Primero está el nombre: Leonarda Villalobos, la abogada que grabó el audio del escándalo, comparte nombre con Leonardo Da Vinci, el pintor, inventor, escultor, escritor, ingeniero, florentino. Como él, Leonarda tiene muchos oficios y talentos de los más diversos, tanto que pudo deambular por altos lugares de la administración pública y privada sin un título o una especialidad conocida.
Porteña, vendedora, encargada de hospitales y escuelas, “relacionada publica con las empresas” en varios ministerios y municipalidades, se tituló de abogada recién en el 2021, a los 50 años. Todo indica que el título era parte de un trato con el dueño de la universidad, uno de sus clientes, pareja, a su vez, de Natalia Compagnon, una perfecta representante de su misma especie de genios sin arte, de kamikazes de sí mismos, que vienen de la nada y lo consiguen, nunca se sabe cómo, todo.
Es quizás lo más fascinante de la grabación del escándalo. Todos los amantes de denunciar al poder, todos los furibundos impugnadores de la casta, todos los que creen que el poder es poderoso, vuelven a recibir en este audio un desmentido sonoro. Todas las redes de Hermosilla, todos los millones de Sauer, y sus amigos, nada pudieron con la audacia de Leonarda Villalobos, la hija de un fiscalizador de impuestos internos expulsado de ahí por inescrupuloso, casado con un operador político de poca monta, operadora política ella también, de menor cuantía aún.
¿Qué hacía Hermosilla y sus corbatas vistosas y sus modales estratégicos hablando de ucranianas y polacas delante de Leonarda, que no se inmuta, y de Daniel que no se calienta? Nada raro, lo mismo que hacen todos los días la mayoría de los abogados, de esos que ganan los juicios en cualquier parte, menos en la corte. Lo mismo que hacen la mayoría de los lobbistas y asesores estratégicos y otros gurúes del factoring. Los apellidos vinosos son la fachada del mundo en que realmente se hacen los negocios que están dominados por Leonardas, gente que trae sangre siempre nueva a ese cuerpo más o menos anémico de los negocios chilenos.
Recién y tardíamente titulada de una universidad que no es Harvard, habla de tú a tú con uno de los más conocidos penalistas de la plaza. ¿Inteligente, Leonarda? Sí, seguramente, aunque la ansiedad con que quiere nombrar todas las sociedades anónimas relacionadas podría haber denunciado fácilmente su intención de grabarlo todo. Como parece haber resultado al final, su doble traición de entregarle la grabación al socio contrario fue una pésima jugada que la tiene declarando muchas horas. Una jugada en la que perdió su principal activo que no era otro que el anonimato en que actuaba.
Lo que su voz denota no es ni astucia, ni del todo maldad, sino una ansiedad infantil de pertenecer. Las ganas de jugar con los grandes, la de molestar un poco a esos grandes, la de ser premiada por ellos también. El placer de ver pasar por su boca esos mil millones de pesos que cada factura no cubierta, cada puerto X, cada SPA. Es la fascinación por esas cifras fantásticas y fantasiosas la que la dominan de modo eminentemente infantil. No la sed de tener ese dinero en su cuenta, sino la maravilla de nombrarlo, de poder enumerar los nombres de fantasía de esas sociedades inventadas a la rápida a partir de un cuadro de Guayasamín que estaba en la sala, de un río del campo, o simplemente antecediendo el apelativo de Santa al nombre de tu legítima esposa o amante.
Es la posibilidad del juego lo que parece orientar a esta mujer que ha dejado por todos lados que ha pasado el recuerdo de alguien capaz de todo y cualquiera cosa, para llegar más alto. Insultos, querellas, infundios, una persona capaz incluso de saltar del último piso de la torre para conseguir volar unos segundos más alto que todos. Gritos, empujones, té de extraños sabores, WhatsApp imaginarios, imaginarias lesiones, imaginarios documentos, los rumores en torno a Leonarda van en la misma dirección de muchas de sus intervenciones en la grabación: ganas de remecer a algunos socios, insultar a otros, una enorme impaciencia por arreglar las cosas a su manera, es decir, rápida y bruscamente.
Inés de Suárez espera impaciente que Pedro de Valdivia y el resto de las huestes la dejen sola en la ladera del cerro Huelén para descabezar a cualquiera que se le cruce. Lo hará para proteger lo que cree que es suyo, pero lo hará también por el placer de descabezar a los “pelotudos” que no saben que todo es suyo porque se lo merece todo. Porque nadie sabe pelear como ella por lo que le pertenece.
Aunque, como no existen los psicópatas bien orientados, es solo a su propia sombra el único enemigo al que ha conseguido plenamente descabezar.
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