El filósofo francés más gravitante desde fines del siglo XX ha sido consignado como pedófilo por un colega y amigo, Guy Sorman. La obra es la obra y Foucault todavía tiene mucho que decirnos y advertirnos. Sus ejercicios eróticos violaron reglas de consideración fundamental de la fragilidad humana. El horror necesitará siempre a los filósofos.
El escándalo está servido. Los tiempos son categóricos con este tema, la tolerancia cero con prácticas que conocieron culturas altamente permisivas convierten la actualidad en un ataque más que razonable, pero no menos desatado a las prácticas sexuales con niños como si fuese una novedad, a pesar de que en nuestra propia ciudad haya testimonios de prostitución infantil y recibamos casos de abusos a granel en la consulta psicoanalítica.
El problema es haber leído a Foucault. Ese fascinante laberinto de ideas que construyeron un discurso sobre el poder del discurso, buscando la verdad y la libertad, apuntando a la experiencia absoluta como única alternativa humana gozosa y completa incluyendo aquella que llevase a la muerte como fue en el caso de Foucault lo que contenían sus viajes a California, fascinado con el mundo sado masoquista, el hedonismo gay y los bares de cuero.
Contagiado con el VIH en tiempos de la enfermedad maldita del SIDA, no paró de vivir con la intensidad que preconizó desde su obra donde lo criminal y lo perverso y lo loco y lo transgresor ocupaban un lugar preponderante.
A tal punto la libertad lo atrajo que sancionó el agónico marxismo tardío y coqueteó con el lado neoliberal permisivo rompiendo con todo menos con la premisa de que la experiencia de vida debía ser absoluta y totalmente libre.
¿Era un pedófilo o esas prácticas estaban ligadas a su teoría de la experiencia?
Eso es lo más complicado al recibir las denuncias de Guy Sorman en tiempos de lo políticamente correcto y la cancelación de todo lo que se escape de ciertas normas.
Los foucaltianos saltan protegiendo la obra y separándola del autor en libros que hablan de la biografía como algo inseparable del pensamiento.
Nunca he sido partidario de la cancelación de obras, hay algo carcelario y persecutorio en aquello, pero es innegable que la perversión encuentra siempre su espacio aunque el solo hablar de perversión tal vez nos convierta en censores, inquisidores que debajo del diagnóstico ocultan una sanción moral.
Foucault, antes de morir, se dice que destruyó muchísimo material propio sugiriendo que tras su muerte se siguiera, a lo Kafka, en esa tarea de expurgación absoluta de su propia obra.
Como un Foucault que aplicaba el poder sobre su propia creación, ya sea temeroso o asustado quizá de un juicio posterior como el que hoy Guy Sorman lleva a los medios pero que estaba más que sugerido en libros como LA PASION DE MICHEL FOUCAULT de James Miller o SAINT FOUCAULT de David M. Halperin.
No era precisamente un santo. Es más, puede considerársele alguien del todo coherente entre vida y obra y así ser justo y necesario el ataque a su pensamiento.
Pero su propia creación viene a salvarlo. ¿Quiénes somos para juzgar la reflexión, la filosofía, el arte? Sus creadores puede que sean sujetos de aquellos que es mejor cambiar de acera al cruzarse con ellos. Pero el pensar solamente es posible en libertad.
El inconsciente, ese territorio tan visitado y revisitado, contiene al horror más de lo que quisiéramos. Nuestra ambigüedad mientras seguimos una película de asesinos seriales y condenamos al infierno libros y películas nos devela burgueses e hipócritas.
Nada impedirá condenar los hechos. Soy de los que piensa que hay crímenes que no deben prescribir pero también que fueron mirados como crímenes prácticas de vida que eran solamente la vida misma.
La obra es la obra y Foucault todavía tiene mucho que decirnos y advertirnos. Sus ejercicios eróticos violaron reglas de consideración fundamental de la fragilidad humana. Foucault quizá diría que se jugó con todo por la experiencia.
A partir de Guy Sorman tal vez lo leamos distinto pero es torpe dejar de leerlo y enviarlo al foso de los libros malditos.
La mente humana debe acercarse incluso a lo maligno. El poder, el discurso del poder, el poder del discurso, lo contiene y es nuestra tarea conocerlo y denunciarlo.
Pero también pensarlo. El horror necesitará siempre filósofos.
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