El 8 de marzo de 1906, cuatro años antes de la proclamación del Día Internacional de la Mujer, el diario La Voz de Elqui, publicaba el artículo “La Instrucción de la Mujer”, cuya autora era entonces la joven desconocida Lucila Godoy Alcayaga, que casi 40 años más tarde sería reconocida universalmente como Gabriela Mistral, ganadora del premio Nobel de literatura.
Ha pasado más de un siglo desde aquella publicación en que a los 16 años Lucila se muestra como una encendida defensora de los derechos de las mujeres, lo que junto con llamar la atención de una sociedad conservadora, le significó el rechazo de las autoridades religiosas de la época. De hecho, rechazando sus ideas avanzadas la Iglesia le negó el acceso a la Escuela Normal de Mujeres de La Serena, considerándosela autora de publicaciones contrarias al catolicismo. Quizás porque en su comentado texto decía: ”Yo mostraría el cielo del astrónomo, no el del teólogo (para) después que hubiera conocido todas las obras; y después que supiera lo que es la tierra en el espacio, que formara su religión de lo que le dictara su inteligencia, su razón y su alma”.
En dicho artículo, la futura Gabriela Mistral reivindica la necesidad de “instruir a la mujer (porque) es hacerla digna y levantarla (…) Es preciso que la mujer deje de ser la mendiga de protección y pueda vivir sin que tenga que sacrificar su felicidad con uno de los repugnantes matrimonios modernos o su virtud con la venta indigna de su honra”. A su juicio, la mujer debía “valerse por sí sola y dejar de ser aquella creatura que agoniza y miseria si el padre, el esposo o el hijo no la amparan”.
Profundamente feminista, en el sentido de su pertenencia a una corriente política y cultural que buscar el reconocimiento de los derechos de la mujer así como cuestionar la sociedad patriarcal, buscó no sólo denunciar las injusticias o las opresiones a las que era sometida la mujer en su tiempo, y muy particularmente la mujer indígena, sino también reivindicaba fuertemente la especificidad femenina relacionada con el valor de la maternidad y el cuidado y educación de los niños. Esto sin duda la alejaba del movimiento del feminismo militante de la época, al que consideraba elitista y ajeno a la realidad de la mujer trabajadora del campo y la ciudad. Invitada a integrarse al movimiento feminista dijo: “con mucho gusto, cuando en el Consejo tomen parte las sociedades de obreras y sea así, verdaderamente nacional, es decir, muestre en su relevancia las tres clases sociales de Chile”.
Gabriela Mistral no fue solo una comprometida defensora de los derechos de la mujer, derechos a la educación, a la igualdad salarial y al sufragio (“Desde que la revolución que llaman grande, clavó con picota rotunda el principio de representación popular, quedó por entendido que el voto correspondía al género humano. Discutir sobre la extensión de ese derecho no es serio y, cuando no prueba malicia, prueba estupidez”), sino que toda su obra puede ser descrita como literatura de mujer y su oyente ideal eran las mujeres.
La Mistral fue por muchos años leída y divulgada en clave maternal. La autora de las bellas canciones de cuna, las rondas, la revisita de los clásicos infantiles y sus poemas sobre la maternidad ciertamente dieron origen a un uso interesado de su imagen y literatura por parte del mundo conservador chileno que veía en ella la posibilidad de contrarrestar la influencia cultural de nuestro otro premio Nobel, Pablo Neruda.
No obstante, de la mano de la democracia, desde hace unas tres décadas, o quizás más, se ha venido instalando otra lectura más completa y más compleja, que reconoce el sentido político de su obra, una claro indigenismo y una reivindicación ardorosa de los valores del mundo campesino, y sobre todo se ha abierto el reconocimiento de sus diversos intereses religiosos, filosóficos y culturales que de alguna manera están físicamente representados en su biblioteca personal en el museo que lleva su nombre y en obras de estudiosos que la describen en toda su inmensa complejidad literaria y humana.
Si un nombre de mujer merece ser reivindicado por el feminismo chileno, este es el de Gabriela Mistral.
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