Hay rumores que en Haití y Peñalolén se comieron a un cristiano. No hablo del ocasional tiburón blanco que se morfa a un incauto sino de horrorosos asados callejeros. Terribles. Nada provoca menos hambre que la carne humana, pero lo cierto es que no todas las personas se han convencido de lo inapropiado de su preferencia y llevamos siglos de práctica ininterrumpida.
En su segundo viaje a América, Cristóbal Colón escuchó erradamente una palabra del Arahuaco. Cuando le dijeron al conquistador que debía tener cuidado con los Caniba, Colón entendió Cariba y fue así como, dado que el lenguaje viaja y se moldea en el tiempo, terminamos diciéndole Caribe al lugar donde gringos y chilenos van de vacaciones y caníbales a los que cometen la transgresión más horrible. El origen de las palabras es el mismo. En aquel entonces los habitantes de las calurosas islas andaban con poca ropa y además se zampaban con frecuencia a un ser no querido fuera crudo o cocido.
A pesar que los caníbales a veces se comían a una persona sólo por hambre, esa no fue la razón de por qué el canibalismo se hizo parte de una cultura. Los caníbales caribeños no sólo comían humanos para satisfacer su necesidad de proteínas sino porque la carne humana tenía un valor simbólico enorme. No era lo mismo comerse el huachalomo de un desvalido que el corazón del jefe de los enemigos. Los caníbales le daban duro al asado para transformar en un rito el comerse a un semejante y así experimentar un cambio positivo como, por ejemplo, obtener la valentía del guerrero vencido comiéndose parte de él. Para que me entienda, en su contraparte moderna es lo mismo que ésos que comen dietas saludables para obtener superioridad moral o pureza personal. Quién diría que los veganos puedan tener tanto en común con los caníbales.
Ese pensamiento me hizo imaginar la peor distopia posible: el mundo en manos de veganos totalitarios que adornan sus dachas con vacas que pastan hasta la muerte natural. Al pueblo le prohiben comer carne y tomar leche que no sea de soya. Los rumores de canibalismo son pan de cada día y las redes sociales funan y muestran supuestos asados de viejas insoportables, humoristas fracasados y disidentes al espiedo. La codicia y desesperación por comer carne avanza sin transar y terminamos todos transformados en caníbales.
Afortunadamente abandoné esa pesadilla agradeciendo el que la civilización nos trajera la ganadería, y así comenzáramos a sacrificar animales para alimentarnos de ellos y dejáramos de matarnos para comernos. Porque comer carne es parte fundamental de la vida y sin ganadería queda la escoba en un rato. La civilización nos ha permitido disfrutar de la nobleza de la vaca: mansa, paciente, calmada y afectuosa con sus crías es sin duda el animal más noble que no sólo nos da leche, sino también carne y sobretodo mantequilla.
Al sacrificar animales vivimos en contacto con la muerte y la miramos de frente, única manera de gozar la vida sin rodeos. Recordar que cualquier día nos puede pasar la micro por encima, que un guadañazo nos podría cortar el pescuezo sin aviso, es fundamental para el goce de la vida y para recordar todos los días que al morir seremos olvidados al poco andar, como la más simple de las vacas.
Los veganos pretenden que todos lo seamos, o sea, que nadie tome leche ni coma carne. Pretenden que los vivos nos hagamos los tontos de lo que realmente somos ¿Por qué habría vacas en nuestro planeta si no nos tomamos su leche ni comemos su carne? ¿Quedarían las vacas relegadas a los zoológicos o a los jardines de oligarcas rusos? En realidad, los veganos tienen un plan siniestro: la extinción de las vacas. La eliminación de la nodriza de la humanidad. Ni los lobos con piel de oveja se atrevieron a tanto. Hasta los caníbales comeguaguas necesitan guaguas para seguir comiendo, porque en el fondo del corazón el lobo ama a la oveja y el caníbal a la guagua. Pero el vegano odia a la vaca. Por suerte todavía son pocos. Algo es algo.
Esta receta, aunque simple, requiere práctica. Depende de la temperatura del sartén, del ancho del bife y del tipo de carne que elija. Así que anímese y empiece a intentar el bife perfecto.
Ingredientes:
1 bife de lomo vetado de 350 gramos
2 cucharadas de mantequilla
1 rama de romero
Sal y pimienta
opcional: 1 diente de ajo
Ponga el bife sobre una tabla y agréguele sal y pimienta por ambos lados. Déjelo reposar al menos media hora. Caliente un sartén y póngale una cucharada de mantequilla: cuando empiece a burbujear estará listo para recibir la carne. Seque el bife con toallas de papel y póngalo en el sartén. Presione la carne un poco para que toda la superficie esté en contacto con el sartén. Cuando sea fácil darlo vuelta, o sea cuando ya se haya dorado y se suelte solo, delo vuelta y repita lo mismo. Al tener las dos caras selladas baje la llama y siga dorando. Derrita otra cucharada de mantequilla en el sartén y agréguele el romero. Cucharee la mantequilla derretida sobre la carne. Si tiene un termómetro cocine hasta los 54 grados para que quede a punto. Si va a terminar al ojo el bife, tóquelo con un dedo y asegúrese que no esté muy blando y sin duda no muy duro. Como le decía, este asunto como casi todo, requiere práctica. A gozar!
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Algo es algo: La Caperucita, el cazador y el canasto. Por Juan Diego Santa Cruz (@jdsantacruz).https://t.co/mD8vdUXzUp
— Ex-Ante (@exantecl) March 8, 2024
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