Ni Provoste ni su coalición parecen estar tomando en serio la amenaza que significa una derrota ante Boric. Parecen no comprender que una victoria de Boric no sólo sería perderse La Moneda, sino que también vendría acompañada por una victoria de magnitud similar en la elección legislativa. No es un problema sencillo de resolver: su coalición se encuentra en un espiral de decadencia hace años; desde al menos octubre de 2019 que le traspasaron las riendas de la agenda a la izquierda más dura y desistieron de forjar liderazgos internos transversalmente legítimos.
Una nueva división en la izquierda. De los 7 candidatos presidenciales que finalmente se lograron inscribir, solo dos son de derecha—Sebastián Sichel y José Antonio Kast. Salvo Franco Parisi, prácticamente imposible posicionar en el eje ideológico, todos los demás son candidatos de centroizquierda o izquierda. De Yasna Provoste a Eduardo Artés, pasando por Marco Enríquez y Gabriel Boric, de algún modo u otro, representan a la izquierda.
La hegemonía de la izquierda. Hasta ahora, la hegemonía ha estado en las manos de la centroizquierda socialdemócrata. Pues, primero con la Concertación, y luego con la Nueva Mayoría, fue ese sector el que gobernó el país 24 de los últimos 30 años, dejando sus huellas sobre todas y cada una de las instituciones del país. En ninguna elección anterior hubo dudas que uno de sus candidatos ganaría, o al menos llegaría a la segunda vuelta, de una presidencial.
El estado de la competencia. Cabe preguntarse, entonces, qué está haciendo la centroizquierda tradicional, hoy mutada varias veces, para mantener su cuota de poder. Suponiendo que quieren seguir jugando un rol central en el ciclo que se inaugurará en 2022, cabe preguntarse cuál es la visión que proponen para el país y cómo pretenden competir contra la coalición de Boric, que no ha escatimado en declarar que los busca reemplazar.
La respuesta de Provoste. A pesar de todos los errores del pasado de la ex Concertación y ex Nueva Mayoría, hoy el futuro de la coalición está en las manos de Yasna Provoste. Al asumir su candidatura, aceptó no solo ser la mensajera del programa de los partidos que la apoyan, sino también la responsabilidad de no dejar hundir a su alianza en la irrelevancia. Por ende, cómo actúa, qué es lo que dice, y qué es lo que deja de decir es clave.
Marcar las diferencias. Provoste debe ser más activa. Ya entró tarde en la carrera presidencial, y ahora, una vez más, está llegando tarde a los cruces de campaña. Al ser ambigua, y estar compitiendo entre un candidato que viene con apoyo popular e ímpetu político por la izquierda (Boric) y un candidato que es ex camarada de partido y que le puede robar apoyos por el centro (Sichel), tiene más que perder que ganar.
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