Algo es algo: Una y una

Juan Diego Santa Cruz, cronista gastronómico y fotógrafo
De autor.

Debemos mantener el foco y no permitir que el conflicto ni los chantas nos paralicen. Haga lo que quiera, pero haga algo. Sobre todo, que disfrute de la vida. Yo le recomiendo freír empanadas hasta que tenga que lavarse las patas con detergente.


El 23 fue un año turbulento repleto de guerras, motochorros, implosiones de minisubmarinos en busca del Titanic, principiantes del poder y masacres de inocentes. Nadie sabe qué traerá el 24, pero da para creer que nos llegará más de lo mismo y en sacos. ¿Será que estamos en medio de una transición a un mundo mucho peor pero sólo de camino a uno mucho mejor? ¿Debemos preguntarnos no sólo cuando se jodió el Perú, sino cuando se jodió el mundo? ¿Seguiremos en un descenso interminable? ¿Creen ustedes que sólo nos queda reírnos y gozar comiendo de lo lindo cuales pasajeros del Titanic escuchando a la orquesta tocar? Como podrán advertir, tengo más interrogantes que las que genera Thermas International.

Lo que sí está claro es que hay mucha gente asustada. Ese miedo suele llevarnos por distintos caminos: algunos buscan una pistola, otros intentan volver al origen y se ponen zen, principalmente los burgueses asustados que a menudo terminan refugiados en la huerta.

Es normal querer volver a lo “natural” cuando el mundo nos resulta amenazante ya sea por la situación política, la guerra o los avances de los pistoleros, y la comida provee un viaje rápido y sin escalas al paraíso de lo puro y primitivo. Comer sanamente nos provee de un escape que es mucho más fácil de conseguir que mudarse a un pueblito del sur o cambiar de trabajo. Una zanahoria sacada del jardín de la casa nos da la ilusión de ser luchadores contra el cambio climático, de soberanía alimentaria y de otras fantasías de buen corazón.

Pero la comida es todo menos natural. La comida es cultura. Hace siglos le hemos torcido el brazo a la naturaleza modificando a las plantas para que produzcan más y mejor. Hemos sido exitosísimos transformando los alimentos para que sean más sabrosos y más abundantes y los hemos llevado a nuestras cocinas para volverlos a cambiar según nuestros gustos que tienen su residencia no en la lengua, sino en el cerebro. Porque nos parece delicioso lo que nos han enseñado que es exquisito.

Y a los chilenos nos han enseñado que las empanadas fritas son deliciosas. La realidad es que son ricas porque lo son y también porque nos enseñaron a disfrutarlas. ¿Quién podría negarse a una masa delgada recién frita con el queso mantecoso en su interior esperando derretido a que se lo coman?

Basta darse una vuelta por las playas para cerciorarse que más que la de horno, la empanada frita es nuestro emblema. Reemplacemos de inmediato al huemul y el cóndor por una y una: una de queso y una de pino. Que la Cancillería abandone sus demandas fuleras y haga de una vez por todas algo útil. Es hora de financiar fritanguerías chilenas por todo el mundo y que nuestras embajadas se conviertan en sedes de nuestra gastrodiplomacia.

Si hemos tenido el talento de crear y creer en un concepto tan extraordinario como el autopréstamo (y estamos a pasos de la autorresucitación y de la autocirugía), de seguro somos capaces de convencer al planeta entero que la masa frita rellena con queso es bueno para el corazón, si no el físico al menos el espiritual.

La recompensa y felicidad inmediatas que necesita el mundo sólo la puede proveer nuestra empanada frita. Y aunque las de pino o queso pueden ser nuestro símbolo en el mundo, no hay nada que nos identifique más que la empanada de mariscos, ésa que suele ser como la Cathy: sospechosa y rica, pero no tanto. Igual uno se la come y vive feliz por los siguientes 15 minutos. ¡Exportémoslas!

Para usted que sigue temeroso, no crea que estaríamos inventando la rueda en esta cruzada: muchos países invierten firme en promocionar lo mejor de su mesa. Tailandia, por ejemplo, para cambiar la imagen de su país basada en el turismo sexual y pelotas de ping pong, invirtió millones de dólares repartiendo Pad Thai por el mundo. Una cara más bonita.

Sabemos hace siglos que cuando se llega al final del pozo siempre se puede seguir cavando. Por esto, debemos mantener el foco y no permitir que el conflicto ni los chantas nos paralicen. Haga lo que quiera, pero haga algo. Sobre todo, que disfrute de la vida. Yo le recomiendo freír empanadas hasta que tenga que lavarse las patas con detergente. Créame, la fritanga es buena para el ser humano, sobre todo para tener algo de felicidad en el cortísimo plazo, que es lo que más importa en estos tiempos difíciles. Algo es algo.

P.D: por unas semanas volveré a lo natural, principalmente comiendo chancho natural y naturalmente durmiendo siesta. Nos vemos el sábado 2 de marzo.

Receta para el domingo

Hablando de empanadas fritas las mejores que he comido las hacen en la caleta Anahuac, en Puerto Montt. A minutos de la estafa de Angelmó, en un puesto quitado de bulla, fríen las empanadas de navajuelas y sierra ahumada. Una delicia.

Si se trata de freír en casa elija un lugar ventilado y tome precauciones partiendo por la temperatura del aceite y también del ambiente, porque ni aunque una invasión de extraterrestres le quite las ganas de freír, sí puede ser vencido por el calor como me pasó a mi. Como aprendí y no pretendo a andar friendo en medio de esta canícula insoportable, decidí volver a lo natural y hacer sopa fría vegana.

Sopa de albahaca y zapallo italiano

  • Para 4 a 6 personas

Ingredientes

  • 2 cucharadas de aceite de oliva extra virgen

  • 1 puerro grande, picado fino (aprox. 225 grs.)

  • 3 ramas medianas de apio, picadas finas (aprox. 170 grs.)

  • Sal

  • 2 dientes de ajo medianos, picados

  • 700 grs de zapallo italiano, cortados en medialunas de 1 cm. de grueso

  • 2 tazas de hojas de albahaca frescas empaquetadas, picadas en trozos grandes (aprox. 55 grs.)

  • 5 tazas (1,2 lts.) de agua

  • Pimienta negra recién molida

  • Jugo fresco de 1 limón, a gusto

Parta por cortar las verduras. Los zapallos italianos pártalos por la mitad a lo largo y con una cuchara sáquele las pepas, y así la sopa no quedará aguada. Luego córtelos en medialunas.

Caliente el aceite de oliva en una cacerola grande. Agregue el puerro, el apio y un poco de sal. Cocine hasta que las verduras se ablanden pero no se doren, aproximadamente 5 minutos. Si la olla comienza a verse seca en algún momento, agregue un chorro de aceite de oliva. Ponga el ajo y cocine, revolviendo hasta que esté fragante, aproximadamente unos 30 segundos. A continuación incorpore el zapallo italiano picado a la olla y cocine, revolviendo durante 1 minuto. Agregue la mitad de la albahaca, revuelva para combinar y agregue agua. Lleve a fuego lento y cocine, revolviendo ocasionalmente, hasta que el zapallo esté tierno pero aún de color verde brillante, aproximadamente unos 10 minutos. Finalmente agregue la mitad restante de la albahaca y mezcle la sopa con una licuadora de mano o una juguera hasta que quede tan suave como desee. Póngale sal a gusto, pimienta negra, el jugo de limón y sirva, rociando con aceite de oliva adicional en la mesa. La sopa se puede servir caliente, pero es mucho mejor tomársela fría en un día caluroso. ¡A gozar!

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