Ha transcurrido un mes desde el ataque terrorista de Hamas sobre la población israelí que causó 1.400 muertos y el secuestro de cerca de 250 personas. El hecho provocó la inmediata declaración de guerra israelí expresada en feroces bombardeos aéreos sobre la franja de Gaza y el inicio de una incursión terrestre de las tropas cuyo objetivo es la destrucción de Hamas, de su capacidad militar y de su capacidad política.
La destrucción de la capacidad militar de Hamas será, de acuerdo a los propios jefes militares hebreos, una tarea difícil, larga y costosa en términos materiales y humanos. Hamas ha tenido el tiempo y el apoyo financiero para construir un complejo entramado de túneles y dotarse de armas sofisticadas que le han permitido por ejemplo, desencadenar un ataque simultáneo de cinco mil misiles contra el territorio israelí.
Las plataformas de lanzamiento de los misiles así como las escondites de sus militantes y cárceles para sus rehenes, se encuentran debajo de hospitales, escuelas y campos de refugiados, convirtiendo de este modo a la población civil en verdaderos escudos humanos de la infraestructura del grupo. Desde luego Hamas es un grupo terrorista, calificado así por la Unión Europea y Estados Unidos, que no respeta las leyes de la guerra ni el derecho internacional humanitario, algo que sin embargo, y con razón, se le exige al estado de Israel, la única democracia liberal existente en la región.
Es innegable la supremacía militar de Israel respecto de Hamas, lo cual ha quedado en evidencia en estas semanas de guerra. Si bien Hamas continúa lanzado cohetes sobre las ciudades y pueblos de Israel, estos representan una pobre respuesta a la contundencia de la aviación israelí. La esperanza de Hamas, desde el punto de vista militar, parece estar puesta en la solidaridad de Hezbolá que podría abrir un segundo frente en la frontera con El Líbano y hasta en la regionalización del conflicto con la entrada en escena de Irán. El Líbano y Siria, lo que más allá de las palabras y amenazas, no parece ser una opción cercana.
El problema estratégico de Israel no está tanto en el plano militar por ahora sino en el político. El país se encontraba profundamente dividido en relación al gobierno de Netanyahu y sus políticas de destrucción de la independencia del sistema judicial y de instalación de colonias en Cisjordania, amén de ignorar a los palestinos y la necesidad de avanzar en la creación de un estado viable que proteja a su población.
Netanyahu dirige un gobierno de coalición con sectores ultraconservadores, supremacistas y de derecha radical que carece de las mínimas simpatías en el mundo, lo que es eficazmente utilizado por los militantes de la causa palestina y los aliados de Hamas. Las escenas de destrucción y muerte en Gaza y los crueles asesinatos de judíos por parte de Hamas son hábilmente explotadas en una guerra de propaganda que amenaza con convertirse en escalofriante y que provoca resultados como fue la suspensión de la reunión de Joe Biden con los líderes árabes en su reciente visita al medio oriente.
El hecho es que tras un mes de guerra Israel ha avanzado en sus objetivos militares pero sufre políticamente ya que su campaña militar necesariamente afecta a la población civil Gazatí, causando miles de muertes y heridos y una destrucción brutal de las ciudades. Resulta humanitariamente insoportable asumir esa destrucción de vidas e infraestructura. En ese sentido, la estrategia de Hamas de refugiarse en hospitales y colegios, logra los objetivos del grupo terrorista, disponible a pagar un alto precio en vidas a cambio del desprestigio de Israel. La opinión pública mundial y los liderazgos occidentales ya empiezan a olvidar el origen de esta nueva guerra, así como la declaración de principios de Hamas que desea eliminar de la faz de la tierra a los judíos y su estado.
Estados Unidos y la Unión Europea han solicitado a Netanyahu una pausa en los bombardeos para activar una ayuda humanitaria más efectiva para la población civil y dar oportunidad a las negociaciones para liberar a los rehenes cautivos. Parece imprescindible prestar o facilitar la ayuda humanitaria a la población de Gaza, especialmente a niños y ancianos, y dar una oportunidad a la liberación de los rehenes: se juega en esa iniciativa en parte la autoridad moral de Israel, la demostración que no asume el paradigma ético del terrorismo impuesto por Hamas.
¿Será posible destruir a Hamas? La confianza exclusiva en las armas para lograrlo no está siendo convincente. Hamas es más que un movimiento terrorista, es una idea étnica, nacionalista y fundamentalista, una rama del movimiento de los hermanos Musulmanes que en su carta fundacional declara su deseo de “dar muerte a los judíos” y demanda la creación de un estado islámico en Palestina. Hamas comparte el odio al judío que caracterizó al nazismo y repite las mismas sandeces de Hitler respecto de la maldad intrínseca del judío. Su derrota militar es necesaria pero no suficiente. La verdadera derrota de Hamas debe ser política y cultural.
Hay un día después de la guerra e Israel tiene que saber que no podrá hacerse cargo de gobernar Gaza y tampoco encontrará autoridades palestinas dispuestas a llegar a Gaza a bordo de un tanque israelí. Después de la guerra los aliados de Israel exigirán dar pasos para la creación de un estado palestino que permita normalizar las relaciones en el medio oriente y terminar con los asentamientos en Cisjordania. La Autoridad Nacional Palestina debería poder obtener aquello para convertirse en una opción legítima de gobierno en Gaza. Las necesidades de la guerra y la política convergen e Israel debería considerar los retos e intereses del largo plazo: vivirá en paz cuando su seguridad no dependa solo de las armas, sino de la confianza y la construcción de un destino común con sus minorías y sus vecinos.
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