El terremoto electoral del 4S motivó a varios analistas a especular sobre la irrupción de un nuevo “clivaje” o “fisura” en la política chilena. Según estas conjeturas, el primer acto eleccionario con voto obligatorio desde 1988 habría revelado una inédita correlación de fuerzas, esta vez favorable a la derecha, que habría llegado para quedarse. Tal como el triunfo del NO hace 35 años le dio una mayoría cultural y política a la centroizquierda agrupada en la Concertación, que le duró toda la transición, el Rechazo a la propuesta constitucional de 2022 habría inaugurado una época de cuentas felices para la derecha y sus nuevos aliados centristas. Los resultados de la elección del Consejo Constitucional en mayo de 2023 parecían ratificar la hipótesis: 62% para las derechas, 38% para la izquierda.
La derecha se la creyó. El gurú Longueira profetizó que la propuesta ganaría mirando para atrás, con entre 65% y 70% a favor. Lógico: si el nuevo Chile era conservador, aprobaría una constitución conservadora elaborada por fuerzas políticas conservadoras. De buena fe, probablemente, pensaron que la mejor forma de revertir los complicados números de cara al plebiscito de diciembre no era a través de un insípido texto de consenso, como el que habían ofrecido los expertos, sino a través de un programa de gobierno con coordenadas de derecha: más mercado, más patriotismo, más mano dura, menos políticos, menos impuestos, menos inmigrantes. De otra manera no se entiende la estrategia de inseminar ideológicamente el anteproyecto.
El resultado del 17D fue una ducha de agua fría. No había tal nuevo clivaje. No solo no pudieron conservar el 62% que se habían atribuido, sino que retrocedieron al 44% de Pinochet. La derecha volvió a ser minoría social y política. Esa es la magnitud del error de cálculo de Republicanos y su vagón de cola, Chile Vamos. Si hubieran apostado a minimizar la lista de enemigos administrando parsimoniosamente el texto de los expertos, habrían ganado el plebiscito, Chile tendría nueva constitución, y ellos podrían seguir pedaleando la ilusión de que existe un nuevo clivaje que les favorece.
El control de daños no se detiene ahí. El resultado del plebiscito expuso una debilidad estructural de José Antonio Kast y su plataforma política. Cuando perdió en segunda vuelta contra Gabriel Boric, se dijo que Kast había tocado su techo electoral: 44%. Pero eso fue con voto voluntario. Con sufragio obligatorio, aventuraron sus partidarios, Kast estaba para ganarle a cualquiera. Era cosa de ver los resultados recientes. Bueno, acabamos de plebiscitar con voto obligatorio el proceso constitucional que Kast lideró abiertamente y obtuvo el mismo 44%. Ya no hay de donde sacar más votos.
La tesis que circula en la derecha es que el fundador de Republicanos despierta una resistencia mayoritaria en la población, especialmente entre los jóvenes y las mujeres, que lo pintan como un retroceso civilizatorio. Demostrando una impericia sublime, repitieron el libreto de la segunda vuelta de 2021: en vez de moverse al centro, pasaron por misóginos. El gustito del “quién” por el “que” despertó hasta a la expresidenta Bachelet, que ahora vuelve como pesadilla ante la posibilidad de que corra por tercera vez.
Esto no quiere decir que Kast no pueda ganar en 2025. Pero tiene que reparar seriamente ese flanco. Quizás podría examinar el caso de Marine Le Pen en Francia, que tuvo que desembarazarse de algunos lastres pechoños de su padre y su partido de ultraderecha. Si bien sigue representando un nacionalismo xenófobo, ya hizo las paces con el mundo de la diversidad sexual. Es muy difícil ganar la adhesión del votante medio siendo radical en todos los frentes.
Por su parte, Evelyn Matthei respira levemente aliviada. Si bien se llevó un rayón de pintura tras su errática posición frente a la propuesta constitucional, es mucho menos que el abollón que recibió Kast. En teoría, ella genera menos resistencia. Si no se pone evangélica como en 2013, no debería tener problemas para convertirse en una carta digerible y hasta atractiva para los grupos políticos, etarios y sexuales que jamás votarían por el blondo de Paine.
Finalmente, la caída en desgracia de la tesis del nuevo clivaje arrastra consigo a Demócratas y Amarillos. Su incorporación al bloque de la derecha tenía un solo sentido: retener al centro político que votó Rechazo en 2022 y así ensanchar las fronteras duraderas del sector. No lo logró. Ni de cerca. El mundo moderado, ya sea el centro liberal o socialcristiano, volvió a votar en contra. La derecha se quedó pegada en 44%, lo que admite al menos la hipótesis de que estos nuevos partidos no aportaron nada y su tasación baja frente a los controladores de ChileVamos.
Muere el año 2023 y nos deja con un titular: duró poco el entusiasmo de la derecha, apostando a un clivaje que no fue.
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Doctor en Filosofía Política, Cristóbal Bellolio (@cbellolio) dice que “el voto anti Kast, el voto anti republicano, es un voto que hoy día está siendo un obstáculo insalvable para que ese proyecto conquiste una mayoría”.https://t.co/AL4StdAZ4m
— Ex-Ante (@exantecl) December 27, 2023
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