Las marchas estudiantiles
Al igual que en el resto del mundo, el 2011 fue un año de grandes movilizaciones sociales. El estallido de la «Primavera Árabe» en Egipto y las manifestaciones anticrisis subprime en países de Europa como España y Grecia se tomaron la agenda con distintos grados de intensidad. En Chile, las banderas de protesta también se levantaron. El modelo neoliberal y el lucro se transformaron en blancos preferidos de los manifestantes.
A mediados de 2011, los santiaguinos habían perdido la cuenta de la cantidad de manifestaciones que se producían y que también se extendieron en otras ciudades del país. A las protestas por el proyecto energético Hidroaysen convocadas durante mayo, se agregaron nuevas marchas. Desde Arica a Punta Arenas, era la hora de los estudiantes.
El jueves 16 de junio, más de 80 mil personas —según Carabineros— marcharon por la Alameda hasta la plaza Los Héroes, en la concentración más masiva desde el retorno a la democracia. Eran unas 14 cuadras de gente. Camila Vallejo, la presidenta de la FECH, que después se convertiría en el rostro más emblemático de las movilizaciones, encabezaba la fila. La acompañaban el presidente del Partido Comunista, Guillermo Teillier; el presidente del Colegio de Profesores, Jaime Gajardo y los diputados Lautaro Carmona (PC) y Sergio Aguiló (PS). A ellos se sumaron miles de universitarios, profesores y estudiantes de enseñanza media de colegios públicos e, incluso, privados como el Saint George y el San Ignacio.
En un nuevo estilo, los manifestantes habían organizado un acto festivo, con distintas performances, que incluyeron disfraces, música y baile, que dominó gran parte de la jornada. Al final, aparecieron los encapuchados, quienes se enfrentaron a la policía.
A los reclamos de los universitarios, pronto se sumaron los estudiantes secundarios. El ministro Lavín trataba de minimizar el conflicto diciendo que los que se movilizaban «eran minorías muy ideologizadas». Pero los colegios públicos más emblemáticos estaban en paro. El Liceo Carmela Carvajal, el Instituto Nacional, el Liceo de Aplicación, el Liceo 7 y el Liceo José Victorino Lastarria. En junio había 26 colegios tomados. En septiembre, llegarían a 600 colegios y miles de estudiantes estarían a punto de perder el año.
Para bajar en algo la presión, el 28 de junio el Ministerio de Educación decidió adelantar las vacaciones de invierno. A las demandas de la calle, el gobierno respondió en julio con el llamado GANE o Gran Acuerdo Nacional de Educación, una propuesta que el propio presidente Piñera dio a conocer por cadena nacional de televisión. Escoltado por el ministro Lavín, el mandatario ofreció un paquete integral, pues afirmó no querer «que el sueño de un hijo profesional sea una pesadilla financiera para sus padres o una pesada mochila para los nuevos profesionales».
La propuesta incluía la creación de un fondo de 4 mil millones de dólares para complementar los recursos del presupuesto fiscal para educación, más becas y créditos más baratos. Se planteaba reducir la tasa de interés del Crédito con Aval del Estado (CAE), a cifras cercanas al 4%, cifra que en esos momentos llegaba al 6%, pero, al mismo tiempo, reprogramar a los 110 mil deudores morosos y crear nueva institucionalidad universitaria, a través de la Subsecretaría y Superintendencia de Educación Superior. Piñera admitía en su discurso que «Chile sigue en deuda con la educación de nuestros niños y jóvenes».
Sin embargo, el GANE no calmó la situación. Las manifestaciones seguían imparables y las peticiones habían escalado hacia temas que eran de otros ámbitos. Los estudiantes pedían la estatización de la educación, el fin del lucro y hasta una nueva Constitución. Aceptaban negociar sólo si el gobierno convocaba a una mesa amplia, que reuniese a escolares, universitarios y docentes.
El horizonte se veía oscuro. Y las manifestaciones adquirirían tal nivel que en septiembre de 2011, algunos pesimistas llegarían a augurar que tal vez el gobierno no pudiese terminar su periodo, según recuerda un ex ministro.
Bulnes a Educación
Muy al estilo impuesto por Piñera, el gobierno respondía con propuestas concretas a las demandas, pero no había espacio al diálogo con los estudiantes. Nada les parecía aceptable. El 11 de julio, el presidente decidió dar un giro de proporciones: un cambio de gabinete sustantivo, incorporando políticos de peso pesado, como el hasta entonces senador Andrés Chadwick a la Secretaría General de Gobierno en reemplazo de Ena von Baer y del senador Pablo Longueira en reemplazo de Juan Andrés Fontaine.
Los estudiantes habían conseguido sacar al ministro de Educación del edificio de Valentín Letelier, quien sería reemplazado por el abogado Felipe Bulnes, hasta entonces Ministro de Justicia, trasladando a Lavín al Ministerio de Desarrollo Social. Bulnes, en un comienzo se mostró dispuesto a «abrir las puertas del diálogo» y a principios de agosto, dio a conocer el documento 21 medidas para alcanzar un Pacto en Educación.
A fines de ese mes, el ministro Chadwick contabilizaba ya 35 marchas desde que se habían iniciado las movilizaciones, pero reafirmaba lo que ya había dicho: «una marcha más, una marcha menos, una marcha más grande, una marcha más pequeña, no va a cambiar lo que es el tema y la preocupación fundamental del Gobierno». Un integrante del equipo de campaña 2017, que en esos años estaba en La Moneda, señala que para Piñera habría sido muy fácil terminar con las protestas en dos días: «había plata en la caja fiscal, se podría haber hecho un montón de cosas populistas, pero el Presidente tenía la firme convicción de que ese no era el camino».
La crisis estudiantil seguía prolongándose. El 18 de agosto, tras una sesión ampliada de la Comisión de Educación en la que participaron el presidente del Senado, Guido Girardi, el vicepresidente Juan Pablo Letelier, además del presidente de la Cámara de Diputados, Patricio Melero, y los respectivos presidentes de las comisiones de educación de ambas cámaras, acordaron proponer una mesa de diálogo político-social por la reforma de la educación, pero esta instancia creada por el Legislativo también fue rechazado por los estudiantes y sus confederaciones.
Casi todas las semanas, los estudiantes marchaban. El mayor temor que albergaba el gobierno era que las cosas se desbordaran porque habitualmente las manifestaciones terminaban en desmanes. Eso sucedió la noche del jueves 25 de agosto cuando después de todo un día de protestas, un joven de 16 años murió por el impacto de una bala disparada por un carabinero. «Apenas recibí la noticia, entendí que las cosas estaban llegando a un punto realmente crítico y tomé la decisión de llamar a los jóvenes a dialogar en La Moneda», recuerda Piñera.
El ministro Bulnes estaba convencido que ese no era el camino. Había que sacar el problema del Ejecutivo y llevarlo al Congreso. Por eso, la invitación presidencial a La Moneda de los dirigentes estudiantiles el 3 de septiembre le cayó a Bulnes como una patada en el estómago. Para más remate, unos días antes, Piñera había lanzado una frase muy desafortunada en la inauguración de una sede del DUOC, que sería repetida y repetida por todos sus detractores. «Requerimos, sin duda, en esta sociedad moderna una mucho mayor interconexión entre el mundo de la educación y el mundo de la empresa, porque la educación cumple un doble propósito: es un bien de consumo».
El encuentro con los estudiantes se concretó en La Moneda, pero la noticia tuvo mucho menos impacto mediático del que esperaban los protagonistas. Otro hecho había conmocionado a los chilenos. El día anterior, alrededor de las seis de la tarde, un avión de la FACH rumbo a Juan Fernández se precipitó al mar cuando estaba próximo a aterrizar. Entre los pasajeros estaba Felipe Camiroaga, uno de los más famosos animadores de televisión y Felipe Cubillos, empresario y director de Desafío Levantemos Chile, una fundación creada para contribuir a la reconstrucción del país luego del terremoto. El grupo viajaba a la isla para inaugurar un colegio que había sido destruido por el tsunami post terremoto. Todo el país se sumergió en la vigilia esperando noticias. No hubo sobrevivientes. La tragedia enlutó a todo el país y sacó de la primera plana por un rato el tema estudiantil.
Bulnes se sentía cada vez más incómodo en el cargo. El presidente se impacientaba y pasaba por sobre la estrategia que estaba tratando de articular su ministro, quien no era partidario de concentrar los esfuerzos en instaurar una mesa de diálogo con los estudiantes a la que se le veía poca viabilidad y planteaba continuar el envío de proyectos al Congreso para cambiar el foco de atención.
En medio de todo este clima, un grupo intentó la toma de la sede del Congreso Nacional en Santiago. La actitud de Guido Girardi, presidente del Senado, de no pedir el desalojo, contribuyó a que los ánimos se caldearán aún más. Los manifestantes acorralaron a empujones al ministro Bulnes que había ido a una reunión con los parlamentarios.
Esa fue la gota que rebasó el vaso. A sólo cinco meses de haber asumido, el 27 de diciembre Bulnes abandonó la cancha aduciendo razones personales, pero también porque consideraba que su figura se había desgastado demasiado en el conflicto y que se requerían otras caras para enfrentar la nueva etapa de discusión de los proyectos en el Congreso. A las 7.30 am llegó a La Moneda. Estuvo dos horas y media con el Presidente y por más que éste intentó convencerlo que no se fuera, el abogado se mantuvo firme en su decisión.
Pese a todos los problemas, Piñera no perdía el sentido del humor. En la ceremonia de creación del Ministerio de Desarrollo Social que se instalaría físicamente en La Moneda y que encabezaba Joaquín Lavín, el presidente no pudo evitar decirle: «ministro, por fin llegó a La Moneda», en alusión a los varios intentos del ex presidenciable de la UDI para llegar a la presidencia.
En esta segunda parte, de tres, se dan a conocer detalles inéditos de la noche de 2009 en que por primera vez le informaron que sería Presidente de Chile y cómo conformó su primer gabinete. https://t.co/bsRrU2Epqe
— Ex-Ante (@exantecl) February 9, 2024
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