Chesterton cuenta la historia de ese marinero que se fue de su casa a conquistar el mundo. Después de mil aventuras en distintos mares del globo, naufraga en una playa que le pareció no había sido conquistada por nadie. Ahí clava su bandera y se proclama como el conquistador del lugar. Hasta que de pronto ve en una casa vecina una escala que baja de un segundo piso en que lo esperan sus juguetes de niño, la cocina de siempre, los olores. Acaba de conquistar su propia casa y plantar su bandera en la playa de su infancia.
Algo de eso le sucede hoy al Presidente Gabriel Boric. Después de un largo viaje por variadas rebeldías, tropiezos, certezas, intentos y bravuconadas, ha terminado por conquistar lo que siempre ha sido su casa y plantado su bandera en la playa de su infancia: los famosos 30 años.
Sin que parezca excesivamente incómodo ha empezado a gobernar con la generación perdida de la Concertación, esa misma que estaba llamado a reemplazar para siempre. Es hoy por hoy presidente de un gobierno Bacheletista sin Bachelet. Una suerte de Bachelet IV, que sucede al Bachelet III, la del realismo sin renuncias, como si admitirse realista no fuese ya la más grande de las renuncias, la renuncia a designar desde la voluntad donde está la realidad.
¿Cambió Boric? Claro que cambió. ¿Quién no cambia en un cargo como este? ¿Pero es otro Boric, el Boric 2022? ¿Otro que el del 2021, el del 2020, 2019? Yo creo que de muchas maneras el Boric del mohicano y poleras con demasiadas letras es el mismo que este de chaquetón largo y recién peinado de hoy.
Hijo de un dirigente demócrata cristiano de provincia que creció entre otros hijos de líderes concertacionista, Boric y sus amigos más cercanos no militaron en las juventudes socialistas o las del PPD por diferencias profundas con los que sí militaban ahí, sino porque eran instituciones decadentes, agencias de empleos que ni siquiera te aseguraban trabajo. No le asqueó solo la corrupción e incoherencia rampante de los hijos menores de la Concertación, sino el hecho claro que no llegarían militando más allá de una jefatura de gabinete de un ministerio de segunda.
Ellos querían más: Winter, Grau, Boric y compañía así crearon sus propios partidos acentuando sus diferencias con los que gobernaban en base a algunos papers, algunas banderas de lucha, generalmente vacías de consecuencias mientras no fueran gobierno (como su oposición al TP11). Se aliaron de modo natural con la izquierda extraparlamentaria de entonces. Pero esos grupúsculos que siempre conseguían perder elecciones no tenían nada que ver ni sociológica ni psicológicamente con los recién llegados. Es imposible unir a los que nacieron para ganar con gente que siempre prefiere perder. ¿Qué tiene que ver Winter con Karina Oliva? ¿Qué tienen en común Jadue y Boric, aparte del odio que el primero siente instintivamente por el segundo?
La crítica que la generación del 2010 hacía a la decadencia, por lo demás perfectamente palpable de la Concertación, la compartían sus madres y padres, pero estaban atados por lazos de solidaridad y amistad con todo tipo de Jorge Burgos y Ximena Rincón con los que crecieron y gobernaron demasiado tiempo.
Boric estaba libre de esos lazos. Provinciano, además, podía hablar mal de Lagos todo lo que quisiera, porque Lagos era para él una figura mitológica, algo que pasaba a lo lejos, muy lejos en los diarios y noticieros de la capital. Pero poco o nada disimuló sus ganas de hablar con el expresidente más expresidente de todos y recibir sus consejos, como lo hizo con tanta o más ganas con Luis Maira, Eugenio Tironi, Manuel Antonio Garretón y tantos más.
Boric tiene esa gracia única, le gusta ser fan. En un país en que nadie admira a nadie, porque todos sienten que si alguien los hubiera descubierto serían Mozart, Einstein o Taylor Swift, el presidente ejercita antes que cualquier otro musculo, el de la admiración. Frente al presidente profesor (Lagos) y la presidenta apoderada (Bachelet), a él le gusta ser el Presidente estudiante. Y, como estudiante que es, escucha y luego despliega lo que estudia en exámenes orales convincente y exámenes escritos, menos convincentes pero trabajados con entusiasmo y ganas.
El Presidente Boric no tiene el orgullo de “se lo dije”, “lo sabía”, “se lo advertí”. La manera en que encajó la derrota, en mucho sentido personal, del 4 de septiembre, es la prueba de esa esencial plasticidad intelectual que es su salvación (y quizás la nuestra).
No es que no sienta la derrota, o que sus explicaciones de ella sean justas (son en gran parte absurdas), pero sabe que no tiene quedarse pegado en eso, que tiene que seguir viviendo, que ese es su designio en la vida, seguir viviendo. Aptitud de quienes hemos vivido en la infancia terremotos sentimentales, y noches que quieren que acaben luego, Gabriel Boric no tiene otra que confiar en su buena estrella, que como toda buena estrella se apaga los días nublados, pero vuelve cuando las nubes se despejan.
Ese es el centro de su ideología, la idea de que hay una estrella para cada uno y que su papel es que la encontremos todos juntos. Ideal de poeta, que tiene la ventaja de no ser preciso, como puede ser el marxismo, el social cristianismo o el neoliberalismo a la Chicago. Poner las bases de un estado de bienestar a la chilena, más que una ideología es una voluntad que puede adaptarse a las circunstancias, y puedes conjugar con los tiempos verbales del momento.
En la victoria ser victorioso, y hablarles a los amigos, en la adversidad ser prudente, y hablarle a los chilenos. Después de todo esa es la única ventaja de la extrema juventud (es el presidente más joven de América): ante todos los tropiezos y errores puede decir que está aprendiendo. En este caso esta excusa no es una mentira. Gabriel Boric está aprendiendo en cámara, en vivo y en directo, no solo a ser presidente (eso nunca se termina de aprender), sino a ser Gabriel Boric.
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