-A partir de la violencia del estallido, propusiste un concepto interesante: “lumpenconsumismo” ¿Fue el resultado del propio modelo de la Concertación y la Nueva Mayoría?
-Ese concepto surgió en aquellos días, pero se sitúa entre “lumpenfascismo”, que se remonta a 2011, y “narcofascismo”, que surgió poco después de la asonada de octubre. Los tres comparten la referencia a la lumpenización, la deshumanización, el carácter totalitario, los movimientos de masas, y la dictadura y la postdictadura en Chile, entre otros rasgos. Apuntan a una incubación. Por eso, no puedo llamar “estallido” a lo sucedido en 2019.
El lumpenfascismo y el lumpenconsumismo se refieren a la transversalidad de la dominación, del envilecimiento, de la perversión y de la abyección, en cuanto disposiciones, cuyo único horizonte es la nivelación y la aniquilación. La cifra de su cumplimiento monstruoso es el narcofascismo, al que es inherente un tipo deshumanizado, vacío y sin alma, abocado a rentabilizar la psicopatización de la sociedad y al placer de la destrucción y del ejercicio de la maldad.
El lumpenconsumismo apunta, además, a las relaciones deshumanizadas con la materia, a su vaciamiento y despojamiento de toda forma de espiritualización, y a su consecuente trasformación en desecho o basura.
-¿Es un asunto de clase?
-El lumpenconsumismo es transversal: sin distinción de clase, ni de género, ni de raza, ni de edad, ni de credo político o religioso. Describe un modelo antropológico compartido por todos los gobiernos durante la postdictadura: democratizar el consumo en todos los niveles sociales, incluidas las personas y todo aquello que, de suyo, no debe ser mercantilizado, ni rentabilizado, ni cosificado, como la vida interior, la conciencia o el cuerpo. Menos, aún, extorsivamente.
Si ése es el único modelo para que un país florezca, no tiene sentido vivir. No es que la opción alternativa sea la pobreza, sino que, sin raíces en un espíritu profundo, ni una educación verdadera, ninguna sociedad puede florecer, ni cultural, ni social, ni económica, ni materialmente.
No todo proviene del exterior. Por lo tanto, una estructura tal no se limita a un período histórico determinado, sino que hunde sus raíces en la herencia psíquica de la humanidad, acumulada desde épocas remotas, cuyas imágenes y documentos serían su única posibilidad de desciframiento. De ahí, la importancia de dejar distintos registros de la realidad y la experiencia.
-Dices: “los insatisfechos consumidores aspiracionales (…) siempre ganadores, competitivos, envidiosos, complacidos y empoderados en su ignorancia (que es una eficiencia), siempre victimizándose”. ¿Es un proceso de descomposición social?
-Sí. Ésa es una de las situaciones que ilustra el concepto de lumpenconsumismo, sintetizando aquel cataclismo antropológico referido por Pasolini: una avidez de lo exterior que jamás se satisface, que reivindica su ignorancia con prepotencia y arrogancia, exigiendo colmar sus deseos, ambición y codicia ilimitados, incluso victimizándose, y que sólo gira en torno al dinero. Esa pretensión o tendencia a acumular y ostentar poder reivindicando la ignorancia es parte de un vasto proceso de descomposición social, en que no hay lugar para el amor, ni la bondad, ni la verdad, ni la belleza, en ningún nivel.
-Hay una imagen icónica de esos días, con tipos robando televisores de última generación solo para quemarlos. ¿Por qué crees que a los saqueadores no los animaba un deseo de justicia sino el gozo de “tener, poseer y destruir”, como has escrito?
-A primera vista, pudiera pensarse que hacían eso en protesta contra la sociedad de consumo. Pero no. Esa escena ilustra, cabalmente, lo que pudiera llamarse el teorema de la sociedad de consumo: tener, poseer, destruir, según las expresiones que Pasolini propuso para describirla, concluyendo que aquélla representaba “el verdadero fascismo”, debido a su voluntad niveladora de toda diferencia.
Esos televisores de última generación están asociados a los prestigios de la tecnología más avanzada, lo nuevo, lo costoso, y el imperio de las imágenes sin espíritu, como signos de poder y estatus social. Los destruyen porque no pueden comprarlos. Pero, además, tal acción manifiesta su identificación con esos objetos y, por lo tanto, su propia voluntad autodestructiva, dado que el saqueo es, por sí mismo -como las usurpaciones–, una forma de violencia depredadora y, de suyo, ajena a la justicia.
-A cuatro años del 18 de octubre, ¿el país sigue anclado a la revuelta de la cual surgió el proceso constitucional?
-Así es. Chile está en un marasmo, en términos institucionales, degradándose día a día. En cambio, sólo la violencia se ha ido transformado desde 2019, adquiriendo nuevas formas. Las programáticas manifestaciones callejeras han ido desapareciendo, mientras la violencia del crimen organizado se expande y se potencia a gran escala entre los más jóvenes.
La violencia desplegada con la asonada de octubre se ha ido ramificando, tanto a través de imágenes arquetípicas elaboradas –Negro Matapacos, Yeguada Latinoamericana– como de líneas del acontecer, durante estos últimos cuatro años: anomia, crimen organizado, guerra civil de baja intensidad en el sur, corrupción institucional –el interminable devenir del obsceno Caso Fundaciones–, polarización creciente en torno a la conmemoración de los 50 Años del Golpe de Estado, cuyas fuerzas subyacentes nunca fueron purificadas. Y, con excepciones, el actual proceso constitucional, que es otra deriva de esa descomposición, ha mostrado tener una impronta tan partisana e identitaria como el anterior.
-Un término que se ha masificado es el “octubrismo”. ¿El gobierno de Boric recoge esa tendencia?
-Es cierto que este término se ha masificado, pero es pertinente recordar la descripción más formal de Brunner. Según él: “Los octubristas (…) se identifican con la revuelta antisistema del 18-O y el significado político-cultural que tiene un levantamiento violento contra el Estado, las instituciones y lo establecido”.
El Gobierno de Boric no sólo recoge esa tendencia, sino que, además, se debe al octubrismo. Sin esa terrible violencia que legitimaron y contribuyeron a alentar, no habría accedido al poder. Como han señalado algunos analistas, el suyo es un gobierno en crisis permanente, desde el indulto presidencial a delincuentes con prontuario, hasta el Caso Fundaciones y la polarización reinante: una demostración más de que Chile no aprendió nada en 50 años.
-El ex presidente Piñera dijo que sufrió un intento de golpe no tradicional en esos días. ¿Estás de acuerdo? ¿Los que protestaban con violencia eran apolíticos?
-Sergio Micco describió así esta situación: “fue un intento de ‘usurpación violenta’ del poder del Estado, ya que había una ‘organización política’ –los ACAB, a su juicio– que buscaba tomarse La Moneda y desalojar al Presidente de la República por medios violentos e inconstitucionales”.
El Diccionario de la RAE define el golpe de Estado en términos de una “actuación violenta y rápida, generalmente por fuerzas militares o rebeldes, por la que un grupo determinado se apodera o intenta apoderarse de los resortes del gobierno de un Estado, desplazando a las autoridades existentes”.
Presentado así, estoy de acuerdo. No estoy segura de si actuaron desde alguna definición política o si eran apolíticos. Tal vez, ambas cosas. Éstas y otras motivaciones debieron intervenir en ese intento de golpe. Pero las más tenebrosas y terribles son las que subyacen a las apariencias, provenientes de esa instintividad sin espíritu que se enseñoreó entonces, y que ahora continúa actuando de otro modo. La barbarie sigue ahí, latente y manifiesta.
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