La politóloga, profesora de la Universidad de Harvard Theda Skocpol, define revolución social como un proceso de cambio fundamental en la base social de un Estado y su estructura de clases, que habitualmente se produce de manera fulminante, impulsada principalmente por sectores populares.
Javier Milei ha iniciado una revolución en Argentina, pero no la clásica revolución proletaria en clave marxista, es obvio. Lo de Milei es una revolución de signo contrario, de tinte libertario, en la que los protagonistas no son dirigentes de grandes sindicatos ni pobladores movilizados por piqueteros. En esta nueva revolución el principal sujeto político son jóvenes, no sólo desilusionados por el Estado, sino que con bronca y hastío. Nunca hizo tanto sentido esa idea de que Buenos Aires es La Ciudad de la Furia.
Los protagonistas de esta revolución libertaria son “pibes” que entre ser clientes del Estado o ser socios colaboradores de una app de delivery, optan por lo segundo. Y es que, el celular y la aplicación de Rappi han pasado a ser el principal refugio de una generación que se rebela ante la posibilidad de continuar siendo súbditos de un estatismo asfixiante y empobrecedor, donde el máximo horizonte de expectativas es, o vivir de planes sociales, o apuntar a la diáspora: tomar un vuelo en Ezeiza en dirección al exterior, sin ticket de regreso.
Para esta juventud, Milei es la única luz de esperanza al final de un largo túnel de oscuridad, un túnel que transitan día a día con enormes mochilas color flúor, con el logo de una multinacional de delivery a cuestas y un cansino pedaleo que aplana arterias del conurbano bonaerense.
En Argentina la pobreza es del 40%, pero es un fenómeno especialmente presente en los jóvenes. Un 45% de la población entre 15 y 29 años vive en condición de pobreza de acuerdo con datos oficiales del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos. Dentro de ese grupo, seis de cada diez jóvenes trasandinos declaran estar insatisfechos con la oferta laboral y de ingresos disponible.
Desde la izquierda, miran con cierto desprecio y arrogancia la conducta del “precarizado” trabajador Rappi que se aferra a la opción de Milei, olvidando algo tan sencillo como que, para tener derechos laborales, primero hay que tener trabajo. Y el modelo kirchnerista no genera empleo, sólo promete una agotada utopía donde sería posible salir de la pobreza, sin generar riqueza.
Sin embargo, el sistema ya no aguanta más mentiras: el modelo estatista y prebendario K colapsó. Argentina era una suerte de país sin piernas, pero que caminaba. El kirchnerismo inclusive goza del título de haber frenado esa inercia que permitía que Argentina fuera un país siempre estable, dentro de su gravedad.
Quizás Milei no logre reconstruir Argentina. En caso de ganar, su Gobierno no será fácil, no cabe duda. El riesgo de toda revolución es que se marchite con la misma velocidad con la que florece. Pero, lo que a esta altura sí parece incuestionable, es que Milei ha propiciado un cambio cultural de envergadura. Gracias al efecto Milei, ser peronista ha pasado a ser sinónimo de ser conservador y ser libertario ha pasado a ser una nueva forma de ser revolucionario.
Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires y niño símbolo del kirchnerismo, señaló en el cierre de campaña del candidato oficialista Sergio Massa que los argentinos debían usar su voto como escudo para protegerse del arrebato de derechos sociales. La metáfora ilustra no sólo cierto nivel de desesperación del kirchnerismo, sino también, su estado actual: sitiados (con escudos) por la arremetida libertaria de Milei.
Lección para Chile: “chasconear” a la derecha no pasa por tratar de mimetizarse con la izquierda ni intentar impregnarse de su cultura, sino que, por generar una auténtica contracultura, apuntando a consolidar nuevas bases morales. Un “pibe Rappi” declaró en la televisión argentina en el programa de Viviana Canosa: “No sólo lo voto a Milei, sino que también lo milito, estamos en los barrios más pobres, haciendo la tarea que nadie se atreve a hacer, llevando las ideas de la libertad y del conocimiento para liberar esclavos del siglo XXI, gente que depende de planes sociales y vive en la pobreza y el conformismo”.
El candidato oficialista Sergio Massa hace un par de semanas tuvo que salir a hacer control de daño en la juventud, declarando: “La libertad no es manejar un Rappi”.
Más allá del resultado, Milei ya ganó, signo inequívoco del triunfo es ese instante en que logras fijar el marco discursivo de tu adversario como señala el lingüista norteamericano George Lakoff. El cambio de marco discursivo conduce a un inevitable cambio político y social.
Guste o no, hablar hoy en Argentina de libertad, es hablar de Javier Milei. La revolución, ya se inició.
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