Para el World Economic Forum, Chile en el año 2006 se encontraba en el estado 2 de desarrollo. En otras palabras, teníamos un nivel de vida similar a países como Lituania, Letonia, Polonia, Uruguay, Eslovaquia, Argentina, Venezuela y Croacia.
En el año 2008, nuestro país había logrado crecer a un ritmo superior al 5% anual y junto a Lituania, Letonia, Eslovaquia, Polonia y Croacia consiguieron avanzar al estado de “transición de 2 a 3” de desarrollo, mientras que Argentina, Venezuela y Uruguay se quedaron atrás. Éramos sin duda los jaguares de Latinoamérica, a sólo un gran paso de alcanzar el desarrollo. Una década más tarde, Argentina, Panamá y Uruguay se unieron al grupo al cual Chile aún pertenecía.
En el año 2022, el reporte World economic situation and prospects de Naciones Unidas, mostró que Lituania, Letonia, Polonia, Eslovaquia y Croacia ya son países desarrollados. Mientras que Chile, Argentina, Panamá y Uruguay continúan en el subdesarrollo. Con una salvedad, los nuevos jaguares de América Latina son por lejos Panamá y Uruguay.
¿Qué pasó? Bueno, Lituania, Letonia, Polonia, Eslovaquia y Croacia trabajaron duro y lograron incrementar en 5 años el producto interno bruto (PIB) per cápita a precios corriente en 45%, 39%, 43% y 38% respectivamente. En el mismo periodo, Chile lo hizo en un 18%. Probablemente la brecha de crecimiento se entiende – entre otras cosas – a que perdimos el foco. Chile se concentró durante los últimos 4 años en discutir cómo distribuir los beneficios obtenidos durante 30 años de ardua producción. Se nos olvidó la importancia del crecimiento económico y la productividad. El descuido fue tal, que hoy en día hay muy poca riqueza para repartir.
Y el futuro no es auspicioso. El Banco Central de Chile estima un crecimiento del PIB para 2024 entre 1,25 y 2,25; el Fondo Monetario Internacional lo proyecta en 1,6%; la OCDE un 1,9%; mientras que el Banco Mundial considera una tasa de crecimiento tendencial para nuestro país del 2% es decir, lo mismo que hemos estado creciendo en la última década.
¿Cómo nos afectan estos números? En primer lugar, la pérdida de competitividad respecto a nuestros socios comerciales afecta sustancialmente nuestro tipo de cambio, por tanto, con un exiguo crecimiento tendencial del 2% es muy difícil que volvamos a ver el dólar bajo 750.
En segundo lugar, mejorar la calidad de vida de todos los chilenos en el mediano y largo plazo se convierte en una utopía. Por ejemplo, se dificultan los aumentos de sueldo, así como la creación de nuevos y mejores trabajos. Esto último se ve aún más presionado con la implementación de la jornada laboral de 40 horas y el incremento del salario mínimo a 500.000 en julio próximo.
En tercer lugar, afecta el ingreso fiscal lo que hace improbable la construcción de más viviendas sociales o mejor salud. Y aquí un punto relevante, lo anterior NO es causa de nuestra actual carga tributaria, sino que es provocada porque la recaudación fiscal depende del rendimiento de las empresas y del consumo, por tanto, si nuestro crecimiento económico es enjuto, las finanzas públicas lo serán también.
Con todo, aún no es demasiado tarde. Se requieren medidas inmediatas, reales y poderosas en favor de la inversión y la productividad. Sin lo anterior, en 10 años más, terminaremos comparándonos con jurisdicciones que, si bien hoy son profundamente subdesarrolladas, con el nivel de crecimiento económico que ellas ostentan pueden fácilmente superarnos en una década.
¿Cómo mejoramos? Con medidas superlativamente conocidas y estudiadas. Un pacto fiscal que rebaje el impuesto a las empresas, una reforma de pensiones que mantenga el DL 3.500, reducir significativamente permisología, terminar con el tema constituyente, crecimiento del gasto fiscal idealmente en una tasa menor a la proyectada para el PIB y dado que a este paso no iremos al Bienal de Venecia, redireccionar el aumento del presupuesto a cultura hacia las propuestas del Consejo de Reactivación Educativa.
¿Le estoy pidiendo peras al olmo? Si, pero la esperanza es lo último que se pierde.
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