El último Carrère. Esperaba YOGA, de Emmanuel Carrère, con ansias. Lo que le sucede a todo lector de LIMÓNOV o EL REINO, que leímos esos títulos como un recto a la mandíbula, escritos con una inteligencia y un desparpajo de aquellos que refrescan la mente. Me llegó el domingo 28 de España vía hijo menor, entre cuarentenas y formularios 19.cl.
- Virtud confesa de la “novela”: se lee de un tirón.
- Sin embargo, no queda el lector abajo firmante ahíto y encendido como en otras obras del mismo autor. Ilusiona y desilusiona como una montaña rusa.
- Parte Carrère con su relato sumamente autobiográfico sobre su relación con el yoga que parece será lo que alimentará nuestra imaginación durante algo más de 300 páginas.
- Pero le hace falta peligro, va faltando sustancia, la ironía suena algo floja y parece, como alguien señaló por ahí, un libro escrito con el freno de mano puesto, algo imperdonable para los devotos de Carrère.
- Está su ingenio, está su mirada despiadada sobre sí mismo, pero cuando vienen los golpes duros, como lo será su hospitalización por cuatro meses por un cuadro depresivo bipolar con terapia electroconvulsiva y todo, por dar un ejemplo, resuelve algo a la ligera sin conseguir el descenso a los infiernos que han logrado otros autores como William Styron en ESA VISIBLE OSCURIDAD, texto fundamental de la literatura sobre la depresión.
- No sucede así con el episodio del atentado a Charlie Hebdo que es de un dolor inmenso y donde está el Carrère más feroz, como funciona también en el tema de los refugiados y la crisis europea al respecto.
- “Alguien para quien la literatura es ante todo el lugar donde no se miente (…) Yo paro cuando quiero, digo y callo lo que quiero”. Así consigna el autor y algo de eso hay que resiente al lector.
- No deja entrar en su depresión, habla en exceso de yoga y meditación (termina aprendiendo el público, convirtiendo un libro irónico sobre la autoayuda en un manual estupendo) y vira a escenas sin duda magníficas en el tercio final del volumen pero con la sensación que ese “Yo”, que narra realmente, manipula el material prometiendo mostrar más que mostrando o que omite en su gran mayoría.
- La secuencia de la Polonesa heroica es espléndida y hace que se termine el libro con ganas de preguntar más y saber por qué Carrère ha decidido que así sea y que no se exhibirá en su máximo dolor a pesar de toda la publicidad de escándalos familiares y citas de crítica mundial.
- Para aficionados a Carrère puede quedar gusto a poco, a pesar del buen final de boca. Para iniciarse en Carrère, mejor el portentoso LIMÓNOV. Siempre.
PIÑEN. Todo lo contrario sucede con Daniela Catrileo en PIÑEN, un trío de relatos absolutamente sorprendentes donde, con una prosa implacable y hasta con cierto duro lirismo, las narradoras, quizás una sola, quizás la misma autora, vaya a saber uno como la autoficción nos consume, van contando la iniciación femenina no solo en el desarrollo psíquico, sino en lo cultural, hasta la identidad mapuche, con todo su peso.
- “En el pasaje yo era la única que iba a misa y al colegio de monjas. La mayoría iba al Municipal 5, que estaba en la villa siguiente cerca de la bencinera. Pero ni ellos ni ellas sabían que las monjas eran peores. Era más terrible parecer limpios cuando, en realidad, llevábamos nuestra carne en descomposición, arrastrándonos como los animales que incendiaban en los potreros”.
- El cuerpo carga además la identidad de género y la amenaza que eso puede significar. La relación con la vestimenta, con la música que también es cuerpo, cuerpo que baila, que desea, que es deseado, que se agita.
- “Una memoria visual se afirma en los pedazos corporales que habitamos”, señala y así va narrando Daniela Catrileo, desde esos “pedazos”.
- Historia del cuerpo de Chile, fragmento de un tratado nacional tan necesario, PIÑEN es un texto pequeño pero monumental.
- “La historia de nuestras madres no está en la militancia ni en el alero de las vencedoras. Sobrevivieron y lo siguen haciendo (…) Fueron las que resistieron de otro modo, mientras un país caía a mendrugos”.
- Ese país, este país, también vive su proceso de transformación mientras se inician las protagonistas. Y la lectura las sorprende: “quizás esa fue también nuestra relación de amor, de sabernos sumergidas en la lengua de otros, en esa eterna traducción que era la lectura”, dejándolas fuera cuando se confirman del pueblo mapuche, habitantes de otra lengua, del mapundungun, una cultura dentro de otra que no la recibe del todo, no la incluye, en una tensión de lenguas que PIÑEN retrata en el castellano, esa “eterna traducción”, con una vitalidad ricamente elaborada.
- Un libro esencial entre las nuevas autoras nuestras. Que ya son legión.