Se abre una oportunidad inesperada para Chile Vamos: solo ellos pueden salvar el proceso constituyente.
La reciente encuesta Cadem demuestra que las únicas razones por las que la ciudadanía se inclinaría a votar “a favor” son, en primer lugar, si el proceso le provee estabilidad al país (21% en contra, 76% a favor) y, en segundo lugar, si la propuesta logra un acuerdo político transversal (43% en contra, 49% a favor).
Es claro que ambas razones están relacionadas: solo un acuerdo político transversal permitiría cerrar el capítulo constitucional y acabar con la inestabilidad que supone mantenerlo abierto. Sin embargo, es interesante comprobar la existencia de un electorado “oposicionista” que estaría dispuesto a votar en contra, incluso si el resultado genera estabilidad al país y es producto de un acuerdo político transversal.
Es un voto de protesta y castigo que viene inclinando la balanza desde 2009, cuando comenzó la era de la alternancia. Un electorado móvil que probablemente votó por el Apruebo de entrada y la Convención 100% electa para castigar a la clase política, que luego decantó por Gabriel Boric cuando representaba “lo nuevo” y que, con el voto obligatorio, se hizo más fuerte, lo que explicaría la magnitud del triunfo del Rechazo primero y de Republicanos después.
La conclusión es evidente: sea cual sea la propuesta constitucional, hay un electorado no menor que va a estar “en contra”. Si seguimos los datos de Cadem, su piso no es nada desdeñable, estaría entre el 21% y el 43%. Cualquier estrategia que busque el triunfo del “a favor” debe partir por evitar que esa base crezca. Por eso, la tesis del Partido Republicano de defender su nicho, apostando a polarizar la elección y, con ello, transformarla en un plebiscito sobre el gobierno, está profundamente equivocada. Con ello, solo logra abonar todo el voto oficialista (más o menos 30%) al piso “oposicionista” que ya existe. Si seguimos así, nos encaminamos a un triunfo del “en contra” de magnitudes similares al fracaso del primer proceso, con las consecuencias conocidas sobre las ideas derrotadas.
¿Cuál es la salida? La que siempre debió ser: un acuerdo político amplio que genere una “casa común” capaz de contener el aumento del “oposicionismo”. ¿Cómo se consigue? A estas alturas, solo de una forma: que Chile Vamos asuma el liderazgo y haga respetar las bases que habilitaron el proceso. En lo medular: que se respete la definición de Estado Social y Democrático de Derechos. Hoy la propuesta hace inconstitucionales las formas de seguridad social en las que cree el progresismo. Sin esa cancha abierta, es imposible que el progresismo chileno concurra en el “a favor”.
Así las cosas, la derecha tradicional tiene la oportunidad de liderar el encuentro de quienes creemos en la política, el diálogo y los acuerdos. No es una apuesta segura, pero visto desde afuera resulta obvio lo que les conviene: deben optar entre seguir siendo el vagón de cola de un proceso que va derecho al fracaso, o intentar transformarse en la locomotora de un tren con destino incierto que, si llega a puerto, capitalizarán las ganancias y, si no, podrán socializar las pérdidas con todo el sistema político tradicional. Y eso, en la víspera de un ciclo electoral que elegirá gobiernos locales, regionales, parlamento y presidencia, no es poca cosa.
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