Febrero 8, 2024

Piñera y el adiós de la República. Por Paz Zárate

Abogada Internacionalista

Cada gobierno, y cada persona que ha ejercido la primera magistratura, enfrentará el juicio de la Historia. Mientras tanto hay un duelo oficial, donde corresponde valorar aquello que nos une, por sobre lo que nos divide. Como dijo Boric, al anunciar el deceso de Piñera, citando una frase suya: “Chile somos todos, y debemos soñarlo, dibujarlo y construirlo entre todos”. Las diferencias entre los chilenos son profundas, pero no insalvables. La República nos hace hermanos.


En el espacio de sólo una semana, los chilenos hemos sido sacudidos por tres noticias: el incendio forestal de la Región de Valparaíso, el más mortífero de los últimos 15 años a nivel mundial; el adiós a la vida pública del ampliamente admirado ex Presidente Ricardo Lagos; y la muerte del ex Presidente Sebastián Piñera de forma trágica y sorpresiva. Estos tres eventos deben motivar, con justicia, una reflexión nacional profunda.

Los chilenos sabemos que en los desastres aparece todo lo mejor de nosotros, y estos días han sido generosos en gestos republicanos que enaltecen la conciencia de que más allá de la polarización y la violencia, seguimos siendo una nación. Esta última frase -ahora lo sabemos- ya no es baladí. Somos una sola nación, capaz de erguirse para mirar su pasado y aprender de él. Una nación capaz de acoger nuestra diversidad, y capaz de reconciliarse.

A menudo los árboles no dejan ver el bosque. En treintaicuatro años de camino desde el fin de la dictadura, los chilenos construimos, todos juntos, una reputación internacional que ha resultado ser resiliente. Hemos demostrado ser un pueblo inteligente, que ha vencido su aislamiento geográfico con una notable apertura al mundo. Hemos enfrentado amenazas y desastres, salvando unidos enormes desafíos. Hemos logrado encontrar caminos -incluso en momentos críticos- para superar grandes diferencias. Y hemos creado consensos para perfeccionar nuestra democracia y generar mayor desarrollo material y humano. En esta cadena histórica, Sebastián Piñera, dos veces Presidente, es un eslabón innegable.

El arco de su vida muestra a un hombre intenso, competitivo, que vivía de prisa y al límite. Extremadamente talentoso para avizorar oportunidades de negocio y políticas, y para manejar crisis de envergadura, como el improbable rescate de mineros atrapados, una reconstrucción post terremoto, o una crisis sanitaria sin precedentes a nivel mundial. Exigente y obstinado, no se daba por vencido ante obvias dificultades. Imparable, aspiraba a entender en detalle cualquier tema, desde la epidemiología a los litigios fronterizos, controlando y administrando todo a punta de regla, lápiz rojo y notas en su bloc de estudiante. Aunque la política no es una planilla de cálculo sino una de sentimientos y carisma, a punta de porfía, apoyo familiar y sano pragmatismo logró sobreponerse a su falta de motricidad fina, dando vuelta sin rencor las páginas de torpezas y desatinos propios y ajenos. Tuvo errores grandes y múltiples, y también aciertos ídem. El paso del tiempo ayudará a evaluar su legado con justicia.

A diferencia de otros líderes que transitaron con rapidez y éxito desde el mundo privado a los asuntos públicos, como Berlusconi, Macron o Milei, no pudo armar un partido propio, ni tampoco apropiarse enteramente de uno ya creado, como Trump o Sarkozy. El Piñerismo no logró trascender a un movimiento político, y por eso sus dos gobiernos fueron disfuncionales: más que en partidos, se apuntalaron -más que ninguna otra administración- en el esfuerzo de parientes y amigos leales, que reunía en fundaciones. Su relación con el sector político que lo apoyó estuvo llena de zancadillas mutuas, porque esos partidos cuestionaban sus motivaciones, y resentían su personalismo y método implacable de conducción, con énfasis arrollador en la gestión y la técnica.

Este nivel de desencuentro con el sector se debía no sólo al hecho que Piñera fuera muy peculiar y autónomo por carácter o recursos. Evelyn Matthei, quien lo conoció como pocos, dijo hace algunos años que Piñera “nunca jamás” había sido de derecha. Esto explica su intento primario e infructuoso de militar en la Democracia Cristiana, el partido de su familia y donde los amigos de su padre no miraron con simpatía la ambición del hijo; y eso explica también sus gestos contra la dictadura, desde su participación en el “Caupolicanazo”, que llamó a rechazar el plebiscito constitucional de 1980, a su opción pública por el No a Pinochet en 1988, y su condena a los cómplices pasivos del régimen en 2013, con motivo del 40º aniversario del golpe de Estado. Al llamarlo “demócrata desde la primera hora”, Gabriel Boric  -hijo de democratacristiano al igual que Piñera- no se ha equivocado.

La gran ironía del inclasificable Piñera, entonces, es que un hombre que no fue de derecha aggiornó al sector, acercándolo a ciertas bases propias de una socialdemocracia contemporánea. Trabajando con gente con la cual tenía grandes diferencias, fue articulador – como dirigente, Senador y Jefe de Estado- de acuerdos transversales que hicieron posible importantes leyes de la transición, y luego reformas propias de un Estado moderno encaminado al desarrollo, como el matrimonio igualitario, el postnatal de seis meses, la pensión garantizada universal, o el establecimiento del compromiso de carbono neutralidad del país al 2050.

Hace unos meses, en un almuerzo en su oficina, conocí por primera vez al ex Presidente Piñera, quien quería hablar de política exterior y del plebiscito constitucional, entonces ad portas. Como llegué antes de la hora, y los otros comensales (personas de su círculo) llegaron con retraso, tuve un buen rato de conversación privada con él. Fue muy afable, y se veía calmo y pleno. Hablamos de su rol en el “Compromiso por la Democracia, siempre”, iniciativa impulsada por el Presidente Boric y firmada por todos sus predecesores (Bachelet, Frei, Lagos y Piñera). En el almuerzo, Piñera reveló que este valioso documento lo había redactado junto a Boric, trabajando los dos solos durante una cita en La Moneda, y con el voto previo de confianza de los otros ex mandatarios para esa labor redactora.

Comparto esta revelación post mortem no sólo porque merece saberse que este compromiso democrático -el punto más alto de la conmemoración por los 50 años del golpe de Estado- es un último legado, directo y positivo, de un ex mandatario muerto trágicamente. También porque los chilenos debemos ser conscientes que a nivel continental, la amistad y colaboración cívica entre líderes políticos de un mismo país es muy escasa. En general, lo que comienza con suspicacia y desdén y prosigue con insultos termina más temprano que tarde poniendo en riesgo la convivencia de forma concreta, incluso en países ricos. Porque el Estado de Derecho no es un concepto contenido en un documento llamado Constitución, y la carta fundamental tampoco es un papel redactado por pocas personas, en pocos meses, para durar pocos años. La Constitución y la democracia son una cultura de diálogo y respeto que se construye con gestos día a día.

Cada gobierno, y cada persona que ha ejercido la primera magistratura, enfrentará el juicio de la Historia. Mientras tanto hay un duelo oficial, donde corresponde valorar aquello que nos une, por sobre lo que nos divide. Como dijo Boric, al anunciar el deceso de Piñera, citando una frase suya: “Chile somos todos, y debemos soñarlo, dibujarlo y construirlo entre todos”. Ritos, palabras amables, guardias de honor y abrazos, son mucho más que muestras de protocolo: nos hacen bien porque se dan entre quienes piensan distinto. Eso es lo que nos hace Nación, y debe generar orgullo por la República que nos hace hermanos, pese a todas nuestras diferencias, profundas pero no insalvables.

Porque hermanos somos los chilenos. Hoy -en la tragedia- y siempre.

Revise a continuación el documento firmado por Sebastián Piñera, los otros expresidentes y el actual mandatario Gabriel Boric:

 

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