Agosto 5, 2023

Perfil: Luis Cordero, el inspector. Por Rafael Gumucio

Escritor y columnista

Este gobierno, con su sentido alterado de la responsabilidad, con su fatal ambición de saltarse los torniquetes y los protocolos, necesitaba a Luis Cordero Vega en primera fila. Una primera fila que en cualquier otra situación le hubiese sido esquiva. Así, el ministro de Justicia ha tenido que intervenir in extremis en los asuntos de los ministerios de Vivienda, de Desarrollo Social, de Cultura, de Educación.


Hay gente que le gusta coleccionar discos, barcos en botellas o medallas de la Segunda Guerra Mundial. En gustos no hay nada escrito, aunque este sea el tema sobre el que más se ha escrito. A Luis Cordero Vega le apasiona, con pasión única y exclusiva, el derecho administrativo. La palabra “procedimental” vuelve una y otra vez a su boca llena de aforismo del derecho que resuelven todas las “querellas de competencia” o donde está el acto administrativo originario y donde está el subrogado.

Si los estatutos, los reglamentos y los decretos tuvieran rostro tendrían el de Luis Cordero Vega, anguloso, moreno, tímido, pero al mismo tiempo tan incapaz de dudar como de sonreír. Sus anteojos de marco transparente lo esconden tanto como le permiten mirar, su pelo gris es como todo en él: ni canas ni pelo negro, ni viejo, ni joven, ni realmente brillante ni realmente lo contrario, sino que radicalmente correcto.

Apegado al derecho como a un padre y una madre sustituta, dando largas explicaciones que, él sabe, el entrevistador o el juez no seguirán, para así conseguir decir que lo que pasó no pasó, y salvar a su cliente, en este caso el gobierno del que es parte, de cualquier responsabilidad penal. 

Porque Luis Cordero Vega (que sospecho debe odiar que le digan “Lucho”) en vez de ser ministro de Justicia se ha convertido en el abogado de un gobierno que comete todos los errores “procedimentales”, todas las desprolijidades administrativas posibles. En este colegio sin profesores que se ha convertido el gobierno, Luis Cordero Vega hace de inspector que manda a los que empujan demasiado a otros en el recreo a salir del patio.

Así lo hizo al menos con la subsecretaria y la SEREMI de cultura, que con “la mejor de las intenciones del mundo” violaron la primera regla que te enseñan en la administración pública: la de no beneficiar desde el estado ni a tus parientes cercanos, ni a tus más recientes empleadores. Reglas que una generación que ha vivido en el estado—universidades, municipios, corporaciones estatales— desde la adolescencia no puede no saber de memoria.

Puedo imaginar la desesperación de Luis Cordero ante esa red de pololeos y despechos con fundaciones de por medio, y cuentas de lencerías, y robos de computadores varios. Le debe desesperar no tanto de que los jóvenes bellos que iban a cambiar Chile puedan ellos también corromperse como los viejos. Sinceramente no creo que alguien tan inteligente como Luis Cordero Vega haya pensado que la juventud solo por ser joven nos redimiría de nuestros pecados.

Pero le debe espantar la manera en cómo casi siempre con esta nueva generación, las “intenciones son buenas” y las culpas son de otros, como todo se deshace primero en disculpas y luego en jactancia, en la idea de que por “más mal que hagamos todo, siempre lo hacemos mejor que todos los demás”. Porque son siempre los viejos los que pagan la cuenta, como al final pagó Josefa Errázuriz en Providencia la gestión más que deficiente de los jóvenes que la abandonaron uno a uno cuando empezaron a existir dificultades, o cuando ya habían sacado todo lo que querían sacar del municipio.

Mismo modus operandi que se usó en el ministerio de Educación de Nicolas Eyzaguirre y ahora está experimentando el ministro de Vivienda Montes. Un “dejar hacer” de los más viejos que termina en verdaderos micro saqueos, y una gestión donde las buenas intenciones y las malas prácticas se funden en un mismo desastre que los viejos y sus canas tienen que explicar y pagar.

Para Luis Cordero Vega, un hombre que ha llegado donde ha llegado justamente por haber interiorizado los límites, por haber convertido la corbata en parte misma de su moral, toda esta gente que olvida lo que firma, que no da boletas de garantías y confunde el costo total de su carrera con el costo mensual, deben ser un horror.

Todo el derecho, toda la ética, se basa en el principio que eres responsable de tus actos. La idea de diluir siempre la responsabilidad, de hacer colectivas las pérdidas e individuales las ganancias, debe ser para el abogado Cordero difícil de admitir. La idea de tener que ser el adulto responsable, junto con Marcel y Tohá, a cargo de un gobierno del que no se puede saber nunca con qué va a salir, puede ser agotador para alguien que pensó que su trabajo consistiría en negociar con la Corte Suprema.

 Un horror, pero quizás también un placer, porque Luis Cordero es profesor y no puede encontrar en ninguna parte mejores ejemplos de lo que no hay que hacer ni decir, de cómo no hay que actuar que en este gobierno del que es parte.

¿Qué hace ahí? Porque no hay en Cordero, que se sepa, nada que ideológicamente los acerque demasiado ni al Frente Amplio ni menos al Partido Comunista. De ser algo, sería algo entre los radicales masónicos que lo formaron y una nebulosa entre el PS y el PPD. Estuvo por el Apruebo a la nueva Constitución y asesoró a algunos convencionales, pero las maneras alambicadas en que trataba de justificar las nuevas criaturas jurídicas que inventaban en la convención, daban cuenta de un escepticismo que se agradece, pero que resulta extraño en un gobierno a lo que, lo único que los une, es la fe en que un nuevo Chile redimirá los pecados del anterior.

Quizás lo único que explica la presencia de Luis Cordero en medio de esta montaña de líos que parecen solo comenzar, es el placer nunca demasiado ponderado de ser necesitado. Los talentos desarrollados en toda una vida leyendo códigos y sugiriendo eximente y penalidades, le auguraban la vida segura y gris del que habla un idioma para pocos entendidos. Su trabajo, como el de los que arreglan semáforos, o relojes, era imprescindible pero anónimo.

Este gobierno, con su sentido alterado de la responsabilidad, con su fatal ambición de saltarse los torniquetes y los protocolos, necesitaba a Luis Cordero Vega en esa primera fila. Una primera fila que en cualquier otra situación le hubiese sido esquiva.

Así, el ministro de Justicia ha tenido que intervenir in extremis en los asuntos de los ministerios de Vivienda, de Desarrollo Social, de Cultura, de Educación. Ha sido, sin ser del todo ministro de nada, ser ministro de todo. Quizás habría manera más cómoda de ejercer ese poder que esa suma de impotencias que la del ministro tiene que ordenar y explicar en estas largas frases llenas de frases subordinadas, que tienen por objetivo no responder nada.

Pero a falta de otro momento histórico más cómodo para hacer historia, bien puede servir este instante de confusión para aplicar en la práctica todo lo que lleva décadas en teoría pensando y enseñando. En muchos sentidos en medio de este terremoto lento, de este maremoto seco, de este incendio frío, Luis Cordero Vega es quizás el único que lo está pasando bien.

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