Noviembre 3, 2023

La Constitución gatopardista. Por Jorge Schaulsohn

Ex presidente de la Cámara de Diputados
Crédito: Agencia Uno.

En el entramado constitucional no se modifican las bases esenciales del sistema económico y el rol del Estado sigue siendo subsidiario, aunque ahora adquiere más obligaciones bajo la denominación de Estado Social de Derechos. Para la izquierda el proceso ha sido un desastre. Cuesta digerir la idea de que a lo más que puede aspirar, lo que considerarían un triunfo el 17 de diciembre, es quedarse con la “Constitución de Pinochet”.


  • Fue el 15 de octubre de 2015 cuando la expresidenta Michele Bachelet anunció el lanzamiento de un proceso constituyente.
  • Nunca un mandatario de la República había decretado la ilegitimidad de la Constitución. El anuncio no se dio en el vacío; fue producto y consecuencia del giro hacia la izquierda que tomaron los partidos de gobierno, que a esas alturas habían reemplazado a la Concertación por la “Nueva Mayoría” incorporando como nuevo socio al Partido Comunista.
  • Todo ello en medio de un fuerte cuestionamiento a las bases de la economía de mercado y al sistema imperante, junto con un diagnóstico catastrófico de la gestión de los gobiernos de la Concertación y del estado general de la nación.
  • Para ellos una nueva Constitución era indispensable para cambiar las bases mismas de la estructura de poder existente y avanzar hacia una transformación profunda de la sociedad heredada de la dictadura que los gobiernos democráticos se habían ocupado de administrar.
  • Y si bien es cierto que el proceso no se pudo materializar durante su gobierno nunca se detuvo. Hirvió a fuego lento durante el gobierno de Sebastián Piñera y explotó durante el estallido social que logró, bajo el imperio de la fuerza, imponer contra todo pronóstico una asamblea constituyente.
  • Lo que quiero resaltar con este recuento es que tras la idea de una nueva Constitución necesariamente hay un afán refundacional que se reflejó plenamente en la Convención y en el texto que produjo, que nos proponía un país totalmente diferente.
  • Incluso el dramatismo y los despliegues exultantes de los convencionales formaban parte del espectáculo propio de todo proceso revolucionario desafiante del orden político, social y cultural imperante. Por eso todos nos sentimos convocados a participar del debate y de la lucha que se libró en los medios, en la calle y en las redes sociales por el apruebo y el rechazo.
  • Esperamos ansiosos el pronunciamiento de los líderes, como Ricardo Lagos que podrían inclinar la balanza en un sentido u otro. Después de todo estaba en juego el destino de Chile.
  • Hoy nada de eso ocurre. Todos tienen la convicción de que no hay nada verdaderamente decisivo sobre la mesa. El proceso está siendo castigado con el látigo de la indiferencia. Porque aún cuando la gente no entienda mucho de leyes ni vaya a leer jamás una Constitución intuye que, en estricto rigor, no estamos frente a una oferta de nueva Constitución; sino más bien de una reforma parcial a la carta magna vigente. Algo de lo que perfectamente bien pudo haberse ocupado el Congreso sin tanta parafernalia.
  • Un proceso «gatopardista» o lo «lampedusiano» que, en ciencias políticas, significa «cambiar todo para que nada cambie», paradoja expuesta por Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957). La cita original expresa la siguiente contradicción aparente: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
  • En el entramado constitucional no se modifican las bases esenciales del sistema económico, el rol del Estado sigue siendo subsidiario, aunque ahora adquiere más obligaciones relacionadas con los derechos sociales bajo la denominación de Estado Social de Derechos. En cierto modo es emblemático de la falta de sustancia que una de las “grandes batallas” haya sido la ubicación del artículo en el texto constitucional.
  • El sistema presidencial permanece incólume y la rebaja del número de parlamentarios es, en mi concepto, algo totalmente irrelevante. La entropía del Congreso era igual con 120 que con 150. La falla es cualitativa no cuantitativa.
  • Finalmente, es en el campo valórico donde la mayoría de derechas descargó todo el peso de sus creencias consagrando una moral religiosa conservadora e ignorando por completo la diversidad que hoy existe en nuestra sociedad y abriendo las puertas a la discriminación en virtud del derecho constitucional a la objeción de “conciencia”.
  • Para la izquierda el proceso ha sido un desastre. Cuesta digerir la idea de que a lo más que puede aspirar, lo que considerarían un triunfo el 17 de diciembre, es quedarse con la Constitución de “Pinochet”.
  • Así las cosas, solo queda ir a votar (en mi caso en blanco) cumpliendo con la obligación legal para evitar las multas con la esperanza de que éste sea el fin del largo e improductivo camino por el que nos introdujo Michel Bachelet.

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