Filósofo, sociólogo, escritor, polemista. Juan José Sebreli es uno de los personajes centrales en el debate de fondo argentino, siempre a contracorriente y con una valentía inigualable. Así como en los setenta, creó el Frente de Liberación Homosexual junto a Manuel Puig, más tarde se dedicó a describir el populismo kirchnerista y cada una de las fases por las que pasó Argentina durante tres décadas.
Y Sebreli está totalmente activo: el año pasado , a los noventa años y tras contagiarse de coronavirus, convocó protestas contra el gobierno de Alberto Fernández por lo que denunció como “infectada”, que transformó en el que es su último libro hasta ahora: Desobedicencia civil y libertad responsabe, junto al abogado Marcelo Gioffré, con el que hace tres años publicó otro libro, de conversaciones.
Hoy hablaremos de dos textos de Sebreli: El asedio a la modernidad (1991) y El olvido de la razón (2006). Aunque separados por una década, ambos están en la misma línea: identificar las raíces de una corriente que enfila directamente al cuello de la democracia. En ambos libros, Sebreli actúa como un demoledor, repasando uno por uno a filósofos, historiadores, doctrinas y sectas en defensa de la racionalidad.
Como dice el mismo Sebreli: “El advenimiento del fascismo había sido antecedido por corrientes culturales adversas a la racionalidad, la democracia, la ciencia y el progreso, el capitalismo y el socialismo, en suma, a la modernidad”.
La complicidad de la izquierda
El asedio a la modernidad (reeditada en 2013, 432 páginas, Editorial Debate) es un libro que, aunque publicado hace treinta años, pareciera el adelanto de un texto próximo a salir, por la actualidad de cada uno de los frentes de la guerra cultural que identifica tempranamente, apenas meses transcurre el fin de la URSS y de la Guerra Fría. Sebreli es de esos agoreros que en medio de la fiesta del Fin de la Historia salió a decir que no hicieran tantos planes, que iba a llover. Así, por El asedio a la modernidad se pasean el relativismo cultural; el primitivismo; los nacionalismos, el indigenismo y el latinoamericanismo.
Todo eso en 1991. Para hacerse una idea: esto ocurre 27 años antes que Steven Pinker publicara En defensa de la Ilustración, uno de los pocos libros con el que se puede comparar El asedio de la modernidad. Si en lo de Sebreli había advertencia, en Pinker ya es constatación. Sebreli pone dos citas de Jurgen Habermas en el epígrafe del libro. La primera, sacada de El discurso filosófico de los modernidad, dice: “Pues pudiera ser que bajo esa capa de posilustración no se oculte otra cosa que complicidad con una ya vieja e incluso venerable tradición de contrailustración”.
“El ‘espíritu del tiempo’ intelectual de las últimas décadas se define por el abandono de la sociedad occidental de todo lo que significaron sus rasgos distintivos: el racionalismo, la creencia en la ciencia y la técnica, la idea de progreso y modernidad. A la concepción objetiva de los valores se opuso el relativismo; al universalismo, los particularismos culturales. Los términos esenciales del humanismo clásico —sujeto, hombre, humanidad, persona, conciencia, libertad—, se consideraron obsoletos. La historia perdió el lugar de privilegio que tuvo en épocas anteriores, y fue sustituida, como ciencia piloto, por la antropología y la lingüística, y sobre todo por una antropología basada en la lingüística”.
Sebreli, una y otra vez, regresa sobre la izquierda, fundamental en el ataque a la racionalidad. “Las izquierdas no pudieron recoger la herencia de su prestigiosa tradición porque gradualmente, a partir de 1930, la habían tergiversado hasta hacerla irreconocible —a través del stalinismo—, o en el caso de la nueva izquierda de los años ’60, la habían abandonado, lisa y llanamente, para pasarse, dejándose llevar por la moda, a las corrientes irracionalistas opuestas al pensamiento crítico y dialéctico, en un intento enloquecido de sintetizar a Marx y a Nietzsche. Los escasos esfuerzos que se hicieron desde la izquierda para atacar el pensamiento irracionalista identificándolo con la derecha política —El asalto a la razón de Georg Lukács o El pensamiento de derecha de Simone de Beauvoir—, pese a sus aciertos parciales mostraron serias limitaciones, en un caso por adoptar una perspectiva igualmente irracionalista como era el stalinismo, en el otro por no advertir que muchos de los mitos que se condenaban en el pensamiento de derecha, eran compartidos también por la izquierda. La degeneración de las izquierdas en la segunda mitad del siglo XX hizo que la crítica al relativismo cultural fuera abandonada en manos de algunos liberales, a veces simplemente conservadores, como Karl Popper, Alan Bloom o Jean François Revel”.
Contra las vacas sagradas
El olvido de la razón (reeditado por Sudamericana el 2006, 395 páginas) puede leerse como una profundización de los asedios, esta vez concentrada en los autores de lo descrito una década antes. En la crítica al irracionalismo y la antimodernidad, Sebreli busca las corrientes en la filosofía que las han fortalecido desde el siglo XIX. Se propuso, dice, concentrarse en “los representantes emblemáticos del irracionalismo, en particular a los que mayor responsabilidad tuvieron –por sus propias intenciones o bien como una consecuencia indeliberada de las mismas– en la política, la sociedad y la cultura de su tiempo”.
Es decir, ni más ni menos que gran parte de las “vacas sagradas” de las universidades actuales. Leyendo a Sebreli, uno puede entender por qué sus textos no tienen cabida en algunas universidades. En El olvido de la razón circulan, entre otros, Schopenhauer, Dostoievski, Nietzsche, Heidegger, Lacan, Sartre, Foucault. A este último, por ejemplo, lo acusa de falsear la historia: “Manipulaba los datos históricos a su antojo y a veces los falseaba; los historiadores lo perdonaban porque creían que era un gran filósofo, los filósofos también lo excusaban porque creían que era un gran historiador”.
Anota, cuando habla de Lévi-Strauss: “El relativismo cultural y la primacía de los particular sobre lo universal dieron bases filosóficas al nacionalismo, al fundamentalismo, al populismo, a los primitivismos, así como a las distintas formas de antioccidentalismo: el orientalismo, la negritud, el indigenismo. Hubo pues una sutil, secreta, coherencia en esa mezcla de disciplinas académicas complejas -antropología lingüística, semiótica– con movimientos revolucionarios cuyos portavoces eran profesores y estudiantes de universidades de elite que pretendían expresar a las masas analfabetas y primitivas, aunque éstas no pudieran entender sus complicados y arbitrarios razonamientos”.
Para Sebreli, la ilustración aspiraba al consenso universal acentuando lo que había de común entre los hombres. “El romanticismo antiilustrado, por el contrario, desdeñaba la razón y la ciencia, que permitían concebir a la humanidad en su totalidad, y enfatizaba aquello que separaba a los hombres: la nacionalidad, la étnica, la raza, la religión, el folclore, las artes populares, las costumbres, lo singular e intransferible de cada comunidad, rechazando los modelos extraños y las normas universales. Las ideas ilustradas de individuo y humanidad quedaron subsumidas al concepto romántico de comunidad, y la libertad era sometida a la identidad cultural”.
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