El 4 de septiembre el Gobierno chocó de frente con la realidad, aunque ésta -base fundamental sobre la que debe operar la política- se venía manifestando hace tiempo y de diversas maneras. Ante estos eventos el político se ve forzado a ajustar el rumbo en breve plazo y en las formas que encuentra para ello se trasluce mucho de su carácter y se traza también mucho de su destino. Gabriel Boric inicialmente pareció acercarse a liderar un giro programático y político pronunciado, poniendo sobre sus hombros, como lo hiciera Lagos en el pasado, la tarea y sus consecuencias. Hoy, sin embargo, todo apunta a que la línea no será esa.
La mayoría de los presidentes han enfrentado momentos de redefinición en los que su diseño original ha debido ser modificado. Entre los más recientes, Boric tiene, incluso si mira solo a los que han pertenecido a partidos que hoy son parte de su gobierno, distintos modelos para inspirarse.
Una vía es la que siguió Lagos, que tanto en su campaña como en su gobierno emprendió cambios de diseño motivados por dificultades para revertir una correlación de fuerzas adversa en el plano económico y político y lo hizo poniéndose en frente de esos cambios, haciendo suyas las reformas que ajustó ante esta nueva realidad y defendiendo luego en primera persona lo obrado. A la izquierda de ese testigo creció una autoflagelancia que hasta entonces existía en sordina, dentro de los partidos y del Estado pero fuera del poder, y nació también la generación emergente que simbolizó en él todo lo malo de los famosos 30 años.
Otra vía diferente siguió Bachelet en su primer gobierno, en el que enfrentó la adversidad delegando la tarea política en figuras de peso y lejanas a sus círculos de confianza, se refugió en grupos informales de lealtad y, a través de gestos y trascendidos, transmitió la idea de una Presidenta con una inspiración progresista impedida por un establishment hostil (que iba desde los barones socialistas, la siempre oportunista DC y los poderosos de siempre), de llevar a cabo lo que eran sus instintos y derroteros políticos.
Bachelet, a diferencia de Lagos, terminó su mandato quedando sembrada para volver, armar una coalición a su medida y poder al fin cumplir con su cometido tal y cual se lo había imaginado… La historia no fue así en el segundo mandato, pero esa es harina de otro costal.
Lagos, en cambio, tuvo que esperar más para volver a ser un actor decisivo y debió también tragarse una derrota electoral y el abandono político de sus otrora más leales.
En estas últimas semanas, Gabriel Boric parece estar pivotando entre ambos modelos. Pero pasan los días y el cambio de rumbo parece cada vez más una delegación a regañadientes y menos un derrotero liderado por el propio mandatario. Como si las herederas de Bachelet y Lagos hubieran llegado a cargar el muerto liberando al mandatario de toda obligación para con las consecuencias de ello.
Ya han pasado un par de semanas desde el cambio de Gabinete post plebiscito por lo que es posible comenzar a delinear sus efectos más permanentes en el andamiaje del Gobierno, el oficialismo y el Estado. La primera señal del ajuste era evidente desde un inicio: las principales tareas de gobierno pasaban a ser asumidas por el Socialismo Democrático, mientras que Apruebo Dignidad pagaba simbólicamente el costo de la estrategia político-constituyente defenestrada en las urnas: nadie se fue para la casa del todo, pero la generación de reemplazo, que había llegado a destronar los 30 años, debió conformarse con pasar las llaves del vehículo a sus hermanos mayores y sentarse al lado para que los condujeran a casa.
Al reequilibrio entre las dos coaliciones de gobierno le siguió un ajuste programático que anunciaba también cambios de énfasis y urgencia en las principales reformas en ciernes y uno que otro discurso oficial sobre prioridades cada día más lejanas a la refundación nacional y las agendas disidentes. A poco andar, sin embargo, estas señales comenzaron a ser matizadas en prácticas, gestos y declaraciones que mantienen como problemática la fisura que separa las dos coaliciones y, sobre todo, las dos generaciones del oficialismo.
Separadas del área de poder formal principal, en las últimas semanas se comenzaron a aglutinar nuevos círculos de confianza generacional, distribuidos entre el segundo piso y algunas carteras sectoriales claramente frenteamplistas. En ellos ha vuelto a surgir con fuerza el discurso “pre 4S” en donde la concertación es el enemigo; los cuadros más experimentados son portadores de todo tipo de conflictos de interés y, por supuesto, sujetos de sospecha y marcaje por ser “muy liberales”.
El fenómeno no pasaría de ser una anécdota si no contara cada día con más gestos provenientes del propio presidente y su entorno de mayor confianza. Una muestra ha sido la multiplicidad de posiciones frente al TPP11 que ha derivado en un “dejar hacer como fatalidad”, que evoca los tiempos de la “colaboración crítica” de los otrora dirigentes estudiantiles con el segundo Gobierno de Bachelet, en dónde les estaba permitido ocupar los cargos, pero les estaba prohibido pagar los costos de las acciones políticas que de ellos derivaran.
En la jerga laboralista se usa el concepto “subcontratación impropia” cuando una empresa externaliza funciones sin seguir en ello criterios de especialización o de eficiencia, sino más bien para evadir responsabilidades legales y contractuales con los trabajadores. Algo de ese espíritu parece rondar en la cabeza del presidente y su generación política a la hora de entregar el control del Gobierno a sus aliados de menor confianza.
Puede que esta forma de enfrentar la coyuntura augure un futuro cercano menos hostil para el Frente Amplio y la generación emergente y que, como Bachelet, este desistimiento termine por salvar los muebles de la nobel coalición de izquierdas. Pero la mirada larga también muestra que procesos tan complejos como los que aún quedan por resolver en el plano político requieren de un interlocutor que esté dispuesto a recorrer todo el camino con quiénes pacta y acuerda. Para usar la terminología de moda, no basta con habitar el cargo, es necesario también hacerse cargo.
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