la búsqueda de los acuerdos.

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