Argentina se desahogó. Nadie sabe si el resultado del desahogo terminará siendo mejor que la asfixia peronista, pero que la bronca contra la política se desató, es un hecho. “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo” y “tiene miedo, la casta tiene miedo…” vitoreaban los seguidores del “león” Milei a las afueras del Hotel Libertador en Buenos Aires el pasado domingo. ¿Será Milei acaso el nuevo libertador de Argentina? El economista trasandino siempre planteó que entró en política no para guiar corderos, sino que para despertar leones. Y el rugido del pasado domingo fue estruendoso.
Javier Milei, candidato de La Libertad Avanza, irrumpió con todo y contra todos. Nuevamente, el establishment, entre la miopía y cierta arrogancia, no fue capaz de prever el fenómeno. Las encuestadoras lo subestimaron, pero la ciudadanía lo premió. Lo más probable es que Milei pase a la segunda vuelta y si el clivaje de la elección es el de “la casta vs lo nuevo”, puede ganar.
El secreto de su éxito fue una fórmula relativamente sencilla: copar el sentimiento de carestía económica y de inseguridad galopante, añadiéndole una intensa narrativa anti política. Para Milei los políticos son todos chorros (ladrones), farsantes, ineptos y embusteros. Paradójicamente, el recurso de la anti política es su herramienta política más efectiva. Bullrich, la candidata de Juntos por el Cambio también propone mano dura contra la delincuencia y una reforma económica ambiciosa -aunque ni de cerca de la dolarización y aniquilación del Banco Central de Milei-, pero la diferencia entre ella y Milei es que ella es una política tradicional, es parte del mismo problema, no de la solución, diría el líder de La Libertad Avanza.
El fenómeno Milei, que se asienta con fuerza detrás de la cordillera, fácilmente puede convertirse en un producto de exportación no tradicional que atraviese Los Andes. En Chile ya hay indicios de anti política, quizás el mejor ejemplo sea la amenaza latente de un rechazo al texto constitucional que se propondrá a los chilenos en diciembre de este año. Pese a que tanto la Comisión Experta como el Consejo Constitucional han realizado un trabajo serio, con sobriedad y sin estridencia, ¿por qué la idea de rechazar por segunda vez una propuesta constitucional es tan atractiva para el electorado?
El último estudio de la encuestadora Feedback muestra que en el último mes la intención de voto de la opción “En contra” se elevó desde un 44% a un 60%. Donde más apoyo genera esta alternativa es dentro de las personas de un nivel socioeconómico bajo (65%), de entre 18 y 29 años de edad (67%), que declaran tener una preferencia de izquierda (77%) o de derecha (63%), es decir, es transversal. Para continuar con el paralelo, Milei también arrasó entre los jóvenes en Argentina, en su mayoría trabajadores informales y desocupados, una generación que apalancó un auténtico “tsunami de la ira”.
Los chilenos han experimentado un amplio tren de emociones hacia el proceso constituyente desde el estallido de octubre de 2019 en adelante: ilusión, entusiasmo, rabia, desilusión e indiferencia.
La ilusión vino de la mano de una clase dirigencial demagógica que prometió que todos los problemas en Chile serían resueltos cambiando la Constitución. El entusiasmo se reflejó en el 78% de ese plebiscito de entrada en que los ciudadanos apoyaron la idea de impulsar una nueva Carta Magna, redactada por un órgano 100% electo. La rabia afloró cuando los convencionales comenzaron a mentirle a la gente, desde el burdo fraude de Rojas Vade, hasta la bochornosa forma en que se condujo el proceso y para qué hablar del contrabando ideológico que intentó travestir causas sobre ideologizadas e identitarias con las demandas del “pueblo”.
Esa rabia le dio fuerza vital a la opción Rechazo, que se impuso por un contundente 62% en el plebiscito de salida. Algunos rechazaron por rabia, otros, por miedo. Luego vino la desilusión, ¿si ya nos defraudaron, por qué ahora las cosas serán diferentes? comenzó a preguntarse la ciudadanía. Para terminar en la fase actual de indiferencia, la más cruda de las etapas de todo el tren emotivo. Cuando algo deviene en indiferente, no puede haber ni afecto ni repulsión, porque simplemente no hay sentimiento. La indiferencia es en alguna medida el más gravoso de los desprecios.
Los partidarios del cambio constitucional debieran asumir que la disputa relevante no es en torno a los contenidos, sino que en torno a las emociones. Esa parece ser la única solución, como precisamente versaba el slogan de campaña de Javier Milei.
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