Por cualquier lado que se indague, quedan al desnudo la visión distorsionada de la realidad y de las propias fuerzas por parte del Presidente y sus colaboradores, las torpezas “ideológicas” y la ignorancia presuntuosa, pero, sobre todo, cuán inquietantemente precario es el liderazgo. No es posible que el Presidente no haya sopesado las implicancias de su decisión de indultar a 12 condenados por delitos cometidos durante la revuelta, y a un exfrentista con padrinos, justo en medio de la crisis de seguridad y las protestas ciudadanas contra la delincuencia.
Era previsible que se produjera una reacción de fuerte crítica. Se deduce entonces que, si el mandatario decidió firmar los decretos de indulto de todas maneras, fue porque consideró que eso era menos costoso que la opción de no hacerlo. En otras palabras, fue mayor el temor a la acción de los grupos que rayaban la palabra “traidor” en los muros de la ciudad.
¿Estaríamos, entonces, ante el caso de un gobernante constitucional que ha sido sometido a una especie de “extorsión lumpen-revolucionaria”? Hay base para preguntarlo. Y es difícil concebir una situación más perniciosa para la salud de las instituciones. Si el mismísimo jefe del Estado actúa condicionado desde las sombras por sectores antisociales, que demuestran tener una enorme capacidad de chantaje, quiere decir que nuestra democracia enfrenta amenazas demasiado graves.
Va quedando más clara la naturaleza de la agresión sufrida por nuestra convivencia en 2019. Hubo aquella vez una alianza entre el mundo delictual y la izquierda populista. En su camino al poder, esa izquierda no le hizo asco a nada. Usó todo lo que podía servirle para derribar a Piñera y preparar su propia llegada a las alturas. No le fue mal, como vimos. Salvo que vendió el alma al diablo, y hoy le están pidiendo que pague las cuentas atrasadas. Ahora se entienden mejor las veleidades del FA y el PC frente a la violencia, los estados de emergencia y todos los asuntos referidos a la seguridad interior, como el combate al terrorismo y el bandolerismo. No sorprendió que saludaran a “los luchadores” indultados, y hasta pidieran nuevos decretos.
Apenas llegó a La Moneda, Boric dispuso el retiro de 139 querellas por Ley de Seguridad del Estado a presos de la revuelta. ¿Ya tenía claro a quiénes favorecía? ¿Se le pasó por la mente el riesgo de liberar a elementos que podían ser una amenaza para la sociedad? Todo sugiere que para él lo importante era enviar un mensaje de buena onda hacia determinados grupos que consideraba sus aliados (fue a visitarlos a la cárcel, incluso). Su visión no dejó dudas ahora. Al defender los indultos, dijo: “Son jóvenes que no son delincuentes”. ¡Y hasta se atrevió a proclamar la inocencia del exfrentista recomendado!
El gobierno ha demostrado ser rehén del octubrismo. “Los insurrectos no nos calmamos”, dijo Luis Castillo al salir de la cárcel de Calama. ¿Qué pasaría si ese hombre u otros indultados volvieran a la cárcel de la cual, al parecer, no debieron salir? ¿Teme el mandatario que ese mundo, más otros “descontentos”, puedan organizar un estallido parecido al de 2019, pero esta vez contra su propio gobierno? Hay que repetir la pregunta: ¿cuánta verdad resiste La Moneda?
Boric usó la palabra “desprolijidades” para referirse a los agujeros legales de los decretos que firmó, y dio a entender que la culpa era de quienes tuvieron que dejar sus cargos, la exministra de Justicia y el exjefe de gabinete, sin asomo de autocrítica, casi como si lo hubieran engañado. Una conducta poco airosa, desde luego. Habría sido menos ofensivo que admitiera que la responsabilidad era suya, y buscaría arreglar lo mal hecho.
No hay posibilidades de que cesen las complicaciones de este capítulo para el gobierno. Es muy intensa la presión para que el mandatario revoque los indultos que quebrantaron más escandalosamente las normas respectivas. Pero, ya sea que lo intente o que deje correr las aguas, pagará un precio muy alto. Y ya no le quedan fondos. Además, el curso de la crisis no depende solo de lo que haga La Moneda. La Contraloría ya tomó cartas en el asunto y podría entrar en escena el TC.
De nuevo, Boric se ha dañado a sí mismo, pero esta vez, quizás, de una manera irreparable. Nada refleja más crudamente el estado de situación que los dichos de un pragmático como Guido Girardi, que ha advertido a sus compañeros del PPD que las cosas van demasiado mal y es necesario pensar en el futuro. En otras palabras, no hay por qué hundirse con este barco y este capitán. Algo parecido deben estar pensando en el PS. Y viene una elección con mal pronóstico en mayo.
Si Boric y el bloque FA/PC representaron “algo” al ganar la elección presidencial, ese algo dejó de existir. El gobierno agotó en menos de un año su fuerza de propulsión, el relato, el proyecto, o como quiera llamársele. Solo quedan los gestos, cierto instinto de supervivencia. Es poca cosa.
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