A tan sólo días de que se cumplan dos años desde la llegada del Frente Amplio a La Moneda, las primeras voces en articular un balance en tono negativo no vinieron precisamente desde la oposición, sino desde las propias entrañas de la coalición de Gobierno.
El fenómeno no es del todo novedoso. Todos los gobiernos que devienen en impopulares deben enfrentar y sortear continuas ráfagas de “fuego amigo”, especialmente, cuando se trata de años marcados por hitos eleccionarios, como éste.
Así, fue el diputado Gonzalo Winter quien planteó que el Gobierno de Gabriel Boric carece de una vocación de transformación cultural, sometiéndose a la lógica de los acuerdos. Poniendo nada más ni nada menos que a Javier Milei como referente de un modo de acción política que maximiza idearios.
¿Sorprenden las declaraciones de Winter? No. ¿Sorprende que tras su entrevista haya señalado que: “lo que quise decir es todo lo contrario“?, tampoco.
El diputado Winter es la expresión más fidedigna de una fatal arrogancia que le hace mucho daño a la actividad política.
Como señala el filósofo Daniel Innerarity hay personeros en política que pretenden erigirse como grandes protectores de valores, aunque muchas veces no los tengan; en portavoces de grandes multitudes, aunque sus niveles de respaldo sean cada vez más escuetos; o en representantes de víctimas, pese a que, en la gran mayoría de los casos, sean ellos, los propios victimarios.
Siguiendo con Innerarity, lo que políticos como Winter y tantos otros del Frente Amplio nunca han comprendido es que el presunto estatus de indignado, impugnador o víctima no los convierte per se en figuras políticamente infalibles.
El diputado de Convergencia Social articula diagnosis políticas con una severidad tan propia de quienes nunca han debido mediar ni calibrar su tono con el principio de realidad, porque viven en un mundo totalmente ajeno a ella. Desconociendo, de paso, que la actividad política conlleva siempre algún grado de compromiso y concesión, porque como dijera Weber, la mera ética de la convicción no es capaz de producir gobiernos medianamente responsables. Pero a políticos como Winter, poco y nada les importa aquello.
Hoy el Frente Amplio ve cómo los estridentes destellos impugnadores, desde la oposición, pueden fácilmente forjar una pesada penumbra cuando eres Gobierno, por el natural efecto de encandilamiento que se produce cuando políticos iluminados como Winter, insisten en imponer sus directrices a través de diagnósticos grandilocuentes y frases altisonantes sin anclaje alguno en el sentido común de la ciudadanía.
De manera compulsiva y ansiosa, lo que de algún modo Winter añora es reeditar las truncas ilusiones setenteras de jóvenes revolucionarios que, al igual que él, culposos de sus privilegios, apostaron por el camino de la transformación radical, profesando esa acomodaticia sentencia de “lo importante no es la clase social a la que se pertenece, sino la clase social por la que se lucha”, en donde la máxima era avanzar, sin transar.
Marx, en el 18 de Brumario de Luis Bonaparte señaló que la historia tiende a repetirse inexorablemente dos veces, primero como tragedia y luego como una comedia, o una farsa, llena de superficialidades. Observando en perspectiva el actuar de Winter, sólo queda decir que pocas veces una idea de Marx hizo tanto sentido. Winter es pura superficialidad revolucionaria. Eslogans, soberbia, arrogancia y frivolidad, empaquetada en un buen producto comercial, desde el punto de vista del marketing político. Con una cuidada estética de proletariado chic, con pañoleta roja al cuello, aretes y camisas verde olivo, pero sin mayor sustancia ni fundamento.
De hecho, que sea Gonzalo Winter quien salga a marcar la quilla ideológica del Frente Amplio, habla mucho del estado de devaluación y degradación de este conglomerado.
¿Dónde están sus intelectuales orgánicos? Mientras Carlos Ruiz Encina, formador político de Boric y el propio Winter, deambula por el ostracismo tras su formalización por violencia intrafamiliar, Fernando Atria, otra guía intelectual del movimiento, parece incapaz de superar el duelo que implicó el fracaso de su proyecto ideológico más añorado: el cambio refundacional a la Constitución.
Así, hoy, en medio de esa desolación sólo queda él: la nueva izquierda comienza a merodear por su propia Era del vacío como diría Lipovetsy. De ese gran proyecto transformador que fue el Frente Amplio, queda sólo una mera parodia revolucionaria: Gonzalo Winter.
Diseñar políticas públicas de largo plazo requiere paciencia, análisis riguroso y, sobre todo, valentía para nadar contra la corriente. Pero nuestros liderazgos actuales parecen incapaces de hacerlo. Mientras tanto, la calidad del sistema político nacional sigue deteriorándose.
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