Es evidente que el gobierno no está funcionando. La coalición que se asomaba como la más transformadora de los últimos 50 años ha quedado relegada a una administradora.
Lo más preocupante es que si en el primer tiempo no hizo lo que debió hacer, la probabilidad de que lo haga en el segundo es aproximadamente cero.
Esta semana el senador oficialista Pedro Araya le advirtió a Boric debe dar por perdida tanto la reforma tributaria como la reforma previsional.
Con eso, no quedaría mucho más que hacer.
Son varias las tesis que ayudan a entender por qué el gobierno no funciona.
La primera es la del “pecado de origen”, que sostiene que desde el comienzo la administración estuvo destinada al fracaso. Al haber conformado una coalición hecha para ganar una elección, se desechó la posibilidad de conformar una coalición para gobernar después.
La alianza oficialista, que va desde el PC a la DC, simplemente no tiene la capacidad de generar acuerdos tácticos. Por eso, por ejemplo, perdió la oportunidad de presidir el Senado y podría perder la de liderar la Cámara.
La segunda tesis es la de una “la ausencia de liderazgo”, y sostiene que el Presidente, el líder político de la coalición de gobierno, no ha logrado arreglar la carga en el camino. En vez de facilitar la negociación política, ha profundizado los problemas de convivencia.
La resistencia a hacer cambios a tiempo ha consolidado la fatiga de su administración. Cada vez se va ajustando un poco más la línea de falla y con eso aumentando la posibilidad de un incidente mayor.
La tercera tesis es la de “la brecha de prioridades”, que sostiene que cualquier cosa que emane de la alianza comunista-progresista será rechazada por la ciudadanía. Es la simple constatación de que el pueblo pide A, y el gobierno hace B.
Mientras las personas tengan prioridades opuestas a las del gobierno, la oposición no estará dispuesta a sentarse a negociar.
En resumen: problemas de coordinación, disciplina y representatividad.
Considerando todo esto, ¿cómo se arreglar el asunto? ¿Cómo se da vuelta el partido?
Pues bien, hay una bala de plata que no solo le puede dar una victoria inmediata al gobierno, sino que también posicionar al presidente en un lugar inesperadamente valioso.
Si Boric conduce una reforma política que se haga cargo de la raíz de sus problemas, logrará dar vuelta su evaluación retrospectiva.
Si el Presidente deja como legado un sistema político funcional, que limite la fragmentación en el sistema de partidos políticos, y que facilite la gobernabilidad para la administración de turno, habrá hecho suficiente.
Obviamente hay un elemento auto flagelante en el asunto, en tanto reducir el número de partidos implicaría necesariamente podar su propio sector, que es, incidentalmente, el sector en que más florecen partidos.
Pero si es honesto en reconocer los problemas que la fragmentación le ha generado a su propio gobierno, verá que los beneficios son mayores a los costos. Una reforma adecuada se haría cargo de los tres puntos que han llevado a su propia coalición al fracaso: la coordinación, la disciplina, y la representación.
Resolver la fragmentación es simple. La pregunta entonces es si Boric quiere hacerlo o no. Si el Presidente quiere dejar como legado un sistema político funcional, puede hacerlo, pero debe tener la voluntad de avanzar en al menos cuatro frentes.
Primero, debe estar dispuesto a reducir el número de escaños en el Congreso. Es crucial reducir o el número total de escaños o el número máximo de escaños disponibles por unidad electoral. Bajar una de estas dos cifras, de forma significativa, sería suficiente para reducir el número de partidos.
Segundo, debe estar dispuesto a implementar barreras de entrada. Hoy, cualquiera puede constituir un partido político y usarlo para fines propios. Bajo el arreglo actual, no hay incentivos a formar partidos grandes de arraigo nacional. Y considerando que ganar al menos un escaño no es difícil, los partidos chicos, de nicho, terminan dominando grandes debates e inclinando la balanza por capricho.
Tercero, el Presidente debe estar dispuesto a eliminar los pactos (y subpactos). Solo así se diferenciarán los partidos que tienen raíces en la sociedad de los que son meros aparatos políticos. Eliminar la figura del pacto eliminaría la posibilidad de partidos pequeños de ser subvencionados por los votos de partidos grandes. Varios caducarían de forma prácticamente inmediata.
Finalmente, Boric deberá estar dispuesto a aprobar una norma que castigue a los independientes descolgados que ofician de díscolos. Aun si se reduce el número de partidos con los incentivos y castigos electorales mencionados arriba, será imposible generar un contexto de gobernabilidad si se les permite a unos pocos acceder al Congreso bajo el alero de un partido político solo para renunciar una vez electo.
Así, es una reforma política simple. Sabemos lo que reduce la fragmentación y la gobernabilidad. Solo basta hacerlo. Es simple. Adoptar las cuatro medidas casi ciertamente reduciría la fragmentación e incrementaría la gobernabilidad. Adoptar cualquiera de las cuatro sería un paso en la dirección correcta.
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