Poco se habla de Miguel Crispi pese a la importancia que tiene su figura en el ciclo político de la nueva izquierda chilena.
Para comenzar, habría que señalar que sin Crispi no habría existido el movimiento Nueva Acción Universitaria (NAU) en la Universidad Católica. Sin el NAU, no habría existido el movimiento estudiantil de 2011 y sin movimiento estudiantil en 2011, el Frente Amplio difícilmente hubiera nacido, ni menos, llegado a ser gobierno.
Dada la relevancia del personaje, vale la pena hacer un poco de historia.
Todo comienza cuando Crispi, egresado del Saint George, hijo de la ex Ministra del Trabajo durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, Claudia Serrano, y con pasado en el Techo para Chile, es electo como Presidente del Centro de Estudiantes de Sociología UC.
Desde ahí, se unió a otros centros de estudiantes, fundamentalmente de carreras de ciencias sociales y humanidades para conformar una plataforma denominada Coordinadora de Estudiantes UC. El primer objetivo de esa agrupación fue solicitar la destitución del por ese entonces Consejero Superior de la Federación, Diego Schalper, en el contexto de una solicitud que no logró contar con los votos del pleno para que la federación adhiriera a una marcha pro píldora del día después.
Era un época en el que el foco de las federaciones gremialistas fue siempre intramuros, centrado estrictamente en las prioridades de los estudiantes y una que otra añadidura suntuaria como organizar paseos a la nieve. Mientras tanto, Crispi comenzaba a instalar desde el Consejo de Federación discusiones más políticas y nacionales. Es así como nació el NAU.
En 2007, Crispi lideró la primera elección del movimiento, derrotando en las elecciones FEUC a un rústico candidato gremialista cuyo estandarte de campaña era repetir con tono patronal que cuando los estudiantes de agronomía necesitaron computadores “nosotros pusimos computadores (…) ahí están los computadores”. Pero los estudiantes no querían gestión, querían recuperar la ilusión y por qué no decirlo, también una pequeña dosis de revolución. De hecho, la estética del NAU estaba colmada de referencias al mayo francés del 68, al son de la pegajosa e irreverente melodía de My Generation de The Who, que usaban en sus clips de campaña.
Desde sus primeros pasos, los líderes frenteamplistas han sido hábiles para ilusionar al electorado. Crispi en esa campaña, prometió llevar la UC hacia la triestamentalidad, formular cambios estructurales a la Ley General de Educación y hasta refundar el DUOC. Por supuesto que en su mandato no cumplió ninguna de estas promesas.
Aunque en lo que no defraudó fue en sentar las bases de una auténtica maquinaria electoral en la UC. Desde que fundó el movimiento, el NAU ha ganado 12 federaciones. Donde Crispi puso la semilla e ideas, Jackson contribuyó a su expansión a través de un método. El mito urbano cuenta que existe un archivo Excel heredable entre las generaciones NAU cuyo nombre es “cómo ganar la FEUC”.
Pero entre ambos líderes, Jackson y Crispi, siempre hubo diferencias. Crispi es de los pocos referentes del Frente Amplio que entendió que hacer política no sólo se trata de acumular poder para vencer, sino que también de ejercer influencia para convencer.
En el ámbito de las formas, mientras Jackson apostó por construir poder desde la vanidad y la altanería, Crispi tomó el sobrio camino de la articulación, con sus tíos, tías o “mamis” de la Concertación. Nadie mejor que Bachelet, con su simpleza, pero honestidad característica, describió de manera más sincera al Frente Amplio: “Los jóvenes del Frente Amplio son hijos de militantes de partidos tradicionales“. Evidentemente que la ex Presidenta tenía a Crispi en su cabeza. Crispi posee linaje político, por algo ha sido apodado como El Príncipe en la interna frenteamplista.
Sin complejos respecto de su biografía y trayectoria, Crispi no escatimó en esfuerzos por generar desde sus inicios puentes con sus tíos de la Concertación. De hecho, formó parte de la Fundación Dialoga de la ex Presidenta Bachelet cuando ella abandonó La Moneda tras su primer período de Gobierno. Luego, cuando Bachelet volvió al poder en 2014, ingresó al Gobierno como asesor del Mineduc, bajo la eufemística doctrina de la “colaboración crítica”, equivalente a cobrar el cheque como funcionario oficialista, pero sin asumir costo alguno o lealtad política con la administración, un privilegio digno de un protegido.
A su vez, fue el primer presidente de RD, articulando la facción interna “pantalones largos” siendo ésta, obviamente, la más proclive a generar puentes con la ex Concertación, mientras Jackson configuró el grupo tercerista, que proponía una mirada severamente crítica a la Concertación, a quienes posteriormente tildaría de poseer una escala inferior de valores. Paradójicamente serían los “terceristas” liderados por Jackson quienes permitirían el ingreso de Daniel Andrade y la lumpen dirigencia de la Unión Nacional Estudiantil (UNE) al corazón de RD. Pero no nos adelantemos…
Luego del segundo Gobierno de Bachelet, Crispi entraría al parlamento, siendo electo en una diputación por el distrito 12 de La Florida y Puente Alto. Pero Miguel abonó al crecimiento de la semilla de su propia destrucción. Como parlamentario, votó a favor de todos los retiros previsionales, alimentando así el liderazgo de Pamela Jiles, una de sus más férreas contrincantes en ese distrito y nada irrita más a Pamela Jiles que los protegidos, más aún, cuando son amigos de Boric. Jiles arrasó con Crispi, obteniendo 77 mil votos, mientras que el ex FEUC sólo bordeó los 18 mil, quedando así fuera del parlamento.
Como premio de consuelo al asumir Boric la primera magistratura, Crispi fue nominado en el importante rol de Subsecretario de Desarrollo Regional (SUBDERE), aunque siempre aspiró a ser ministro. Seguramente la idea fue que desde la SUBDERE liderara la conformación de una sofisticada maquinaria para ganar elecciones locales, a la usanza de lo que ha sido la NAU en la UC.
Pero el itinerario fue alterado. La facción tercerista de Jackson en RD, que había permitido el ingreso de Daniel Andrade, instaló otra maquinaria, ya no en la UC, sino que en el Gobierno. Una maquinaria de defraudación al fisco a través de la suscripción de convenios. Esta vez el Excel ya no era “cómo ganar la FEUC”, sino “cómo robar plata de la mano de fundaciones”.
Desde la SUBDERE Crispi validó traspasos a la Fundación ProCultura del psiquiatra amigo del Presidente Alberto Larraín para el pintado de fachadas por $630 millones, con un valor de $260 mil por metro cuadrado, un costo digno de un mural del británico Banksy o de un Wynwood Walls en Miami. Crispi se defendió, indicando que esta fundación contaba con la experiencia suficiente.
Tras la implosión del Caso Convenios al interior del Gobierno y el castigo a RD, Crispi nuevamente gozó de protección. Volvió a su zona de confort, el espacio de mayor influencia y protección dentro del Palacio de La Moneda: El segundo piso. Nada más ni nada menos que como Jefe de Asesores de la Presidencia.
Proyectando la inmunidad que le confiere esta nueva e importante posición, Crispi se ha negado en dos oportunidades a comparecer ante la Comisión Investigadora del Caso Convenios. ¿Por qué se niega? ¿El compromiso con la probidad y la transparencia acaso no era total? El que nada hace, nada teme, dicen por ahí.
Sin embargo, lo más interesante es que nadie hubiera pensado que el futuro político de una de las jóvenes promesas de la nueva izquierda chilena, se sostuviera por el peso de un subterfugio legal, propio de una separata de derecho administrativo vocereada por Luis Cordero. “Crispi emite boletas de honorario, por tanto, no es funcionario público, en consecuencia, no tiene responsabilidad administrativa”.
Una forma de protección, bastante poco digna para un príncipe.
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