«Eres el próximo presidente de Chile»
A fines de 2009, aún después de que Piñera ganara la primera vuelta electoral con el 44% de los votos, la elite política de la derecha seguía desconfiando de las posibilidades electorales de su candidato. Un recelo que solo terminaría a la luz de los resultados concretos del triunfo de Piñera durante la segunda vuelta realizada el 17 de enero de 2010.
Llegado ese día, la ansiedad por el desenlace fue en aumento entre las huestes piñeristas, a medida que se daban a conocer resultados parciales favorables. A las cinco de la tarde, Rodrigo Hinzpeter, quien hasta entonces se había mostrado impasible, era un atado de nervios. No se había separado de Piñera y, a la sazón, lo acompañaba en el dúplex del piso 22 del hotel Crowne Plaza. En eso, sonó el celular del candidato. Piñera miró la pantalla. Era Fernanda Otero, una de sus más cercanos asesores, quien le comunicaba que acababa de obtener cifras definitivas:
—Sebastián —comenzó a decir la periodista en un tono distinto al acostumbrado. Me contactaron de Canal 13.
Piñera hizo una señal a Hinzpeter para que se acercara. Podía ser la noticia que ambos estaban esperando. Se miraron expectantes.
—Las cifras de Canal 13 —anunció Otero, marcando muy bien las sílabas— muestran que la diferencia a favor tuyo es irremontable: ya eres el próximo presidente de Chile.
Con un 51,6 por ciento de los votos, Piñera había derrotado a Eduardo Frei Ruiz-Tagle, quien, según se confirmó después, obtuvo el 48,3 por ciento de las preferencias aquel día.
Por fin, desde el retorno a la democracia, la derecha tendría un presidente de sus filas. Y el piñerismo podría festejar el corolario de su campaña.
Los primeros en subir a saludar al futuro mandatario fueron su mujer, Cecilia Morel y los hijos de ambos. Todos entendían que el tiempo apremiaba, así que trataron de no dilatar el momento. Tras los abrazos y parabienes de rigor, Piñera quedó solo. Miró la hora. Pronto tendría que presentarse ante los medios en su nueva calidad de Presidente electo. Echó mano a un block y se puso a escribir.
Sesenta minutos después, un afanado Piñera recibió nuevamente a su equipo directo: Andrés Allamand, Hernán Larraín Matte y Fernanda Otero. En el rostro del candidato campeaba una sonrisa discreta pero indeleble. Sus asesores comprendieron que estaba feliz:
—Parece que ganamos —admitió escuetamente Piñera al verlos.
No se había relajado. Sus mandíbulas seguían tensas, los hombros y el cuello rígidos. Mientras los asesores cerraban la puerta y comentaban entre sí, Piñera fue por el block donde había estado haciendo anotaciones. Volvió.
La reunión fue brevísima. Intercambiaron impresiones del momento. Piñera impartió aceleradamente algunas instrucciones y dio por terminado el encuentro:
—Tenemos que hacer un buen gobierno —remató.
Fue todo. Sin proclamas. A su manera, el generalísimo autorizaba a su alto mando a pasar a la siguiente etapa: asegurar un desembarco impecable en el aparato público.
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Todos querían ser ministros
Fue un período frenético. Piñera no cesó de trabajar con la intensidad que lo caracteriza, hasta su último día en la Moneda. Pero en vísperas de la segunda vuelta presidencial, cuando todo parecía estar a punto, el candidato se permitió una licencia con el propósito de descansar. La idea era ir de paseo en helicóptero con su instructor de vuelo, Alonso Wenzel. Eso lo relajaría
Era una mañana despejada. Ideal para sobrevolar Santiago. En algún momento, desde las alturas, divisaron el centro de la ciudad. Allí estaba el palacio de La Moneda, inconfundible entre los demás edificios públicos. Wenzel lo señaló y bromeó:
—¿Esa será su nueva casa?
Piñera solo sonrió. Días antes, en uno de los blocks marca Torre que, hasta hoy, suele tener a mano, el candidato había dibujado un croquis del Palacio. Se anticipaba a una inminente mudanza. En su estilo práctico, había escogido para sí una oficina pequeña, pero conectada a una sala grande donde esperaba almacenar centenares de carpetas y papeles con anotaciones. En un recinto contiguo, situaría a sus secretarias, las mismas que lo venían acompañando por décadas.
El nuevo Presidente pronto despertaría la ira de sus correligionarios al enterarse que el presidente electo había conformado su gabinete ministerial sin la concurrencia ni consejo de los líderes de Renovación Nacional y de la UDI.
—¡¿Podís creer que ni siquiera me llamó para consultarme quiénes podrían ser sus ministros?! —exclamaría un sulfurado Juan Antonio Coloma en conversación con otro dirigente de su partido. El presidente de la UDI no podía creer que Piñera no le hubiera compartido con antelación quiénes integrarían su primer gabinete. Carlos Larraín, el líder conservador de RN que, con el correr del tiempo, llegaría a ser uno de los más duros críticos de la administración de Piñera, tampoco había sido consultado.
Piñera los había omitido ex profeso. Había buscado opiniones de terceros y escuchado consejos y sugerencias de amigos, empresarios e, incluso, de algunos políticos, como Pablo Longueira, con quien siempre tuvo una relación conflictiva. Pero, a las cúpulas, no les consultó nada.
A ojos del empresario, no era necesario hablar con los partidos antes de definir su primer gabinete. ¿Por qué hacerlo? El aporte de la alianza a la campaña no había sido fundamental. A fin de cuentas, Piñera, había organizado y financiado su propia candidatura y, tanto en Renovación Nacional como en la UDI se habían visto obligados a apoyarlo, situación inevitable en cuanto la victoria del piñerismo se perfilaba en el horizonte. Si Piñera había podido llegar hasta La Moneda solo, podría continuar solo. Esta decisión sería un error no forzado que le acarrearía desagradables consecuencias tanto en la gestión de su gobierno, como en las relaciones con los líderes partidarios. «No sopesó el valor de lo ideológico», explicaría un asesor de Piñera años más tarde.
A solo horas del anuncio del nuevo gabinete, los líderes del conglomerado supieron quiénes lo integrarían. Y para mayor disgusto, debieron acusar recibo de que, para administrar el gobierno, Piñera había decidido privilegiar el nombramiento de expertos con muchos doctorados y escasa o nula experiencia política. En definitiva, había descartado de plano las sugerencias que planteaban un equilibrio entre la experiencia militante y la instrucción universitaria.
Y no es que Piñera no hubiera contado con gente bien acreditada en los partidos. Luego de tres décadas sin opción de acceder al gobierno, los principales políticos de derecha —aquellos con muñeca y experiencia como Longueira, Chadwick, Allamand y Matthei— que se habían posicionado estratégicamente en el Senado, habían hecho saber que estaban disponibles para dejar la cámara alta en cualquier momento y, a una voz del presidenciable, integrar el gabinete. Pero Sebastián Piñera optó por no tocar en principio el Congreso para poder contar con el respaldo de estos en el trabajo legislativo, ya que no tenía mayoría en ninguna de las dos cámaras.
El desaire levantó una polvareda en los cuarteles partidarios:
—Nos sacamos la cresta trabajando durante treinta años, y este huevón ni siquiera nos nombra ministros, se quejaría Andrés Allamand, quien —se sabía— aspiraba a ser canciller.
Se lo habían expuesto por distintas vías:
—Administrar el Estado es mucho más complejo que una empresa, Sebastián —le habían repetido. Necesitarás gente con contactos en grupos de poder como los sindicatos y un equipo que sepa navegar en las turbulentas aguas de la política…
«Me indignaba escuchar a esa gente que decía, “perdona, pero yo soy técnico y no político”. Porque fue esa gente, técnica y no política, la que más daño le hizo al gobierno: eran puros niñitos arrogantes que se creían superiores», espetaría amargamente Evelyn Matthei recordando lo sucedido. Y como bien habían previsto los avezados militantes de RN y la UDI, aquellos «niñitos arrogantes» no tardarían en cometer errores de novatos obligando al presidente a recurrir a los políticos duchos que previamente había descartado. De a uno en uno, Piñera los fue convocando.
A su turno, Allamand se tragó el orgullo herido y aceptó la cartera de Defensa, mientras que Chadwick ingresó primero a la Secretaria General de Gobierno y luego a Interior, Matthei en Trabajo y Longueira en Economía.
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— Ex-Ante (@exantecl) February 7, 2024
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