El miedo es una emoción primaria fundamental. En simple, la función evolutiva del miedo es cuidarnos. Dicho eso, el miedo también nos pasa malas jugadas cuando lo sobredimensionamos. Por ejemplo, puede sumirnos en una crisis de pánico en la que aflora esa irracionalidad humana que lo despoja de su función de cuidado para exponernos.
En Chile vivimos crecientemente con temor, particularmente al crimen organizado, al narco y a esa cultura que le es tan propia. Es cierto, estamos cada día más dominados por el miedo y atentos a sus consejos para el autocuidado.
Pero el miedo también nos está intoxicando, obnubilando al punto que confundimos lo importante con lo accesorio, los problemas de fondo y sus causas estructurales con las consecuencias.
La sobre intromisión del miedo en nuestra vida ha quedado de manifiesto estas últimas semanas con el llamado de cierta elite política e intelectual a rescindir el contrato que el Festival de Viña tiene firmado con Peso Pluma, un galardonado cantante de corridos tumbados mexicanos, reguetón y trap latino.
Un veinteañero que ya ha estado en listas Billboards, Latin Grammys y que ahora, estará en Coachella, uno de los festivales de música más grandes y famosos del mundo. Peso Pluma, el mismo que llenó el Movistar Arena en Santiago hace sólo un mes, de pronto, y en gran medida como producto del miedo, pasó a representar todos los males de Chile, transformándose en la expresión más palmaria y maléfica de la narco cultura.
Como si de pronto la expresión de experiencias y realidades de la vida en áreas urbanas marginadas, donde la violencia, el crimen, el narco y la lucha cotidiana por la sobrevivencia convirtieran el relato y la interpretación musical de la realidad en la realidad misma. Nada más parecido a una crisis de pánico que pretender que matando al mensajero atacaremos la raíz del problema.
El miedo revestido de justificaciones de todo tipo para matar al mensajero ha mareado tanto a cierta elite adulta que ha devenido en hazmerreír de una mayoría de jóvenes, no precisamente aspirantes a narco. Jóvenes que tienen claro que de toda la discografía de Peso Pluma sólo dos canciones hacen algo parecido a una apología del narco. Dos canciones que, por lo demás, hace rato no canta.
Jóvenes que aluden a variados géneros musicales y cientos de artistas conocidos por sus crudas narraciones sobre la vida en las calles que incluyen relatos de violencia, enfrentamientos con la ley y, muchas veces apologías a lo marginal, entre ellos la narco cultura. Pero, a diferencia de esta elite adulta no los miran con la histeria propia del miedo, sino las destacan como formas expresivas artísticas, reflejo de las experiencias urbanas personales de los mismos artistas, más que como promociones burdas de la violencia y el narco.
El episodio Peso Pluma muestra con elocuencia lo extraviados que estamos respecto de la irrupción del narco en Chile. Esa falta de comprensión del problema, antes que las letras de este y muchos otros cantantes que desfilan desde hace mucho por los escenarios del país, es la que le ha dado vida a un burdo intento de cancelación musical como intento de cancelar el miedo que nos invade.
Tan evidente ha sido el extravío que a corto andar todo ha vuelto a fojas cero. El cantante cantará en Viña, el contrato no se cancelará y los mismos adultos que antes buscaron hacer del síntoma la enfermedad ahora privadamente cambian de opinión.
Tan evidente ha sido el extravío que finalmente, era que no, lo que partió como el repentino descubrimiento de la causa de la cultura narco en el país, ha terminado siendo manoseado políticamente.
Tan burdo ha sido todo esto, que mientras Peso Pluma dejó de importar, gobierno y oposición corren en círculos buscando alguna explicación plausible para la histeria colectiva que intentaron sembrar. Ahora, cuando el ridículo ya está hecho, lo único que realmente importa es que nadie vaya a pensar que no están preocupados de enfrentar al narco y sus expresiones culturales.
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