Una acusación constitucional puede dar un golpe en la mesa en corto plazo, pero para resolver los problemas de corrupción, solo queda modernizar el Estado. En específico, mejorar la gobernanza de las instituciones públicas y reformar el empleo público. Por un lado, es difícil desarrollar y operar instituciones cuando sus cabezas tienden a rotar cada cuatro años, y por otro lado, es complejo crear organizaciones virtuosas cuando las personas en ellas tienen los incentivos mal puestos.
Si bien la creación del Sistema de Alta Dirección Pública hace 20 años ha mejorado las cosas en comparación al siglo pasado, aún queda mucho camino por recorrer, de cara a crear un servicio público profesional con la estabilidad y una gestión de largo plazo, que es necesaria. Esto se refleja en que más del 40% de los jefes de servicio salieron involuntariamente durante el primer año de los últimos tres gobiernos, y la duración promedio de un directivo elegido por ADP es de apenas 3 años. Difícil liderar organizaciones así.
Por el lado del empleo, el Estatuto Administrativo es una herencia de la Constitución de 1925, por lo mismo, puede que requiera una actualización después de 100 años. La primera peculiaridad es que el empleo público tiene tres categorías de funcionarios: planta, honorario y contrata, siendo estos últimos un 67% del total de los empleados del gobierno central. Esta creciente irregularidad, terminó en tribunales y contraloría, con dictámenes que rigidizan las relaciones laborales, siendo prácticamente imposible desvincular a una persona que hace mal su trabajo en caso de llevar más de dos años en su cargo. En paralelo, el sistema de evaluación es uno disfuncional e irrelevante cuando queda la constancia de que el 98,7% de los funcionarios recibió la nota máxima sobre su desempeño. En español: Estamos lejos de tener un sistema universal, transparente y meritocrático en el Estado de Chile.
De cara a resolver esto, es necesario diseñar gobernanzas institucionales en base a consejos colegiados con potestad fiscalizadora y autonomía legal. Por el lado del empleo público, reformar el Estatuto Administrativo para crear solo dos estamentos: funcionarios de carrera y funcionarios de gobierno, en conjunto con un sistema meritocrático de carrera y gestión. (Reporte de Horizontal sobre Modernización del Estado).
Puede que estas dos reformas suenen técnicas, formales y triviales, pero son cruciales.
¿Qué hace la gestión del Estado tan especial en comparación a otras organizaciones que necesita de tanta atención? Tres particularidades relacionadas entre ellas:
Sólo organizaciones autónomas y competentes en términos técnicos y gestión pueden hacer bien su trabajo y rendir cuentas por sus acciones, así, serán los representantes, quienes fiscalicen su actuar y ajusten sus objetivos, en base al mandato popular. Así es como debiera funcionar una democracia virtuosa y un Estado moderno, que permita ejecutar la voluntad de las personas.
Lamentablemente, hoy entre el pueblo y el accionar de sus representantes existen fricciones relevantes que no permiten implementar lo que le conviene a Chile. Entre ellas se encuentran el clientelismo y los gremios de funcionarios. A pesar de que la iniciativa de participación ciudadana “Por un Estado sin Pitutos” obtuvo amplia adhesión ciudadana, Centros de Estudios de todos los colores políticos han propuesto Modernizar el Estado, y el 90% de los funcionarios considera vital mejorar la calidad del empleo público, la pelota está trancada. ¿Haremos algo al respecto?
Necesitamos un golpe de timón significativo si queremos defender la democracia liberal como la conocemos, y el Estado como una herramienta de bienestar. De lo contrario, la frustración ciudadana terminará por entregarle el poder al autócrata de turno que tenga el mejor relato.
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