No fue la economía – ¡estúpido! – la que le permitió a la centroderecha llegar al gobierno tras la dictadura pinochetista. A pesar de la recesión que vivía el país en 1999 como efecto de la crisis asiática, la Concertación logró mantenerse en el poder tras las elecciones presidenciales de ese año en que se impuso Ricardo Lagos. Es que el clivaje del SI versus el NO a Pinochet prevaleció por sobre la alicaída economía y la potencia de Joaquín Lavín como candidato.
Recién en 2010, de la mano de Sebastián Piñera, la derecha logró sortear el dilema dictadura-democracia y llegar a La Moneda. Fue Piñera quien, habiendo votado NO en 1988, corrió los límites de esa derecha conservadora y pinochetista empujándola a abrazar la democracia liberal y a sacudirse del lastre que suponía seguir defendiendo el legado dictatorial.
Fue Piñera quien espoleó a esa derecha hasta allanarla a la lógica de la democracia de los acuerdos y fue él quien más tarde la llevó a firmar un acuerdo por la paz y la nueva Constitución y la envalentonó para abrazar en serio las causas de la diversidad aprobando el matrimonio igualitario.
Piñera siempre careció de relato intencionado, pero nunca de datos. Datos, hechos, gestión, resolución y crecimiento que terminaron por dotar de una narrativa implícita a una centroderecha que de su mano logró proyectarse como una derecha moderna, motivada por una gestión eficiente e innovadora y una propuesta económica centrada en el crecimiento, la libertad y la responsabilidad social.
La elección de Piñera en 2010 no sólo simbolizó el retorno de la centroderecha al poder en democracia sino que también inauguró una era de renovación ideológica acorde a un país que aspiraba al desarrollo en un sentido amplio.
Es por eso que la anticipada muerte del expresidente deja desnuda a una centroderecha, huérfana de la sala de máquinas conceptual y operativa que funcionaba orquestada por Sebastián Piñera. El exmandatario gobernó dos veces, pero en los hechos nunca dejó sus funciones. Quienes conocimos sus oficinas, fuimos testigos de aquella “Moneda chica” que tenía montada y desde donde monitoreaba, diseñaba y ordenaba a la centroderecha para que no perdiera ni el norte ni la convicción.
Se sabe que Piñera estaba completamente activo políticamente al momento de su muerte. Su desacreditado gobierno se acreditaba y engrandecía con un tiempo en que las crisis parecían ser la nueva normalidad y la economía se resistía a reverdecer. Un tiempo que parecía justo el tiempo que él representaba y que facilita a su sector, una vez más, tener en Piñera una suerte de back up para disputar tanto la hegemonía de una derecha crecientemente diversa como la presidencia de la República.
Y si bien en tiempos en que las acciones de la aprobación al exmandatario estaban a la baja brotaba cierta rebeldía, como cuando se negaron a un acuerdo de reformas Boric-Piñera, en los hechos, el devenir del sector seguía pasando por Sebastián Piñera.
Visto así, Chile Vamos ha quedado a la deriva. Huérfano de la única persona que lograba amalgamar las tensiones internas, hacerlos trabajar en torno a objetivos comunes y aportar un significado diferenciador a la propuesta política: gestión eficiente, resultados concretos. Hechos más que palabras. Hechos que devenían en relato y un relato que se revalorizaba tanto en las encuestas como en la multitudinaria y cariñosa despedida que el país le brindó al exmandatario.
Chile Vamos, junto con llorar al expresidente, tiene el desafío de heredar para sí los valores que Piñera representaba para la sociedad. Asimismo, encontrar liderazgos capaces de representar esos valores y de conducir por una senda distintiva, moderna, liberal y democrática al sector. Chile Vamos tiene que lamerse las heridas y al mismo tiempo actuar. Sin Piñera la amenaza de indiferenciación ante Republicanos se acrecienta, y eclipsar aparece como un riesgo latente.
Enorme desafío el de Chile Vamos. Hacer el duelo sin parar el recorrido. Colosal la responsabilidad que, de un día para otro, cayó como posta sobre los hombros de Evelyn Matthei.
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