Septiembre 1, 2022

Alfredo Sepúlveda, autor de “La Unidad Popular”: “El PC no tiene absolutamente ningún apego a Boric”

Marcelo Soto

Máster en periodismo en Columbia y académico de la UDP, Alfredo Sepúlveda, cuyo libro “Independencia, siete crónicas históricas” será reeditado en septiembre, ha incursionado en la divulgación histórica con libros como “La Unidad Popular, los mil días de Salvador Allende y la vía chilena al socialismo” y “Bernardo: una biografía de O´Higgins”. Su mirada diversa le permite hacer conexiones entre distintas épocas.


-Boric acaba de ser portada de Time. Algunos dicen que su figura genera interés afuera, pese a que en el país su desaprobación es muy alta. ¿Algo parecido sucedió con Allende?

-Primero: ¿hasta cuándo con que el presidente es “joven”? ¡Tiene 36 años! Ha estado en la vida pública hace diez, es una persona hecha y derecha. Ahora, la pregunta: en el caso de Allende hubo una cierta curiosidad con el hecho de que había un presidente marxista electo en forma democrática, y que aquello ocurría por primera vez. Más allá de eso, la “vía chilena al socialismo” tuvo un rol secundario en la agenda periodística mundial. No competía con los grandes temas de entonces: la guerra de Vietnam, el acercamiento entre China y Estados Unidos, el conflicto árabe-israelí. Tampoco era algo insignificante: me parece que había más interés sobre Chile en países como Italia y Francia, entonces con izquierdas fuertes, que se preguntaban cómo acceder al poder en democracias “burguesas”.

Volvimos a estar en la mira del mundo con el caso de los papeles de la ITT, brevemente. En realidad, la mirada del mundo hacia Chile es idéntica a la que en Chile podamos tener de cualquier país que nos parezca remoto y que no se distingue por hacer constantemente contribuciones culturales, tecnológicas u otras a la humanidad: cuando llamamos la atención, lo hacemos por que se ha producido algún tipo de situación excepcional.

-Durante la UP, el Partido Comunista fue el partido más disciplinado del oficialismo. Hoy el PC aparece muchas veces desafiando a Boric. ¿Ha habido un cambio en el rol de los comunistas?

– Fue disciplinado por dos cosas: por la relación especial que tenían con Allende, quien nunca los abandonó –a diferencia de la mayoría del PS de los años 40 y 50, abiertamente adversaria del PC–, y siempre vio en la alianza con ellos la “verdadera” forma de llegar a La Moneda. También lo fueron porque son, al final del día, un partido de orden: todo lo que se debía hacer estaba dentro del programa de la Unidad Popular, todo lo que se hacía por fuera de él era, para el PC, infantilismo de izquierda o fascismo encubierto.

Este apego al orden es lo que los ha llevado a ser el “mejor” partido de la política chilena, lejos. Es decir, han logrado cumplir todas las metas que se pusieron desde que Gladys Marín se fue. Participaron del sistema político, llegaron a La Moneda y están a un centímetro de botar la constitución “de Pinochet”, según el punto de vista de ellos. Ellos determinan lo que pasa en la calle, aprietan y sueltan el botón que la activa: eso se llama “orden”, no desorden. No es un apego “dogmático” al programa del gobierno actual, es que ellos siempre han sido literales en el sentido de que el programa es lo que les da el sentido, la letra del programa.

Con respecto al presidente, el PC institucionalmente no tienen absolutamente ningún apego a él, ningún cariño, ninguna complicidad, lo consideran un gobernante de Twitter, dejan que juegue con el videojuego y lo aceptan simplemente porque participan del poder con él.

-Allende tuvo a Carlos Altamirano como uno de sus principales críticos, pese a estar en la misma coalicion y partido. ¿Quién ha sido, salvando las distancias, el Altamirano de Boric?

-Daniel Jadue. Pero hasta ahí llega la comparación, porque en la época de la Unidad Popular, Carlos Altamirano era el presidente del partido del presidente, sin mayor oposición interna; en cambio Jadue no es del partido del presidente y ciertamente está enfrascado en una disputa con Tellier, Vallejo y un poco menos Cariola. Tiene menos poder puertas adentro del que tenía Altamirano, aunque hay que reconocer que si algo de ideología queda en el PC, es Jadue quien la domina. Por otra parte, Boric no tiene realmente un partido, o tiene uno extremadamente débil y novato: no se puede comparar con el PS, ni siquiera con el de ahora.

-Hay una discusión sobre si el país está polarizado o es la élite la que lo está. ¿El día después del plebiscito habrá un país cortado en dos?

-Creo que nada realmente triunfa ni nada realmente muere, aunque las constituciones sí son capaces de generar ciertas narrativas que el país se cuenta a sí mismo por muchos años. Yo ahora estoy en un proyecto de escribir la historia del periodismo en Chile. Después de la constitución de 1833, que supuestamente blinda un orden conservador bajo siete llaves, resulta que florece la prensa liberal. Se podría argumentar que la constitución del 25 cristalizó cierto orden, pero creo que más bien ayudada por la crisis de 1930, que fue la que realmente hizo que el país fuera una autarquía hasta 1973.

Y qué decir de la constitución “de Pinochet”. Ella consagró el famoso orden “neoliberal”, pero solo hasta 1989, después, de a poco, como hormiga, ese supuesto orden fue siendo horadado a través de un sinfín de reformas. Yo soy de los pocos que piensa que el “neoliberalismo” chileno estaba más bien agónico en 2019, y lo que teníamos era una economía abierta con una gran dosis de correcciones a las fallas del sistema, todas ellas emprendidas desde el Estado.

-El origen de este proceso fue el estallido social. Lucy Oporto dice que tiene una marca barbárica. ¿Era la constitución la gran demanda de los manifestantes?

– Para nada. El 18 de octubre de 2019 es un fenómeno complejo y de muchos significados, y carecemos de una explicación basada en la evidencia. Todo lo que tenemos son hipótesis, suposiciones y bravatas twitteras. Salvo el libro de Iván Poduje, que tiene trabajo de campo, de observación, todo lo demás son ensayos. Así que no sabemos realmente por qué pasó lo que pasó.

Ahora, si uno especula de manera informada, hay una correlación clarísima entre el estallido social, la crisis de representación de la política y las tres demandas claves de la sociedad chilena: pensiones, salud y educación. Nada de eso era, en esos meses, “la constitución”. El cambio constitucional era una inquietud académica y de algunos sectores políticos: Bachelet tuvo que hacer un esfuerzo gigantesco para su proceso de 2016, y ella misma terminó mandando al Congreso el proyecto de nueva constitución en los últimos días de su mandato.

Ricardo Lagos hizo esfuerzos sobrehumanos antes para que su idea de una constitución participativa penetrase en la sociedad. No pasó nada. La constitución “se pone de moda” porque la clase política, asustada, y con razón, la entrega como moneda de cambio, para que el país no terminara incendiado por los cuatro costados. No estoy criticando, solo describiendo.

-Como académico que estudia la sociedad, ¿te parece que la propuesta de la Convención es un avance o tiene riesgos? ¿Vas a rechazar o aprobar?

Rechazar. La propuesta tiene puntos muy meritorios, partiendo por el Estado social de derechos, los derechos de los discapacitados, el tema de los cuidados, incluso estoy muy a favor de los derechos a las personas privadas de libertad: su pena es la privación de la libertad, que ya es bastante, pero es inmoral, sobre eso, cargar penas para complacer a la multitud. Pero al final del día, es una decisión binaria: y lo que se propone como plurinacionalidad y como sistema político me hacen inclinarme al Rechazo: finalmente, en vez de limitar el poder del Estado, la propuesta le quita límites. Así, por más bueno que esté lo otro, simplemente no podemos funcionar.

¿Y en términos de libertad de prensa, pluralismo y concentración de medios cómo la ves?

-Con respecto a libertad de expresión, y sobre todo con respecto al pluralismo, la propuesta parte de un diagnóstico pasado de moda: el famoso “duopolio” de los años noventa está muy de capa caída. El “derecho a la comunicación” es algo nuevo y tiene que ver con los famosos derechos sustantivos, pero presupone que todos tenemos algo que decir, y que el Estado está ahí, como un buen papá, para que lo hagamos. Twitter ha demostrado la trivialidad de esta suposición.

Por supuesto que uno debería apoyar políticas públicas que hagan posible que existan medios segmentados, incluso por visiones políticas, pero creo que con eso basta, no es prudente darle un rango constitucional a esto porque se olvida lo fundamental: la unión indisoluble entre medios y audiencias. Un medio que no es leído, visto, escuchado, es en realidad un diario de vida, y no se necesita una constitución para que exista.

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