Como sabemos, Gabriel Boric, apoyado por el Frente Amplio y el PC, se entusiasmó con la perspectiva de un cambio constitucional que llevara a cabo la reingeniería completa de Chile. Recién llegado a La Moneda, se comprometió temerariamente con la Convención refundacional y el proyecto allí elaborado. Y perdió estrepitosamente. Nadie duda de que el triunfo del Rechazo el 4 de septiembre de 2022 representó su derrota personal. En un régimen parlamentario, habría tenido que renunciar.
Protegido por la Constitución vigente, debió haber hecho una pausa, con el fin de pensar seriamente sobre el futuro. Le habría servido crear una instancia de análisis con sus asesores y los partidos de gobierno para superar la obsesión constituyente y responder al reto de gobernar lo mejor posible. Sin embargo, apostó rápido por un segundo proceso, creyendo quizás que así se crearía una posibilidad de revancha. Le convenía la estabilidad, pero, con mirada corta, se obstinó en la idea de desmontar el orden constitucional al que, paradójicamente, le debe todo.
Ni Álvaro Elizalde ni Vlado Mirosevic, que en diciembre pasado eran presidentes del Senado y la Cámara, le recomendaron mesura ni sentido práctico. Al contrario, levantaron los papeles del acuerdo de los partidos como si celebraran un gran acontecimiento. No sabían, por supuesto, que el verdadero acontecimiento iba a ser que el único partido que no firmó tal acuerdo, el Republicano, obtendría un resonante triunfo en la elección del Consejo Constitucional el 7 de mayo.
En otras palabras, los partidos que le hicieron caso a Boric por razones tan nobles como la cuota de cargos en el gobierno, fueron por lana y salieron trasquilados. El ejemplo más bochornoso es el del PPD, partido que, en 2019, con Quintana a la cabeza, alentó la aventura constituyente, luego hizo algún ruido en la Convención, pero terminó sin elegir un solo consejero en mayo.
Faltan solo 12 semanas para el nuevo plebiscito y Boric no podrá eludir un pronunciamiento. Ya sabe que el texto que saldrá del Consejo será muy distinto de aquel que le llenaba el gusto. Por si fuera poco, llevará la impronta de sus adversarios de derecha y centroderecha, que son mayoría en el Consejo. Da la impresión de que su plan no estuvo bien pensado.
¿Qué hará Boric ahora?
Primera opción: llamar a votar en contra del proyecto definitivo, el que se conocerá en noviembre luego del procesamiento de las diferencias que surjan entre el Consejo y la Comisión Experta. Eso significaría tomar posición junto al PC, para el cual la prioridad es “derrotar a la derecha”. Si el mandatario se pronuncia en tal sentido, el Frente Amplio cerrará filas, por supuesto. En el PS, todo dependerá quizás del movimiento de las encuestas.
Si los partidos oficialistas se cohesionan en torno al voto en contra, tendrán que explicar por qué prefieren mantener la Constitución actual, o sea, “la de Pinochet”, como han dicho una y otra vez, con desprecio por la firma de Lagos. A lo mejor, dirán que más adelante la pueden reformar en el Congreso. ¡Gran descubrimiento! ¡Todas las reformas materializadas en 30 años se aprobaron en el Congreso!
No sería extraño que, si Boric llama a rechazar el proyecto del Consejo, la balanza se incline hacia el lado opuesto. Para mucha gente, el mandatario es “el referente” para hacer obligadamente lo contrario. De tal modo, y por encima de los contenidos del proyecto, el plebiscito se convertiría en un nuevo referéndum sobre el gobierno.
Segunda opción: expresar apoyo al nuevo texto, pero con reservas y con la promesa de propiciar reformas en el Congreso. O sea, “aprobar para reformar”. Suena conocido. En ello influiría, probablemente, la consideración de que, al fin y al cabo, él tendrá que firmar el nuevo texto si es aprobado por los ciudadanos. Tal postura difícilmente unificará al oficialismo. El PC no estará dispuesto.
Tercera opción: abstenerse. Ello le permitiría mostrarse como un estadista que está por encima de los bandos. Parece la postura más conveniente para sus intereses, pero implicaría que cada partido oficialista actuara por su cuenta y, por lo tanto, todos los ministros y altos funcionarios. Vale decir, desorden a toda orquesta. Sería, además, la explícita renuncia de Boric a liderar a sus huestes en un proceso que él puso en marcha. Tiene mucha razón Jorge Schaulsohn al decir que la izquierda se encuentra en un zapato chino.
La desaprobación al gobierno se ha estabilizado en torno al 65%. Ese es el dato fundamental. Se trata de una corriente ciudadana que definirá su voto en diciembre a partir del siguiente principio: no hacer nada que pueda ser aprovechado por el gobierno. Tal corriente es la expresión del “antioctubrismo”, esto es, del rechazo a la ola de irracionalidad y violencia que llevó al país a una situación de inmenso riesgo en 2019. La reaparición de algunas figuras estelares de la Convención, como Baradit, Atria y otros, reforzará esa corriente.
Ha durado demasiado la confusión que derivó del desdichado momento en que, por la presión de la barbarie en las calles y el oportunismo de los parlamentarios, se abrió la puerta a un experimento que lo puso todo en discusión. Es hora de poner orden para que la libertad sea posible. El país necesita estabilidad institucional. Hay que exigir lealtad con la democracia.
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