¿Se equivocó el presidente de la república Gabriel Boric al señalar que “parte de él” aun quería superar el capitalismo? ¿Por qué se critica a un líder que no esconde sus coordenadas ideológicas socialistas que comparta, aunque sea como ideal, la aspiración histórica central del marxismo? ¿Acaso los partidos del Frente Amplio y el propio Partido Comunista debiesen reescribir sus manifiestos doctrinarios?
En el fondo, lo que a Boric le interesa es vivir en un mundo más igualitario, en tanto considera que gran parte de las desigualdades socioeconómicas son injustas. ¿Por qué? Marx entregó una explicación sistemática: los dueños del capital se apropian ilegítimamente del fruto del trabajo de los asalariados. Eso es el capitalismo, y por eso hay que derrocarlo. Recientemente, el economista francés Thomas Piketty confirmó la intuición Marxiana: el retorno del capital es mayor al retorno del trabajo, y en consecuencia la inercia capitalista genera (siempre) más desigualdad. En conclusión, si Boric y la izquierda chilena quieren un mundo más igualitario, el capitalismo es un escollo.
Sin embargo, sus críticos hicieron un punto insoslayable: todos los países europeos con estado de bienestar que Boric y la izquierda chilena admiran son capitalistas. ¿Se puede acaso construir un estado de bienestar y mejorar la calidad de vida de la población sin la riqueza que ha producido y produce el capitalismo? Difícil. ¿Se pueden aprovechar las fuerzas creativas que favorece un sistema capitalista sin generar necesariamente más desigualdad? Al parecer, se puede. Todo depende de la forma en que las sociedades entiendan sus deberes redistributivos. Entonces, ¿cuál es el verdadero enemigo ideológico del presidente Boric?
No hay que ir tan lejos. Basta con echarle un vistazo al discurso que articuló el movimiento estudiantil de 2011 y 2012, donde el propio Boric fue protagonista. En dicho discurso, el problema no era el capitalismo sino, en sus palabras, el neoliberalismo. Por supuesto, sobre el perímetro conceptual de “neoliberalismo” no hay acuerdo. Pero el punto normativo estaba claro: en Chile, las instituciones de la dictadura montaron un sistema donde el diferencial de poder adquisitivo determina el diferencial acceso a (todos los) bienes y servicios.
Lo que hay que hacer, decían los jóvenes inspirados en los libros de sus intelectuales orgánicos, es sustraer de la lógica del mercado –descomodificar– aquellos bienes donde nos jugamos el estatus de igual ciudadanía. Entre ellos, evidentemente, educación, pero también salud y seguridad social.
En otras palabras, el punto ideológico con el que debuta el Frente Amplio en el debate público no es necesariamente Marxiano -en el sentido de anticapitalista- sino más bien Sandeliano, en referencia a la crítica de Michael Sandel a las sociedades que estructuran todas sus relaciones sobre la base del poder económico.
En lenguaje Sandeliano, hay cosas que el dinero no debiera poder comprar. Son pocas, pero cruciales, porque allí nos jugamos la igualdad moral relevante. Da lo mismo si los ricos pueden comprar mejores zapatillas, pasajes aéreos de primera clase o entradas al box platinium del estadio. Pero en otras áreas, donde nos jugamos la igualdad relevante, no puede operar el tamaño de la billetera. Allí, como el barman Lloyd a Jack Torrance en The Shining hay que decir Your money is no good here (“Su dinero no vale aquí”).
Este punto Sandeliano es ampliamente compartido en muchas áreas de la vida social. La gran mayoría cree que sería inmoral pagar un adicional para saltarse la fila en el registro civil o en la lista de receptores de trasplante de órgano. Pero la derecha no considera que sea inmoral en materias como educación, salud o pensiones. Por el contrario, piensa que ese diferencial en poder adquisitivo es un reflejo aproximado del mérito, el esfuerzo o el talento, y por tanto sería absurdo privar a la gente del derecho a usarlo. La izquierda cree, con Sandel, que ese diferencial obedece casi siempre a la buena o mala fortuna del lugar de origen, que es una contingencia moralmente arbitraria.
Lamentablemente para Boric y la izquierda chilena, los tiempos son aciagos para el punto de vista Sandeliano. El nuevo Consejo Constitucional en manos de la derecha busca constitucionalizar el derecho a elegir en áreas que deberían estar “descomodificadas”, lo que se traduce en la práctica en que el dinero sigue siendo el elemento segregador.
Las perspectivas de una reforma previsional con sentido solidario son peores que nunca, en parte por responsabilidad de la misma izquierda, que con la excusa de ayudar a la gente en pandemia y aprovechando de golpear al gobierno de Piñera, animó la operación de los retiros parciales cuando era oposición. Así, convencieron a los escépticos de que sus cuentas individuales eran reales y su platita les pertenecía. Actuaron exactamente al revés de lo que dijeron en 2011, y ahora les pasa la cuenta.
En resumen, el relato de Boric no necesita tanto a Marx como a Sandel, una especie de republicanismo igualitarista que se beneficia del potencial capitalista para producir riqueza y así financiar una estructura de bienes y servicios públicos donde el dinero no tenga la última palabra. Ese ya es desafío suficiente.
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